¿Guerra de Corea o crisis de los misiles? Los posibles escenarios del fin de la invasión rusa de Ucrania
En el primer aniversario de la invasión rusa de Ucrania, nuevas perspectivas geopolíticas parecen seguir tres ejes. El primero de ellos se refiere al equilibrio Este-Oeste-Sur tal y como evoluciona bajo el efecto de la guerra en Ucrania.
El segundo se basa en los posibles desenlaces del conflicto ucraniano, en torno a dos hipótesis básicas. La primera, la de un estancamiento duradero, con exclusión del fin de la guerra en 2023. Se trata del escenario de la “Guerra de Corea” que duró tres años. La segunda, la de un desenlace en 2023 que podría resultar de una serie de escenarios como una derrota ucraniana (improbable); un colapso del Ejército ruso (plausible); un cambio de liderazgo político en Moscú (improbable a falta de una derrota militar); un avance ucraniano que amenace la posición rusa en Crimea (escenario que podría desembocar en una negociación ruso-estadounidense “al límite” con las amenazas nucleares rusas).
Por último, el tercer eje se basa en los riesgos de apertura de nuevos frentes. En Oriente Próximo, debido al acceso de Irán al estatuto de “Estado al umbral nuclear” o a una aventura militar de Turquía. En el Indo-Pacífico, debido a una estrategia de toma de control de Taiwán por parte de Pekín. En el frente de Oriente Próximo, Putin, en apuros en Ucrania, puede verse tentado a encender la mecha de una nueva gran crisis. En el frente asiático, la cuestión de fondo es la de una posible sincronización de las acciones de Rusia y China para poner a prueba la capacidad de Estados Unidos y sus aliados de defender lo que queda del orden mundial (occidental).
Como primer análisis, la guerra de Ucrania nos ha enseñado tres lecciones. Primera, un eje Moscú-Pekín quiere desafiar la apariencia aún existente de orden internacional, considerado dominado por Occidente que se ha mostrado capaz de oponerse al asalto ruso con una capacidad de reacción más firme y unida de lo esperado. Segunda, los países del “hemisferio Sur”, sin aprobar a Rusia, se muestran equívoco en su conjunto. Tercera, potencias medias como Turquía, Arabia Saudí o Irán – además de India, que tiene muchas de las características de una gran potencia – están afirmándose en el escenario internacional. En efecto, el peso de algunos de estos países ha cambiado. Si India, Turquía o Arabia Saudí siguen manteniendo, o incluso desarrollando, vínculos económicos con Rusia, la eficacia de la estrategia occidental de estrangulamiento económico de Rusia se ve frustrada. Por otra parte, cuando se trata del cambio climático o de otras “cuestiones globales”, los actores occidentales, especialmente Europa, necesitan el apoyo de todo el mundo, incluido estos países.
Como segundo análisis, se observa que la guerra de Ucrania ha reforzado el poder de atracción de China. La actual reticencia de muchos países del “Sur” a apoyar la línea occidental sobre Rusia – en África, Asia o América Latina – se debe, al menos en parte, al ascenso de China y a la consiguiente tensión entre este país y Estados Unidos. Quizá sea ésta una de las claves tácitas de la actual división entre “Occidente y el resto” con la invasión rusa como detonante. Mientras que los países occidentales viven la una vuelta a la guerra en Europa, debido a un acto de agresión apoyado políticamente por China, los dirigentes de muchos países del “hemisferio Sur” ya se sitúan en un enfrentamiento entre China y Estados Unidos, con la angustia de tener que elegir entre ambas potencias. A finales de diciembre pasado, en una conferencia transatlántica, varios líderes de democracias latinoamericanas confiaron que defenderían los valores liberales, pero al mirar su balanza comercial, no tomarían partido contra China.
Volviendo a la guerra en Ucrania, ¿podemos esperar su fin este año? Las hipótesis imaginables se dividen en dos categorías. La primera radica en un estancamiento duradero en el que ninguna de las partes se percibe a sí misma como perdedora o ganadora como para buscar el fin de la lucha. Por lo tanto, es muy plausible que el actual estancamiento continúe mes tras mes, durante años, hasta que ambas partes se queden sin fuerzas. Este es el escenario de la Guerra de Corea, que duró tres años. La cuestión en esta hipótesis es saber dónde estará la línea del frente cuando cesen los combates. Ucrania podría, como Corea, experimentar un final de facto, sin negociaciones de paz.
La segunda categoría de hipótesis se basa en un desenlace en 2023 que podría provenir de una ruptura, a favor de Rusia o de Ucrania -más probable-, que podría acelerar el desenlace de la guerra. Si los rusos estuvieran a punto de perder Crimea, ¿no sería este un caso en el que Putin amenazaría esta vez definitivamente con el uso de armas nucleares? ¿No nos encontraríamos entonces en un escenario del tipo “crisis de los misiles” (Cuba 1962), a la que ha aludido Biden? Como ocurrió durante la crisis cubana, ¿no habría una verdadera negociación ruso-estadounidense al borde del abismo, que concluyera con una solución que salvara la cara del líder ruso (pero nada más)? Es posible que implique un episodio paroxístico que ofrezca a Putin una forma de “derrota gloriosa”.
