Anwar Luz fue invitado por la República Islámica a formarse en una institución religiosa de Qom, la ciudad santa del islam chiita. La experiencia, sin embargo, estuvo lejos de ser como esperaba
Anwar Luz es un estudiante sudamericano que fue invitado a estudiar en una institución religiosa de Qom, la ciudad santa iraní del islam chiita. Lo que para cualquier persona podría ser una experiencia enriquecedora, para este musulmán converso se terminó convirtiendo en una verdadera pesadilla.
En realidad, Anwar Luz es un seudónimo que eligió este estudiante para preservar su identidad. Su historia en primera persona la narró en un artículo para la revista New Lines Magazine, en la que describe con lujo de detalle sus meses en Irán.
Anwar presentó su pasaporte casi entregado. Después de un largo y cansador viaje desde Sudamérica, entendió que no podía tirar todo por la borda tan rápidamente. La advertencia de un estudiante mexicano que escapó por la noche para advertir en su embajada en Teherán lo escandaloso de la vida en la universidad le hizo abrir los ojos, pero aún así decidió seguir adelante con la aventura.
El musulmán converso llegó a esta institución como parte de una delegación de estudiantes religiosos latinoamericanos. “No fue un acuerdo turbio, ni secreto en modo alguno: Irán mantiene buenas relaciones con varios gobiernos latinoamericanos y opera abiertamente en estos países”, explica.
En sus clases, los profesores promovían la ideología del régimen a través de videos y recordatorios en español, dirigidos especialmente a musulmanes conversos nativos de Sudamérica.
“Su propaganda es una mezcla de retórica nacionalista y de extrema izquierda, con ecos de las narrativas oficiales de los gobiernos de izquierda de la región, incluidos los de Venezuela, Bolivia y Cuba. HispanTV, por ejemplo, es el principal canal utilizado para la divulgación religiosa y política en América Latina. El tono y el mensaje son similares a los del canal estatal ruso RT en español: la raíz de todos los males en nuestra región es Estados Unidos y sus aliados. Esto se identifica como un punto de vista de izquierdas, ya que es la misma línea política que el medio de comunicación estatal venezolano, teleSUR, que de hecho a menudo promocionaría contenidos y compartiría recursos con HispanTV”, precisa Anwar.
Muchos países latinoamericanos albergan organizaciones culturales-religiosas que tienen como principal objetivo tender puentes con Irán. El régimen quiere que estas sean lideradas por nativos del país. Para Irán, Anwar era el candidato perfecto para llevar a cabo esa tarea ya que era relativamente nuevo en el islam y se esforzaba por encontrarle sentido a sus diferentes sectas y grupos. Es decir, todavía no se cuestionaba tanto y tenía la mente más limpia y abierta.
“Sentía especial curiosidad por el chiísmo, tanto desde una perspectiva filosófica, a la que me había acercado leyendo la obra del orientalista francés Henry Corbin, como desde una perspectiva política. Los enérgicos llamamientos a la justicia de pensadores iraníes como Ali Shariati resonaban en mí de un modo que no lo hacía el pensamiento suní dominante”.
Su curiosidad le puso en el camino una organización chií en su país. Se comunicó con ellos y rápidamente recibió un llamado y una invitación a cenar con un erudito religioso, que casualmente visitaría su ciudad esa semana. Se trataba de su futuro reclutador: el jeque Gray Beard.
“Conectamos casi de inmediato y pasamos incontables horas hablando en profundidad de teología, filosofía y política. Me impresionó su rigurosa formación académica y, dado que aún no estaba seguro de lo que pensaba de la ideología dominante en Irán -el jomeinismo, llamado así por el primer “líder supremo” de la República Islámica, el ayatolá Ruhollah Jomeini-, le pregunté y lo desafié, para ponerlo a prueba”.
Anwar se sorprendió al encontrar una persona crítica con el anterior presidente de Irán, Mahmud Ahmadineyad, y con ciertos aspectos del régimen. Con respecto al jomeinismo, afirmaba que era secundario frente al chiísmo y que “el sistema iraní era un asunto iraní que no debía afectar a los musulmanes de fuera de Irán”. Básicamente, decía lo que Anwar quería escuchar.
Semanas después volvieron a reunirse y el jeque le transmitió que había sido elegido para estudiar en Irán durante cuatro años. Todo subvencionado por el régimen.
“Me quedé estupefacto y no entendía qué me había hecho merecedor de esta oportunidad, sobre todo porque no ocultaba que era muy escéptico tanto con el jomeinismo como ideología política como con algunos de los principios básicos del chiismo. Sin embargo, Irán me fascinaba y me parecía que podía ser una experiencia vital increíble. Me dijo que aprendería persa y árabe, estudiaría filosofía y podría convertirme en un erudito”, recuerda Anwar.
Pese a sus ganas y entusiasmo, rechazó la propuesta porque no quería dejar a su esposa durante tanto tiempo. Fue allí cuando la actitud del jeque Gray Beard dio un giro de 360 grados. “Empezó a ser muy manipulador. Intentó avergonzarme sutilmente por mi elección de seguir una carrera en lugar de la educación religiosa, llegando incluso a culpar a mi mujer de impedirme desarrollar mi ‘verdadero potencial’”.
