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Milei, una mezcla de predicador mesiánico y estrella del rock

El economista, candidato ultraderechista a la Presidencia, abandona la motosierra, atempera sus formas y sus propuestas para vencer la desconfianza de los moderados

En el segundo tiempo del partido hacia la Presidencia de Argentina, Javier Gerardo Milei se convirtió en uno de esos políticos profesionales que tanto odiaba. El León, como lo apodan, dejó de rugir. Este economista ultraliberal, conocido por sus insultos y estallidos de ira frente a las cámaras, mantuvo la calma incluso al ser contradicho. Abrazó a la casta a la que iba a sacar a patadas en el culo. ¿Comenzó también a ocultar lo que piensa? “No vamos a privatizar la salud. No vamos a privatizar la educación. No vamos a privatizar el fútbol. No vamos a permitir la portación irrestricta de armas”, promete en su último anuncio electoral. Hasta hace unos meses, el candidato del partido ultraderechista La Libertad Avanza decía lo opuesto. La desregulación del mercado de armas y la privatización de la educación mediante un sistema de vouchers son propuestas escritas en su plataforma electoral, pero como no gustan mucho, ahora exhibe otras. Milei aspira a conquistar el poder el próximo domingo frente al candidato oficialista, el ministro de Economía, Sergio Massa.

La transformación de quien durante dos años fue visto como un outsider extravagante en la Cámara de Diputados hace pensar en una de las frases más célebres atribuidas al expresidente Carlos Menem: “Si hubiera dicho lo que iba a hacer, no me votaba nadie”. Pero Milei dice y después se desdice, como pasó con su apoyo a la venta de órganos, a la venta de niños o las denuncias de fraude electoral. Sus innumerables contradicciones obligan a los argentinos a elegir a cuál de dos versiones del candidato creer. Si gana, su verdadero rostro comenzará a desvelarse a partir del 10 de diciembre, cuando el próximo presidente tome posesión.

Milei nació en Buenos Aires el 22 de octubre de 1970 en un hogar de clase media. Hijo de Norberto, un conductor de autobús que terminó siendo dueño de una empresa de transporte y de Alicia, una ama de casa. Milei contó que fue criado entre golpes, humillaciones y abusos verbales. “Tu hermana está así por culpa tuya, si se muere es culpa tuya”, le dijo su madre cuando su hermana Karina sufrió un shock al presenciar una de esas palizas.

“Todas esas palizas que yo recibía cuando era chico, hacen que hoy no le tenga miedo a nada”, advirtió Milei en una entrevista televisiva. A los golpes se le sumaba un maltrato verbal constante: “Mi padre siempre me dijo que era una basura, que me iba a morir de hambre y que iba a ser un inútil toda la vida”. De adulto cortó el vínculo hasta la pandemia, cuando se reencontraron.

Milei padre estaba presente en el búnker electoral la noche del 22 de octubre, cuando su hijo fue recibido con aplausos, vítores y la canción de feliz cumpleaños. Ese día cumplió 53. Recibió 7,7 millones de votos en la primera vuelta. “Javier es muy inteligente”, dijo Norberto Milei, “lo veo bien, ojalá le vaya bien”. Observaba el espectáculo desde un costado, lejos de los focos.

Milei entendió mejor que nadie el hartazgo de la sociedad argentina con las sucesivas crisis económicas y con la falta de respuestas a millones de personas. A aquellos que se desloman trabajando pero no llegan a fin de mes, a los que cuando cae el sol se encierran en sus casas porque tienen miedo de salir, a quienes evaden todos los impuestos que pueden porque dudan de su destino: están cansados de que sus hijos se queden sin clases en la escuela pública y de esperar durante meses el turno médico de un especialista.

Dio el salto a la política convencido de que tenía una misión: “Terminar con la inflación para siempre, terminar con la inseguridad para siempre, terminar con los privilegios de los políticos para siempre”. En definitiva, cambiar Argentina para siempre, desterrando al peronismo. Prometió que, si le daban tiempo, en 35 años Argentina podría ser Estados Unidos; en 40, Irlanda. Equivale a diez mandatos presidenciales, pero la Constitución argentina sólo permite dos consecutivos.