Si hay muchas posibilidades de que la guerra en Ucrania continúe durante meses o incluso años, ¿no deberíamos temer también la apertura de otros frentes? Sí, hay dos crisis posibles. Un frente posible es el Irán nuclear y el Oriente Medio inflamable. Al aplazar las propuestas finales de las cinco potencias nucleares oficiales (con Alemania y la UE), los iraníes parecían haber optado por llegar hasta el final en la adquisición de un arsenal de material fisible para alcanzar el estatus de “Estado al umbral nuclear”.
Ahora bien, Rusia – para obtener armas – parece haber entrado en un pacto “fáustico” con Teherán. Todo indica que, en el contexto de la guerra de Ucrania, no se opone al objetivo iraní, como tampoco lo hará China. El acceso de la República Islámica al estatus de Estado nuclear es suficiente para poner en marcha una dinámica de proliferación, al menos inicialmente por parte de Arabia Saudí. Además, dará a los dirigentes iraníes un elemento adicional de confianza para incrementar sus acciones agresivas en la región. ¿No podemos imaginar en este contexto que los israelíes llevarán a cabo una campaña de ataques contra las instalaciones nucleares iraníes? Por otra parte, se puede imaginar muchos escenarios de crisis en la región: un nuevo ataque iraní (desde Yemen o no) contra objetivos importantes en Arabia Saudí, acciones israelíes que provoquen una reacción desproporcionada de los iraníes, error de cálculo de los dirigentes iraníes que les lleve a “ir demasiado lejos” en su programa nuclear y obligue así a Occidente a reaccionar, etc. Y todo ello en un contexto en el que la irrupción de China como actor geopolítico en la región (véase la visita triunfal de Xi Jinping a Riad en diciembre de 2022) y la continua “retirada”. estadounidense aumentan las incertidumbres regionales de Oriente Medio.
A todo ello, hay que añadir tres factores. En primer lugar, el debilitamiento del régimen iraní, debido a manifestaciones de una magnitud sin precedentes, parece tener un efecto paralizador sobre Washington. Cualquier intento de relanzar las negociaciones nucleares es percibido -con razón o no – por la clase política estadounidense como una traición a las aspiraciones del pueblo iraní. Además – y ésta es quizá la cuestión más grave -, ¿no le conviene a Putin, en un momento en que tropieza en su empeño en Ucrania, encender la mecha de otra gran crisis en Oriente Próximo, aún más inflamable por la situación iraní? El tercer factor “agravante” es el conjunto de otras fuentes de tensión, como el conflicto israelopalestino o Turquía de Erdogan. Este último debe enfrentarse a unas difíciles elecciones en junio de 2023 y puede verse tentado por una aventura militar contra Grecia, o en el noreste de Siria o en Irak, de nuevo con luz verde de Moscú y mientras los estadounidenses tienen la cabeza en otra parte como en Asia. Así pues, Taiwán y el eje Moscú-Pekín se inscribieron a finales de 2022, con maniobras intensivas de intimidación militar del ejército chino en torno a Taiwán que recuerdan a las de este verano tras la visita de la Sra. Pelosi a la isla. Para muchos observadores, la cuestión no es si Pekín atacará Taiwán, sino cómo y cuándo ocurrirá. Las fechas de 2024 (elecciones en la isla) y 2027 (fin del actual mandato de Xi Jinping) se citan a menudo como plazos importantes. Sin embargo, ¿no ha comenzado ya el intento de absorción? ¿No se intensificará con todo tipo de presiones (embargos, medidas políticas, acciones militares coercitivas) en los próximos meses? Además, ¿no se esforzará el presidente chino, que acaba de consolidar su poder, por acudir en ayuda de su “socio estratégico” ruso? ¿Pasar del apoyo meramente político a un apoyo más práctico? ¿Qué lecciones extrae China de la guerra de Ucrania, pero también del espectacular rearme japonés, o de la creciente agresividad de Corea del Norte?
La invasión de Ucrania genera la ecuación más difícil de descifrar: ¿no pueden Moscú y Pekín sincronizar más sus operaciones? ¿Un aumento de las tensiones en torno a Taiwán no reduciría la atención de Washington sobre el conflicto en Ucrania? ¿No nos dirigimos hacia una situación de dos grandes crisis – en Europa y Asia Oriental -, por no mencionar las crisis regionales precitadas? En caso de nuevas deflagraciones geopolíticas además de la actual, ¿en qué dirección – Este u Oeste – pesarán las “potencias medias” y los países del hemisferio Sur? Por último, ¿no podría llegar un momento en que dos miembros del trío Estados Unidos-China-Rusia – o incluso los tres juntos -considerasen necesario detener la guerra en Ucrania?
En conclusión, desde una perspectiva europea, debería hacerse hincapié en un relato sobre Ucrania para evitar que la prolongación del conflicto lo trivialice y provoque un “cansancio de la guerra”, que puede ser aprovechada por los adversarios de Occidente. Una declaración política de las principales potencias transatlánticas – posiblemente en la línea de los 14 puntos del Presidente Wilson en enero de 1918 – podría, por ejemplo, tanto apoyar los objetivos de guerra ucranianos como ofrecer al mundo una visión más clara del orden internacional.
Fuente: LA RAZON ESPAÑA