Anwar insistió en que no quería dejar a su esposa pero el jeque no se dio por vencido. Utilizó a la religión y mencionó una “llamada superior”. Por si fuera poco, le dijo que el régimen de Teherán pagaría también sus estudios. “Me sorprendió e inquietó la cantidad de esfuerzo (y dinero) que se estaba haciendo, pero me pareció una oportunidad única en la vida”, relata. Finalmente aceptó una vacante en el curso de dos meses.
Gray Beard nunca mencionó que las clases tendrían contenido político o ideológico y que ser estudiante implicaría que Anwar estaba obligado a trabajar para Irán.
Recibió los tickets de avión y el visado tres días antes de la fecha de salida. El precio lo sorprendió: era más del doble de lo que esperaba y lo pagó en efectivo.
Viajó con un compatriota también musulmán de quien se hizo muy amigo. Tras una escala en Estambul, despegaron hacia Teherán. Cuando el avión comenzó a descender, solicitaron a las mujeres que se pusieran el velo. “Me llamó la atención que el 99% de las mujeres, casi todas iraníes, no optaron por ponérselo desde el principio del viaje”, rememora Anwar .
“¡Salam aleykum, hermanos!”, gritó un hombre alto y elegante, vestido con un traje sin tirantes, como es habitual en los funcionarios iraníes, que los esperaba en el aeropuerto.
Tras una hora de viaje en coche, llegaron a Qom. “Después de más de dos días de viaje y largas esperas en los aeropuertos entre vuelo y vuelo, estaba impaciente por explorar este nuevo mundo”.
El grupo arribó a la universidad, pero a Anwar le pareció más una cárcel que una institución educativa. “En cada pasillo había uno o dos retratos de Khamenei, y empecé a sentirme incómodo cuando me di cuenta de que había cámaras de televisión en circuito cerrado que cubrían todos los ángulos del edificio, excepto los dormitorios y los baños. Aquí fue donde me exigieron y se llevaron mi pasaporte”.
Anwar se reencontró con Gray Beard y le preguntó por qué debía entregar su pasaporte. Le respondió que por razones de seguridad. “¿Me lo devuelve?”, le consultó. “Claro, pero tendrías que devolvernos el billete de avión”, fue la respuesta del jeque.
El billete de avión ahora costaba el doble o el triple de su precio normal y Anwar debía pagarlo en ese momento por adelantado sólo para que le devolvieran el pasaporte. “Estaba atrapado”, recuerda con tristeza.
El jeque Gray Beard ahora parecía frío y distante. Vivía muy cerca de la universidad pero nunca estaba disponible. Anwar solo lo vio tres veces en Irán. “En ese momento, comprendí que su misión había terminado. Debía haber recibido su comisión de reclutamiento y se había marchado”.
En la habitación que compartía con otros cuatro estudiantes había un televisor con solo programas religiosos de la televisión estatal, aunque disponibles en muchos idiomas. En la pared destacaba un retrato de Khamenei.
En su primera clase un estudiante preguntó qué proporción de la población musulmana del mundo era chií. “Bueno, no tengo una cifra exacta, pero entre el 40 y el 50%”, respondió el jeque Comic.
Se estima que los chiíes representan en realidad entre el 10% y el 15% de la comunidad musulmana. “Pero, puesto que el objetivo era presentar el islam a los latinoamericanos, era mejor hacerles creer que estaban recibiendo el islam mayoritario, no una subsección de una subsección”, sostiene Anwar .
Los profesores también repetían constantemente que Khamenei era el líder de todos los musulmanes del mundo: “No sólo de los chiíes, ni de los iraníes, sino de todos los musulmanes”.
Para Anwar era difícil permanecer en silencio, agachar la cabeza y consentir. “Empezamos a desarrollar un doble pensamiento, a caminar por la línea entre lo que realmente creíamos y lo que fingíamos creer. Al cabo de un tiempo, la distinción entre ambas empezó a desmoronarse y ya no sabíamos qué era verdad”.
Al tercer día, Anwar se dio cuenta de que ninguna de las materias tenían valor académico o religioso, salvo las clases del Corán, a las que describe como “el único aspecto positivo de la carrera”. “Todo lo demás era o extremadamente básico, o completamente demencial, o propaganda ridícula y obvia”.
Un día normal en la universidad consistía en levantarse al amanecer para rezar, antes de la clase de lectura de árabe y recitación del Corán, para luego continuar con clases durante toda la mañana. Pese a que el ritmo de estudio no era intenso ni exigente, los alumnos tenían poco tiempo para actividades de ocio. A las nueve de la noche debían estar de vuelta para cenar y acostarse. “Teníamos muy poco tiempo fuera de las clases, por eso aprovechaba la mayoría de los descansos para salir a pasear por Qom con otros estudiantes. Era un soplo de aire fresco muy necesario y forman algunos de mis mejores recuerdos”, recuerda Anwar .
