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Cómplices y víctimas: mujeres, el eslabón más castigado del narcotráfico

Cuando Antonia recuerda a su hija Silvia la invaden sentimientos de ternura por imaginarla cuando era niña, agradecimiento por ponerse a trabajar muy joven para tratar de mantener a su familia pero, sobre todo, rabia por haberla perdido, posiblemente, como una víctima más del narcotráfico. Hace cinco años que no sabe nada de ella, pero resolvió que prefiere “no saber y que las cosas se queden así”.

Los nombres de ambas fueron cambiados para relatar su historia, que en el fondo habla del papel que juegan las mujeres en situación de vulnerabilidad en el mundo del “narcomenudeo” o “microtráfico”; la mayoría de ellas, jóvenes que ponen su vida en manos de un negocio que las vuelve prácticamente “descartables” para la venta, transporte y suministro de sustancias controladas a nivel local, nacional e internacional.

Silvia desapareció hace poco más de cinco años, cuando le fue encomendado un viaje a Chile, supuestamente para transportar cocaína al país vecino. En ese entonces, tenía 20 años y un pequeño hijo de tres, un padre gravemente enfermo y un hogar a punto de colapsar por la falta de alimentos, víveres y servicios médicos para subsistir el día a día. Por ello, la joven tomó la opción del microtráfico como una salida esperanzadora que significaba el alivio inmediato del pesar económico que la agobiaba junto con su madre, una vendedora ambulante desesperada.

Antonia asegura que poco a poco olvida los detalles “a la fuerza” por la tristeza de haber perdido a su hija, pero encuentra en su nieto un motivo por el cual seguir trabajando a diario.

Con solo 17 años, Silvia sintió sobre ella la responsabilidad de trabajar para sostener su hogar y ayudar a su madre con los gastos. Aunque ya sabían que su padre tenía cáncer en etapa terminal, las tareas de contener su dolor y comprar medicamentos que requería en su momento generaban gastos insostenibles para esta familia que, aún hoy, renta un cuarto para vivir en uno de los numerosos barrios del sur de Cochabamba, una zona alejada incluso de la parada del único taxitrufi que se acerca un poco al lugar.

El trabajo de Silvia como vendedora en el mercado La Pampa no era suficiente, así que empezó a laburar también de noche en algún bar próximo al centro de la ciudad. Los primeros tres meses fueron agotadores pero rindieron. Fue en este punto que el colegio y la posibilidad de graduarse como Bachiller quedó en el olvido para la joven, aunque trataba de calmar a su madre Antonia prometiendo que “algún rato” terminaría el colegio.

Ese mismo año Silvia se embarazó. El padre de su hijo es un excompañero de colegio que rechazó la responsabilidad, se escondió y luego huyó a otra ciudad, según se cree. Nunca más se supo de él.

Sabía que tener un hijo sola no sería fácil, pero decidió continuar.

Sostuvo ambos empleos. Solía decirle a su madre que iba a “trabajar normal hasta que se note la barriga” y luego ver otras opciones. Sin embargo, Antonia notó que su hija llegaba cada vez más tarde y muchas veces amanecía fuera de casa. Cuando cuestionaba sus horarios de trabajo, ella solo le respondía que el negocio había estado lleno y sus jefes le habían pedido que se quedara más horas trabajando.

“Me mostraba que le estaba yendo mejor. Algunas cositas más compraba y me decía que iba a ahorrar para la wawa, para el hospital, pañales y eso. Solo que yo notaba que estaba diferente, también se ponía mal por su embarazo, pero ha cambiado esos días, hablaba diferente o no quería estar mucho con nosotros. Así era”, recuerda Antonia.

A poco más de tres meses de haber iniciado con su trabajo nocturno, una madrugada, Silvia no retornó a su casa. Pasaron las horas de la mañana y el mediodía. Fue al final de la tarde cuando una de las vecinas y amiga de la joven fue a la casa de Antonia para avisarle que su hija había sido trasladada al penal de San Sebastián Mujeres. Acudió desesperada a averiguar lo que ocurrió

Cuando llegó no le permitieron ver a Silvia porque no portaba su carnet de identidad y porque el horario de visitas ya llegaba a su final. Al día siguiente volvió a la cárcel y pudo encontrarse con su hija.