Negacionista climático

El cambio de Milei incluye combatir las ideas progresistas de un país que está a la vanguardia de América Latina en la conquista de derechos sociales. Plantea derogar el aborto, legal en Argentina desde 2020. Se ha manifestado de forma despectiva hacia el matrimonio igualitario, vigente desde 2010. Niega la brecha de género, que según las estadísticas es del 26%. Niega que el cambio climático esté producido por el hombre. Propone privatizar las empresas públicas e incluso los recursos naturales de Argentina, como el yacimiento de hidrocarburos no convencionales de Vaca Muerta, sus ríos y mares. El argumento es que, si los ríos tienen propietario, dejarán de estar contaminados.

El apoyo reciente de sus padres no significa que ellos estén en el círculo íntimo de un candidato al que muchos definen como solitario y desconfiado. Este se reduce a su hermana, Karina, a la que llama El Jefe por ser la máxima autoridad de su campaña, y a sus “hijitos de cuatro patas”: sus perros Murray, Milton, Robert y Lucas, bautizados así por economistas a los que admira. Son clones de Conan, el mastín que adoraba y que falleció en 2017. La muerte no cortó la comunicación entre ellos: Conan y él se hablan a través de una médium, según asegura su biógrafo no autorizado, Juan Luis González, autor de El loco.

Tras su victoria en las primarias, comenzó un romance con Fátima Flórez, conocida por ser la imitadora de la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner. Expertos en comunicación no verbal han analizado ese vínculo para saber si es real o ficticio, pero fue la veterana conductora televisiva Mirtha Legrand quien dio el veredicto popular: “Son raros ustedes, ¿eh?”. En sus intercambios a través de las redes sociales hay “te amo” gritados en mayúsculas y contestados con un “soy tu leona” por parte de la enamorada. Atrás han quedado las intimidades reveladas por Milei en televisión años atrás, cuando aseguraba que era profesor de sexo tántrico y lo llamaban “vaca mala” porque no eyaculaba más que una vez cada tres meses.

En el colegio Cardenal Copello era el loco, un apodo que también usaban sus compañeros de fútbol en los clubes en los que jugó de portero: Chacarita Juniors y San Lorenzo.

Sus excompañeros lo describen como un niño retraído, al que no le gustaba demasiado socializar. Una descripción similar hacen quienes compartieron oficina en la Corporación América, un conglomerado de empresas presidido por Eduardo Eurnekián, uno de los hombres más ricos de Argentina y quien es considerado como su primer padrino. Unos y otros coinciden en su temperamento explosivo, fuente incesante de problemas hasta la actualidad. “Vos sos una comunista de mierda, estás arruinando el país”, estalló Milei en el ascensor contra una vecina que le preguntó si en sus clases de Economía daba al británico John Maynard Keynes. “Andate, me estás maltratando”, gritó a la fotógrafa de EL PAÍS cuando le pidió que sonriera para hacerle un retrato. Periodistas y panelistas de televisión, en muchos casos mujeres, están también en la larga lista de quienes han padecido sus estallidos de rabia.

Autoritario

Ese carácter revela rasgos intransigentes y autoritarios, preocupantes para quien aspira a la Presidencia. Él y su candidata a vicepresidenta, Victoria Villarruel, niegan el terrorismo de Estado y minimizan los crímenes de lesa humanidad perpetrados por la dictadura —y condenados en democracia— para considerarlos “excesos”. “Milei es profundamente antidemocrático. Se siente muy molesto cuando lo contradicen, no le gusta nada que le digan una cosa distinta de la que él piensa, aunque sea con buena onda”, cuenta el abogado liberal y experto en finanzas Carlos Maslatón. Este exmilitante de La Libertad Avanza, distanciado del candidato, pone como ejemplo lo ocurrido en su programa de radio años atrás. Expresó su desacuerdo con un instrumento financiero y Milei, furioso, se levantó y se fue del programa. Tardó tres semanas en volver a llamarle. Maslatón cree que detrás de esos desplantes hay una persona “muy insegura”.

Cuando la presidenta de la Cámara de Diputados, Cecilia Moreau, le pidió que la llamara presidenta y no presidente, él se negó a hacerlo. Al terminar su discurso abandonó el hemiciclo al grito de “casta, casta, casta”.

La alianza entre Milei y Villarruel fue ventajosa para ambos. El primero atrajo a votantes descontentos con las políticas económicas y Villarruel sumó a aquellos que se identifican con valores de extrema derecha, como antiabortistas, opositores a las demandas territoriales de las comunidades indígenas y a los derechos de las diversidades sexuales. Villarruel lo ayudó también a tejer alianzas con la ultraderecha mundial, en especial con el partido español Vox.

