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El festival Rock in Río cumple 40 años: del barro de los inicios al parque temático de la música

La crisis de los 40 parece que pasa de largo. El festival de música Rock in Río, que presume de ser el mayor de Latinoamérica, arrancó este viernes en Río de Janeiro con cuatro décadas a sus espaldas y en plena forma. En siete días espera reunir a unos 700.000 espectadores con reclamos como Travis Scott, Ed Sheeran, Karol G, Katy Perry, Shawn Mendes, Imagine Dragons, Avenged Sevenfold, Ed Sheeran, Gloria Gaynor o Mariah Carey. Para muchos de los asistentes, en realidad el cartel (son casi 200 artistas), es casi lo de menos: el festival se ha consolidado como una meca del entretenimiento total. El rock que predominaba en las primeras ediciones ha cedido espacio a otros géneros, y el pionerismo gamberro de los inicios se ha convertido en un festín para los patrocinadores, que se pelean por inyectar dinero en un evento gigante que no deja de crecer.

La historia del Rock in Río, que nació en junto con la redemocratización de Brasil, es, sobre todo, una historia de éxito empresarial. El gigante de Sudamérica salía del letargo de la dictadura militar (1964-1985) cuando un audaz publicista, Roberto Medina, tuvo la loca idea de montar un festival con bandas extranjeras, algo absolutamente excepcional en aquel momento en la región. Los grandes de la música en inglés raramente se dejaban ver por Sudamérica. No fue fácil convencerles: recibió 70 noes como respuesta, pero a base de insistencia, contactos y un bonito talonario consiguió cerrar un cartel para la primera edición en enero de 1985 con Queen, Iron Maiden, Rod Stewart, Ozzy Osbourne, Scorpions, AC/DC, Yes, George Benson y James Taylor.

Era un salto al vacío. Las autoridades embargaron las obras cuatro días antes de la apertura y el recinto, un descampado con un escenario enorme y poco más, se convirtió en un barrizal en el que chapotearon felices 1,3 millones de almas. Los que asistieron lo recuerdan como un caos y una maravilla al mismo tiempo. Freddie Mercury dirigiendo a una multitud cantando Love of my life fue uno de los momentos más memorables. Brasil entraba en el circuito internacional del show business y la juventud local decía “hola” al mundo en estado de ebullición: en pleno festival, el 15 de enero de 1985, Tancredo Neves fue elegido presidente de Brasil en la recién recuperada democracia.

Treinta años después, en 2015, el paisaje era bien diferente: supuestos restos de ese icónico barro del primer año se vendían como souvenir por un precio equivalente a 45 dólares. Los veteranos no dejaron escapar la oportunidad para pregonar que el Rock in Río ya no es lo que era y otros esperados lamentos nostálgicos. Es verdad que cambió radicalmente, pero vive su metamorfosis con paz de espíritu: “Hemos pasado de uno a siete escenarios, de una Ciudad del Rock dedicada a la música a una ciudad dedicada al entretenimiento. El festival se ha convertido en un gran parque temático de la música y atiende cada vez a un rango mayor de generaciones”, comentaba su vicepresidenta, Roberta Medina, hija del fundador. Bajo un sol abrasador, Medina andaba de aquí para allá en el ensayo general celebrado tres días antes de que arrancaran los conciertos supervisando que todo estuviera en orden.

No es tarea fácil. Para empezar, el recinto, que ocupa el parque olímpico de los Juegos de 2016 y terrenos aledaños, tiene 385.000 metros cuadrados y está salpicado de atracciones (noria, tirolina, montaña rusa…), escenarios de cartón piedra que imitan edificios como la Casa Blanca, la Pedrera o el Taj Mahal, 800 puntos de venta de comida y sobre todo, decenas de enormes stands, con varios pisos, miradores y salas vip de las marcas patrocinadoras. A medida que iba creciendo, el Rock in Río se ha ido convirtiendo en un gran cajón de sastre donde todo cabe.

El público en la primera edición del festival.
El público en la primera edición del festival.Frederico Mendes (Getty Images)

El rock, acompañando el ocaso que vive en la industria de la música, es casi testimonial y reservado a las viejas glorias. Pero esa queja recurrente ya está más que superada. También la de que la música nacional quedaba relegada a un segundo plano. Casi todos los grandes nombres de la música brasileña han pasado por aquí, y en los últimos años se abrió a géneros antes sutilmente vetados, como el funk carioca (Anitta actuó en 2019 en el escenario principal). Este año, por primera vez, el festival se rinde al género más escuchado en el Brasil de hoy, el sertanejo, una especie de country brasileño, con leyendas como el dúo Chitãozinho e Xororó y jóvenes superventas como Ana Castela. “Estamos orgullosos de ser un festival mainstream”, resume sencillamente Medina, que parece que ya tiene muy amortizadas las críticas de los puristas.

Su padre, el fundador, suele explicar que el Rock in Río ha sobrevivido todos estos años porque no fue la idea de un amante de la música, sino de un experto en márketing. Sabía que tenía en manos un producto con potencial y lo exprimió al máximo. La marca se internacionalizó a partir de 2004 con una versión del festival en Lisboa, donde aún se celebra, intercalándose con Río, un año en cada ciudad. También hubo ediciones puntuales en Madrid y Las Vegas, y desde el año pasado los Medina replican el formato que nació en Río en São Paulo, pero con otro nombre, The Town, para no herir sensibilidades.

Estos días, Río está a rebosar de turistas y los hoteles, llenos. Según los organizadores, el festival genera 32.600 puestos de trabajo y un impacto económico de 2.900 millones de reales (más de 520 millones de dólares). Pero la familia Medina no se detiene y tiene planes aún más ambiciosos, convertir el gigantesco recinto de conciertos en un parque temático permanente, con resorts, tiendas, restaurantes, un anfiteatro para 40.000 personas y pistas de patinaje sobre hielo. Se llamará Imagine, en homenaje al clásico de John Lennon, y está previsto que abra sus puertas en 2028. Las autoridades locales están encantadas de la vida y no ponen ni un pero a los sueños de grandeza del señor Medina. Vía libre para el rey Midas del entretenimiento.

Fuente: EL PAIS

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