Con mucha vergüenza y en voz baja la joven le contó que había sido arrestada porque su acompañante y amiga fue detenida en posesión de sustancias controladas cerca del local nocturno donde trabajaban. Antonia le preguntó si consumían drogas, a lo que su hija respondió que no, pero que sí habían empezado a vender “sobrecitos” desde hace un par de meses y que era mejor negocio, a su parecer.

Antonia no entiende, hasta hoy, sobre el manejo de ciertos procesos legales, pero asegura que Silvia no era acusada de forma directa, ya que en el momento de su arresto ella no cargaba con ningún paquete. Ella cree que el propietario del local donde ambas jóvenes trabajaban estaba relacionado con el negocio ilícito, pues asegura que este hombre contrató un abogado y visitaba a su hija en el penal. Incluso, le había prometido a la joven que ayudaría con algunos gastos en su familia “si le hacía caso”, pero jamás se presentó formalmente indicando su nombre y Antonia nunca conoció el lugar de trabajo de su hija.

Pasaron varios meses y el embarazo avanzaba en secreto y sin atención médica, hasta que Silvia obtuvo su libertad. Muy contentas, retornaron a su hogar. Sin embargo, durante las semanas siguientes nunca se volvió a mencionar el trabajo en el local.

Silvia tuvo a su bebé antes de tiempo, pero sin complicaciones, y sostenía un trabajo atendiendo otro negocio de venta de zapatos cerca del mercado San Antonio.

Debido a los periodos cortos en los que los comerciantes suelen contratar a las jóvenes vendedoras, ella manifestaba su frustración y, de pronto, volvió a trabajar de noche, ya que el dinero volvió a escasear, esta vez con la responsabilidad de un bebé y un padre enfermo.

Este “trabajo nocturno” era un tema muy presente en la familia, pero a la vez algo de lo que nunca se hablaba.

Pasaron tres años, Silvia ya tenía 20 y su hijo cumpliría tres, cuando surgió una nueva propuesta de trabajo para la joven madre. La oferta implicaba realizar viajes, aparentemente solo a Chile, transportando sustancias controladas y realizando trasbordos.

“‘No te puedo explicar todo, no vas a entender bien’ me ha dicho. Pero ella se ha confiado y ha agarrado nomás el trabajo. No le importaba mucho si le decíamos que no”, lamenta Antonia.

Fue entonces que Silvia emprendió el viaje. No llevó más que un pequeño maletín de mano con abrigos y le dijo a su madre que volvería con “platita”.

“Nunca más ha vuelto. Todo me saben decir, como era jovencita algunos creen que se ha escapado nomás, pero no creo. Algo ha pasado”, manifiesta.

Antonia no denunció el hecho como una desaparición por temor a las autoridades, debido al rubro en el que se involucró su hija. Pasaron cinco años desde la última vez que la vio, pero aun tiene una pequeña esperanza por su retorno.

Hace cuatro años falleció el marido de Antonia. Hoy vive en el mismo sitio, con su nieto que ya tiene ocho años, disfruta de la escuela y ama el fútbol.

Ella sostiene su hogar “como puede”. Algunas veces, cuando una amiga suya se va a ver a su familia al Trópico le presta un carrito para vender jugo de naranja; otras, se las arregla limpiando lápidas en el cementerio de la zona sur de la ciudad; y la mayoría de las veces es vendedora ambulante en la zona de La Cancha, ofreciendo fósforos, esponjas y otros pequeños artículos para el hogar.

Su nieto es “su consuelo”, alegra sus días y le da “fuerzas para levantarse todas las mañanas que Dios decide que hay que seguir”.

Actualmente, Antonia está fuera del país. Encontró cobijo en el taller de costura de una amiga en alguna ciudad de Argentina, donde según anunció, inciaría “una nueva vida con la bendición del creador”.

La historia de Antonia y Silvia, cuyos verdaderos nombres fueron ocultos incluso para esta entrevista, realizada bajo estricto condicionamiento por el temor de las fuentes y del contacto facilitador, es la de muchas mujeres que son usadas como “herramientas desechables” del narcotráfico. Mujeres como Silvia, según se asegura, son quienes menos ganancias obtienen en la escala de dicho negocio ilícito, pero son quienes caen primero ante la justicia y quienes más tiempo pasan en las cárceles

MUJERES CRIMINALIZADAS POR DROGAS

La abogada, investigadora y coordinadora de Acción Andina – Bolivia, Gloria Achá, lamenta que la mayor parte de las mujeres presas en el país se encuentren en esta situación a causa de delitos relacionados con el narcotráfico. Esto implica el transporte, venta y suministro de sustancias controladas.