Sin embargo, la irrupción de Milei ha agigantado la grieta política de Argentina. Ni siquiera un espacio de la alta cultura como el Colón, el teatro lírico más importante del Colón, ha quedado a salvo de la tensión extrema que se respira en vísperas de las elecciones. La presencia del candidato no pasó desapercibida este viernes. “Milei, basura, vos sos la dictadura”, lo abucheó parte del público y de la orquesta al reconocerlo en un palco. Al término de la función, otros optaron por aplaudirlo.

Enemigo del Estado

La primera vocación de Milei fue el fútbol, pero la hiperinflación de Argentina a finales de los ochenta le llevó a cambiar los botines por los libros de economía. Se licenció en Economía en la Universidad de Belgrano, donde después fue también docente, e hizo posgrados en el Instituto de Desarrollo Económico y en la Universidad Torcuato di Tella. Estudió a fondo las ideas de Keynes para después repudiarlas una y otra vez.

Como liberal, se opone cualquier intervención del Estado en el mercado. Su rechazo ha sido escenificado ante las cámaras a través de metáforas tan violentas que su rival, el peronista Sergio Massa, se ha valido de ellas para deslegitimarlo como candidato a ocupar el sillón de Rivadavia.

— El Estado es el pedófilo en el jardín de infantes con los nenes encadenados y bañados en vaselina.

Así lo definió en 2019, cuando aún no había entrado en política. “Si yo tuviera que elegir entre el Estado y la mafia, me quedo con la mafia, porque la mafia tiene códigos, la mafia cumple, la mafia no miente y, sobre todas las cosas, la mafia compite”, dijo un año después.

Por esa época, Milei se presentó en un festival de cosplayers en Buenos Aires disfrazado de General AnCap (anarcocapitalista) con un antifaz y un tridente. “Vengo de Liberland”, anunció a los presentes, un país “donde nadie paga impuestos”. “Mi misión es cagar a patadas en el culo a keynesianos”, proclamó. Cuatro años después, ese superhéroe llegado de un país de ficción lidera las encuestas.

Milei entró y creció por los márgenes, como muchos populistas antes que él. Las redes sociales le sirvieron para conquistar a jóvenes durante la pandemia de covid-19, en especial aquellos furiosos contra un Gobierno que les impedía salir por el estricto confinamiento. Se reían con las barbaridades que escuchaban, pero también comenzaban a convencerse de la importancia de la batalla cultural con la que Milei prometía cambiar Argentina. Estos pregonaron más tarde la palabra del ultra entre sus padres y abuelos. “Mi hijo se volvió un fanático de Milei e insiste cada día para que mi marido y yo lo votemos. Pero yo no sé, es un loco, no sabemos lo que puede hacer”, admite la vendedora de una papelería de Buenos Aires que está entre ese 10% de indecisos que puede decantar la elección.

La desconfianza está extendida entre los empresarios, que recelan de la prometida dolarización de una economía sin dólares y temen el caos que puede provocar. Un centenar de prestigiosos economistas firmaron una carta en rechazo de esta y otras medidas económicas del candidato, pero su discurso se mantiene intacto en este punto. Ha cedido en las formas, pero no piensa hacerlo en el área económica. “El ministro de Economía voy a ser yo”, le respondió a alguien de su equipo cercano cuando le pidió un nombre para esa cartera central. De ser elegido, nombre habrá, pero Milei planea que sea sólo un empleado que acate sus órdenes.

Con su look postpunk adolescente —melena despeinada y chaqueta de cuero aunque el termómetro supere los 30 grados— Milei se transforma en sus mítines en una mezcla de estrella de rock y predicador mesiánico. Es su escenario predilecto. “Estar en el centro de atención de cualquier situación sin la necesidad de entablar un diálogo de ida y vuelta con los presentes sigue siendo el lugar en el que más cómodo se siente”, escribe González, el biógrafo no autorizado. Desde niño buscó ocupar ese lugar. En el patio de su escuela imitaba los bailes de su adorado Mick Jagger sin imaginar que décadas más tarde miles de personas corearían con él “Yo soy el rey de un mundo perdido”.

