El investigador Luis Antequera desvela que el delito romano que llevó al Hijo de Dios a la cruz fue la tapadera para ajusticiarle por blasfemia
Es perfectamente plausible aceptar que Jesús, efectivamente, fue condenado como sedicioso, de ahí la condena a la cruz. Es la conclusión a la que llega el investigador Luis Antequera tras someter a examen los textos evangélicos y otras tantas fuentes históricas, y que recoge en su nueva obra «Historia desconocida de la Pasión de Cristo» (Sekotia). El libro se adentra en los cinco días que, de acuerdo con el autor, «cambiaron la historia de la humanidad», desde su entrada en Jerusalén.
Según el estudioso, no se trata de una cuestión baladí, puesto hay quien considera que prevaleció en la condena la blasfemia castigada por la Torah, mientras que otros se decantan que acabó sentenciado por la sedición recogida en la Lex romana. O planteado en forma de interrogante: ¿Le mataron los judíos con la inestimable colaboración de los romanos o los romanos le mataron con la colaboración de los judíos? Antequera se sumaría a la tesis de otros estudiosos occidentales que consideran que el verdadero motivo de la muerte de Jesús fue eminentemente religioso, esto es, por blasfemia, pero sus enemigos consiguieron que se le presentara como culpable de un crimen de estado, esto es, sedición. O lo que es lo mismo, la sedición fue una tapadera de la blasfemia.
Pero, ¿sedición a la manera «indepe»? Antequera aclara que no se puede identificar al milímetro, pero sí en espíritu, con el delito español que fue eliminado en el año 2022 y que se refería a aquella persona que se alza «pública y tumultuariamente para impedir, por la fuerza o fuera de las vías legales, la aplicación de las leyes». Así, es ejecutado como «un guerrillero, un rebelde que se oponía al orden romano, un levantamiento contra el poder constituido», cuando en realidad no suponían ni él ni sus apóstoles un peligro real para el imperio. De hecho, en la escena del prendimiento en el Monte de los Olivos se encuentran sus discípulos con él. «Si verdaderamente fueran todos unos revolucionarios que atentaran contra el sistema, los habrían detenido a todos, incluido a un san Pedro agresivo que le corta la oreja a uno de los romanos. Sin embargo, solo se llevan a Jesús», argumenta Antequera.
El investigador no duda, porque así lo expresan las Sagradas Escrituras, de que existe una conspiración judía previa y que son ellos quienes propician el proceso.
«La blasfemia más importante de la que se le acusaba era haberse proclamado Hijo de Dios y Él mismo lo ratifica ante la instrucción que se lleva en el Sanedrín. El delito es la blasfemia y consideran que es reo de muerte, pero en ese momento de la Historia los judíos están privados del ‘ius gladii’, esto es, el derecho de espada, y no pueden condenar a muerte de forma oficial, aunque sí lo hagan de forma clandestina». Es más, Cristo debería haber sido lapidado de acuerdo con la ley judía. Sin embargo, la presencia en ese momento en Jerusalén de Poncio Pilato, gobernador de la provincia romana de Judea, hizo que los sumos sacerdotes no pudieran dar un paso al frente para acabar con Jesús. Por eso, dejan la pelota en su tejado echando mano de la sedición y por eso acaba en la cruz, que es la pena de muerte propia de los romanos.
Este punto de partida lleva a Antequera a cuestionar que la expresión «lavarse las manos como Pilato» permita blanquear al líder romano. El escritor certifica que ninguno de los cuatro evangelistas presenta al gobernador como alguien que esté deseando capturar a Jesús para darle muerte. E incluso habla de «cierta simpatía» de Pilato a Jesús y subraya que hizo múltiples intentos para salvarle.
«Es el más cruel de todos los personajes evangélicos», expone con determinación el autor de «Historia desconocida de la Pasión de Cristo» Así, le retrata como «un político sin escrúpulos capaz de ejecutar de la manera más atroz a la que sabe justa con tal de preservar el orden público».
Por todo ello, sentencia que «se trata de un proceso único e irrepetible, ni alegal ni ilegal, que no se da en ninguno de los ajusticiados de la época y que, por supuesto, se cometieron innumerables ilegalidades tanto del lado romano como del judío». Entre ellas, recopila el hecho de no respetar los plazos correspondientes, que la instrucción se hiciera de noche, que el Sanedrín no hubiera hecho una convocatoria en tiempo y forma, que fueran muy pocos los que estuviera juzgando…», apostilla. «Nadie puede esperar –continúa– que los procesos fueran muy limpios y acordes a derecho como lo son hoy, pero en el caso de Jesús fue especialmente anómalo».
Una vez terminado el proceso, llegó la pena capital. Y en este trance, otro episodio singular. «Es anómalo que Jesús resistiera tan poco tiempo en la cruz. Solo permanece vivo tres horas y cuando muere, los ladrones que están a su izquierda y derecha todavía siguen vivos», expone Luis Antequera sobre la agonía de Cristo. El motivo no es que fuera una persona especialmente débil: «Jesús debía ser un atleta, porque por la vida que lleva de recorrer miles de kilómetros a pie, debía de estar en un estado físico óptimo».
Para el investigador, el motivo es que el Hijo de Dios llega al madero agonizante: «Me sumo al planteamiento que hace Mel Gibson en ‘La Pasión’, que la paliza que recibe de los soldados romanos le deja moribundo». Y es que se sabe que hay crucificados que en ese mismo período llegaron a sobrevivir durante once días. «Esa paliza buscaba generar pena en el populacho para no culminar la sentencia de muerte, pero la multitud no se conforma», apunta el autor.
Fuente: LA RAZÓN ESPAÑA