Nuestro ADN está implicado en numerosas características que nos hacen mejores deportistas. Y esto puede saberse mediante un análisis.
Este viernes comienzan los Juegos Olímpicos de París 2024 y, como ha ocurrido en ediciones anteriores, la genética ocupa el podio entre las preocupaciones de muchos deportistas. Y no es extraño. El esquiador finés Eero Mäntyranta ganó un total de siete medallas olímpicas y dos veces se coronó campeón del mundo. Pero numerosas veces fue acusado de dopaje por la enorme diferencia que les sacaba a sus rivales. Más tarde se descubrió que Eero tenía policitemia congénita, una mutación genética que, entre otras cosas, provocaba que su producción natural de EPO (eritropoyetina, una sustancia cuyo uso ha sido denunciado en el mundo del ciclismo) fuera mayor de lo normal. Esto hacía que la capacidad de su sangre para transportar oxígeno fuera un 50% mayor de lo normal.
Hasta ahora, la ciencia ha descubierto más de 200 variantes genéticas relacionadas con un mejor desempeño deportivo, y, si bien el entrenamiento y una buena alimentación son claves para convertirse en deportista de élite, es obvio que la genética juega un papel importante: el 66% de la variabilidad en los atletas de élite se explica por factores genéticos.
La genética también influye de modo determinante en la tipología del deporte ideal para cada individuo. Por ejemplo, en la proporción de fibras musculares está una de las bases para una mayor capacidad para deportes de velocidad, de resistencia o de fuerza explosiva (como la halterofilia). En este contexto, la fuerza varía mucho en función de cada persona y es que en este tipo de deportes los genes tienen un impacto bastante claro. El gen ACTN3 es el más estudiado, ya que su resultado (la proteína ACTN3) modula el porcentaje de los tipos de fibras musculares que poseen nuestros músculos. Dependiendo de esto, nuestra genética nos favorecerá en deportes de fuerza o deportes de resistencia.
Otro factor tiene que ver con nuestro corazón. La medición y el control de la frecuencia cardiaca es necesaria no solo para mejorar la calidad de los entrenamientos. Durante el ejercicio físico, el sistema nervioso simpático actúa activando el cuerpo y aumentando la frecuencia cardiaca. Una vez finalizado el ejercicio, el sistema nervioso parasimpático es el responsable de reducir dicha frecuencia cardiaca. Y este equilibrio puede verse modificado por la genética que, entre otras áreas, influye en la facilidad de recuperación tras el ejercicio.
Y si hablamos de recuperación, también debemos mencionar la predisposición a daños o lesiones musculares. El daño muscular después de hacer ejercicio es un factor importante para considerar vinculado al rendimiento deportivo y la salud en general. La duración de esta recuperación muscular varía en función de la intensidad y duración del ejercicio, la condición física y también la genética de cada persona, ya que hay gente con mayor predisposición genética a sufrir daño muscular después del ejercicio que otra.
“Cuando se trata de deporte – concluye Ferreiro -, la genética no es el único factor involucrado, pero sí juega un papel muy importante a la hora de estar más o menos predispuesto a la realización de actividades físicas, ya que esta siempre proporciona un punto de partida como la fuerza, la resistencia o la capacidad aeróbica”.
Fuente: LA RAZÓN ESPAÑA