“Le cuesta estar en una reunión social y mantener un diálogo relajado con varias personas”, asegura el abogado liberal y experto en finanzas Carlos Maslatón. Tampoco acepta con gusto que le interrumpan. “Le gusta dar un discurso y retirarse”, continúa. La interacción puede incluir gritos y cánticos, pero no ser parte de una charla colectiva.

Milei es católico, pero hace años comenzó a acercarse al judaísmo y no descarta convertirse a este credo en un futuro. Durante la campaña presidencial contó que su máxima referencia es Moisés, al que definió como un gran líder que no tenía el don de divulgar. “Dios le mandó a Aaron para que divulgara. Kari [en referencia a su hermana Karina] es Moisés y yo soy el que divulga”, aseguró.

Ataques al papa Francisco

En el campo laboral, Milei alternó durante años la docencia universitaria con trabajos como economista. Fue asesor del general Antonio Bussi y economista jefe de la Fundación Acordar del excandidato presidencial Daniel Scioli. Pero en su currículum destaca sobre todo su trabajo durante una década a las órdenes del magnate argentino de origen armenio Eduardo Eurnekián. El multimillonario le dio el empujón mediático —a través de su televisión América TV— y los contactos que necesitaba para su carrera política. Más tarde, al menos en público, se arrepintió. “Tengo 3.700 empleados en mi empresa y uno salió fallado, ¿qué querés que haga?”, dijo días atrás. Lo que más le reprocha son sus críticas abiertas al papa Francisco, al que considera un “imbécil” que tiene “afinidad con comunistas asesinos” y al que ha llegado a calificar de “representante del maligno en la Tierra”. “No está a la altura para juzgar ni opinar sobre el Papa”, criticó Eurnekián.

“Nos acusan de haber creado al monstruo”, confiesa una fuente de este gigante empresarial. De ser cierto, no fueron los únicos. Exaliados de Milei cuentan que el entorno de Massa también le echó una mano para el armado inicial de listas con la esperanza de que Milei dividiese el voto opositor y desgastase a la derecha conservadora clásica. “Creía que sacaría un 15%, un 18% como máximo”, dicen. Cuando duplicó esa cifra y dejó en el camino a Juntos por el Cambio, quien le tendió la mano fue el expresidente Mauricio Macri. Si llega a la presidencia necesitará cerca de 5.000 amigos para ocupar los cargos de mayor confianza en el Estado. No los tiene, pero Macri está dispuesto a presentarle a muchos. El riesgo es que eso dé pie a una presidencia bicéfala, con una cara al sol y la otra en la sombra.

La unión de fuerzas entre Macri y Milei ha multiplicado y diversificado su público: los varones jóvenes ya no son una amplísima mayoría sino que hay también hombres y mujeres de mediana y avanzada edad. Mientras los primeros encontraron en Milei un dique de resistencia frente al avance del feminismo y de las minorías sexuales, los segundos ven en él al hombre que los puede salvar de otros cuatro años de peronismo. Los recién llegados corean con más timidez que los veteranos el hit La casta tiene miedo porque formaron parte de ella hasta un mes atrás. Se han perdido además el show del macho alfa subido a una camioneta con una motosierra encendida. Ese agresivo símbolo de los recortes ha sido reemplazado por el peluche de Pochita, un personaje del anime Chainsaw Man. Representa a un demonio, pero por su aspecto tierno nadie lo diría.

Su inexperiencia se hizo visible como nunca antes en el último debate contra Massa. El candidato peronista lo arrinconó y le asestó un golpe verbal tras otro en forma de preguntas. Milei intentaba responderlas como podía, pero a la vez peleaba una batalla no verbal: mantener las formas frente a las cámaras y no perder el control. Lo logró. Massa desnudó la falta de preparación de Milei para ponerse al frente del país, pero la paliza fue tan grande que muchos empatizaron con la fragilidad y las dudas del economista acorralado.

Milei llegó a la recta final de la campaña seguro de que sólo el riesgo de fraude —negado por la justicia electoral y organizaciones independientes— se interpone entre él y una victoria en las urnas. Desde Córdoba, la provincia más antikirchnerista de Argentina, este hombre sin miedo pidió a los argentinos que se liberen y lo pierdan ellos también. “¿De qué riesgo me hablan, ¿De qué salto al vacío? ¡Si estamos yendo al infierno!”. Su triunfo depende de convencerlos de que eso que dice es cierto.

Fuente: EL PAÍS

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