Estudiar en Irán le proporcionó una visión única de cómo el país se percibe a sí mismo y de su visión del mundo. “Como alguien que esperaba una base religiosa, enseguida me di cuenta de que me estaban lavando el cerebro a medias. De hecho, el primer día hicieron una broma al respecto, diciendo: ‘”¡No necesitaríamos lavarles el cerebro si no se los envenenaran tanto!’”.
En una clase sobre la ley islámica, les enseñaron cómo utilizar el servicio de una trabajadora sexual de viaje, disfrazándolo de “matrimonio temporal” (o “muta”, que significa literalmente “placer”) y siendo la dote el dinero pagado por el “servicio”.
El jeque Comic hizo referencia a la “sexualidad latinoamericana sin límites”, al afirmar que en la región “nadie sabe realmente quién es hijo o hija de quién”. Anwar lo enfrentó. Después de ese episodio, se convirtió en “su némesis personal”.
Las clases de historia islámica eran como “un panfleto incendiario sobre la opinión del principal ‘hermano adversario’: los suníes”. “Esto me resultó chocante, ya que iba en contra de la postura oficial iraní de ‘celebración de la unidad’ entre sectas”. Figuras del sunismo como los primeros califas Abu Bakr y Umar o el imán Abu Hanifa eran objeto de burla y degradación. “Empezó a ser extremadamente agotador ir a clase cada día y escuchar lo que era esencialmente odio organizado. Aunque la mayoría de los asistentes no tenían ni idea de quiénes eran esas figuras religiosas desaparecidas hacía mucho tiempo, nuestros profesores gritaban sobre ellas como si estuvieran en la sala delante de nosotros”, relata Anwar.
Mística islámica, la materia que más entusiasmaba a Anwar, era en realidad un ataque contra la “espiritualidad suní” o sufismo (“tasawwuf”). Según esta clase, todo el objetivo de las órdenes sufíes (“turuq”) era “oscurecer la luz del verdadero Islam” (representado, por supuesto, por los imanes chiíes) y dar a las masas una “falsa espiritualidad” para que obedecieran a los gobernantes suníes, de acuerdo a palabras del propio Anwar .
“Estaba bastante claro que el objetivo principal era adoctrinarnos en soldaditos sectarios, para que no sintiéramos la presión ideológica de ser una minoría chií muy pequeña dentro de nuestra ya minúscula comunidad latino-musulmana”, sostiene Anwar .
En clase de doctrina chií les enseñaban que eran lo que los suníes no son. Anwar chocaba constantemente con los profesores, sobre todo cuando tergiversaban lo que él sabía que eran creencias suníes. “Durante las pausas para comer, asistía a sesiones extra con un erudito iraquí que intentaba hacerme conciliar mi amor por los compañeros del profeta Mahoma (tal y como lo reivindican los suníes) con mi amor por los familiares del profeta (que hoy reivindican sobre todo los chiíes). Finalmente se rindió y llegó a la conclusión de que, para amar plenamente a la familia del profeta, tendría que rechazar a los compañeros que supuestamente les habían hecho daño. Esto supuso un punto de ruptura para mí y me llevó finalmente a divorciarme del chiismo”.
El final del curso
Sobre el final del curso, Anwar seguía chocando con los profesores. En uno de los exámenes finales utilizó la habitual marca suní de respeto tras mencionar al segundo califa, Umar. “Me di cuenta de lo que había hecho después de entregar la redacción y sentí una intensa angustia por las consecuencias que podría tener este acto sin sentido de rebeldía infantil. ¿Se hartarían finalmente de mí? ¿Acabaría en la cárcel o en una zanja?”.
Finalmente todos aprobaron con notas perfectas. Recibieron sus diplomas y se graduaron oficialmente en teología chiíta.
Anwar creía que sería castigado, pero sin embargo se sorprendió al enterarse que le habían ofrecido un puesto como director de un centro islámico en su país. Todo pago y recibiría su salario directamente de ellos. “Me quedé atónito: ¿cómo podía haber quedado más claro que yo no era un creyente jomeinista? Les di las gracias porque sentí que era lo que esperaban de mí, y me fui”.
Le devolvieron su pasaporte y retornó a Teherán. Allí confirmó la ausencia de la llamada a la oración; no se emite por megáfono, como es habitual, porque los vecinos se quejan del ruido, según Anwar. “En el corazón de la República Islámica, no existe tal llamado a la oración”.
Durante los tres meses que pasó en Irán, estudiando y viajando, no conoció a nadie (con excepción del personal de la universidad) que apoyara al régimen. “Nunca me arriesgué a compartir mi opinión, pero esas fueron las opiniones que me encontré. No estoy diciendo que el régimen no goce de ningún tipo de apoyo por parte de ningún sector de la población (lo cual sería una afirmación absurda). Mis historias son meras anécdotas. No hablo farsi, y son sobre todo las clases acomodadas las que hablan inglés, pero ésta fue mi experiencia”, concluye Anwar en su relato para New Lines Magazine.
Fuente: Infobae