La Ley 1008, del Régimen de la Coca y Sustancias Controladas, no suele incidir en la diferenciación de penas punitivas entre quienes transportan, venden o consumen drogas, y tampoco en las cantidades. Según el análisis de la jurista, la falta de políticas de drogas en el país tiene efectos graves respecto a los peligros a los cuales se expone a las mujeres que se dedican al narcomenudeo o microtráfico, entre ellas, violaciones, trabajo sexual forzado, trata y tráfico de personas e incluso asesinatos.

Achá manifiesta que la criminalización de las mujeres en torno a este negocio ilícito tiene como efecto la vulneración de los derechos de las implicadas. Quienes transportan, consumen y venden al menudeo son las más afectadas.

Hay al menos cuatro ámbitos en los cuales se vulnera los derechos de las mujeres en el mundo del narcotráfico.

1. Según estudios realizados por Acción Andina Bolivia, se deduce que el narcotráfico tiende a utilizar a las mujeres como si se tratara de un “objeto desechable”. Es decir, se las usa para un fin y luego no les importa el bienestar de las mismas, quienes en el peor de los casos pueden llegar incluso a perder la vida.

2. La vulneración a los derechos de las mujeres se da en el ámbito del denominado “narcomenudeo”, en el cual -en realidad- las ganancias resultan ser muy ajustadas para que las implicadas puedan sostener a sus familias.

3. Las familias de las mujeres encarceladas sufren un impacto que, muchas veces, suele ser irreparable. Las fracturas que se ocasionan entre ellas y sus hijos, además de sus parejas, llevan a la disolución de los hogares. Por este motivo, Achá indica que se debe trabajar en alternativas al castigo y al encarcelamiento de las jefas de familia y demás mujeres, que les permitan sostener empleos y fuentes de ingreso, así como estar presentes en sus hogares y la formación de sus hijos.

4. En el caso de las mujeres que son drogodependientes, que muchas veces lo son junto con sus parejas, se debe elaborar políticas que permitan trabajar terapias efectivas para las mismas.

“Estas organizaciones de narcotráfico se han diversificado, incluso hasta llegar a la trata y tráfico de personas, en este marco, reclutan a mujeres con supuestos trabajos que son prometidos a ellas y luego aparecen en prostíbulos. No solo son obligadas a prostituirse, sino también a llevar drogas”, explica.

La abogada lamenta que muchas de estas mujeres son “atrapadas” por la Policía y trasladadas a las cárceles. “Son ellas las que pagan y ni siquiera los reclutadores. Estando ahí son amenazadas”.

Achá describe que, durante algunas visitas a las internas implicadas en casos de narcotráfico, se registraron varios testimonios de jefes de ciertos clanes que “compran” el silencio de las mismas a cambio de sostener económicamente a sus familias fuera del penal, una especie de amenaza y extorsión.

CARACTERÍSTICAS DE LAS MUJERES

La característica principal de las mujeres que son criminalizadas por el narcotráfico es que atraviesan por etapas de suma vulnerabilidad, marcada por la pobreza y la crisis económica en sus hogares.

Estas mujeres son: jóvenes, están en situación de desesperación económica y la mayoría tienen hijos y son madres solteras.

Las implicadas suelen cumplir roles subalternos dentro del esquema del narcotráfico; es decir, se dedican al narcomenudeo, transporte y venta de pequeñas cantidades de sustancias controladas.

Según el director general de Régimen Penitenciario, Juan Carlos Limpias, las situaciones sociales de las mujeres implicadas en delitos de narcotráfico son similares. Muchas de ellas son “cabezas del hogar” y manifiestan la necesidad de cumplir con su responsabilidad de manutención de sus hijos como el principal motivo que las llevó a cometer los delitos mencionados. “Se escucha con frecuencia eso”.

Limpias indica que son muy pocos los casos de reincidencia cuando se habla de mujeres recluidas por narcotráfico.

“Una mujer, generalmente, no tiende a volver. Es un número muy reducido. Estamos realizando un estudio para conocer a ciencia cierta los porcentajes de reincidencia, de reingreso, porque son dos cosas distintas”.

La autoridad manifiesta que, en los penales, las internas implicadas en delitos relacionados con el microtráfico o narcomenudeo suelen ser candidatas para los procesos de indulto. Agrega que Régimen Pemitenciario está trabajando en la temática.

Fuente: OPINIÓN

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