En su cumpleaños N° 60, elegimos contar la otra parte del mejor de la historia: la adicción a las apuestas y sus deudas de juego, las dudas con la muerte del padre que lo salpican y algunas cuestionables actitudes con compañeros y rivales: maltratos, tiranías, revanchismo, ataques verbales y hasta físicos
También son conocidas las numerosas y largas noches que pasó con amigos y compañeros jugando a distintos juegos de cartas, muchas veces por sumas muy importantes de dinero. “En la parte de atrás del avión jugaba por mucho dinero con Pippen y Harper”, contó Will Purdue, quien prefería las manos de un dólar contra John Paxson y BJ Armstrong en la parte de delante de esos vuelos. Hasta ahí, algo habitual, normal o, al menos, no problemático, en principio. Sin embargo, con el tiempo surgieron historias –con pruebas- que marcaron que lo suyo pudo ser un tema importante (¿una compulsión?), al menos uno que pudo generar suspicacias y dudas.
Una madrugada de 1993, horas después del Juego 1 de la final del Este contra los Knicks, Mike fue visto por primera vez públicamente apostando de madrugada en un casino de Atlantic City. El dijo que fue para despejarse, con su familia, que no hizo nada mal, pero la prensa aprovechó para recordar dos hechos anteriores que, unidos, mostraron otra cara de Su Majestad. En febrero de 1992 fueron encontraron dos cheques firmados por Jordan en un maletín de un prestamista (Eddie Dow) que totalizaban 108.000 dólares, y el abogado del acusado aseguró que tenían que ver con el pago de deudas de juego por parte de MJ. Meses después, en octubre, la Policía de North Carolina arrestó a un tal Slim Boucher por posesión de cocaína y lavado de dinero. Y encontró en su bolsillo otro cheque de Michael por 57.000 dólares. Primero Jordan dijo que se trataba de un préstamo pero, en el juicio contra Bouler, tuvo que asistir como testigo y admitió que era por una deuda de apuestas en rondas de golf. “Mentí por vergüenza”, admitió.
En 1993, cuando no pocos se preguntaban hasta qué punto el deportista más famoso estaba metido en problemas, se publicó el polémico libro de un empresario de San Diego (Richard Esquinas), con un título grandilocuente que invitaba a creer lo peor: “Michael y yo: nuestra adicción a las apuestas, un grito de ayuda”. Esquinas asegura haber realizado apuestas de golf con él durante cuatro años y haberle ganado 1.252.000 dólares en un solo día. Esquinas aportó fechas, lugares y hasta pruebas de los depósitos de pago que le hizo Su Majestad y cerró con un supuesto consejo de amigo. “Yo estoy tratando mi adicción, creo que él debería hacer lo mismo. Todo esto es mi catarsis pero también lo hago por su bien”, declaró generando un gran revuelo mediático.
Para abonar esa versión la adicción debería haber sido más grave de lo que parece, con el riesgo de que la NBA enfrentara un caso como el que sufrió la MLB en 1989 con el beisbolista Pete Rose, expulsado de por vida tras una investigación por conexiones con apuestas ilegales. “Me hicieron unas preguntas y nada más”, informó Jordan. “Nunca llegó a niveles de crisis”, aceptó el comisionado, buscando erradicar las versiones sobre su presión hacia el astro.
Los más osados, incluso, se atrevieron a relacionar el tema –y las posibles deudas de Michael- con el asesinato de su padre, el 3 de agosto de 1993, en un extraño robo al costado de una ruta. Un homicidio que, por pruebas encontradas, generó todavía más dudas. Pero, realmente, parecía todo un exceso, casi como buscando que el ídolo empezara a caer de su pedestal.
Charles Barkley, compañero habitual en los campos de golf, puso en blanco sobre negro la devoción que su ex amigo -hoy no se hablan- tenía por las apuestas. “Habitualmente yo jugaba por dinero, pero por un par de cientos de dólares por hoyo. Pero Michael era capaz de hacerlo por 100.000. Yo soy más de ‘este hoy vale 200 dólares’ y él me diría ‘súbelo, Charles. O correte mi camino’. Yo le diría, ‘bueno, ¿cuánto vale este golpe para vos?’ Michael me contestaría ‘300.000 dólares’ y yo, por supuesto, me retiraría”, detalló. Pero fue el mismo Jordan quien admitió sus problemas de apuestas en un famoso programa de TV (60 Minutos), en octubre del 2005. “Sí, me metí en situaciones de las que no pude escapar y forcé un poco todo. Mi desesperación por ganar me hizo pasarme de la raya. Fui estúpido y sin dudas es una de esas cosas de las que me arrepiento. Me avergüenzan”, dijo.
-¿Pero llegó a ser una compulsión?
-Depende de cómo lo mires. Si estás dispuesto a poner en peligro tu modo de vida y a tu familia, entonces sí lo es.
-¿Pero usted llegó a poner en peligro su modo de vida y el de su familia?
MJ pensó, hizo una pausa y contestó con una palabra: “No”.
Tiempo después, ampliaría el concepto. “No tengo problemas con las apuestas, tengo un problema con la competitividad. Apostar podría dejar en cualquier momento”, aseguró para no dejar dudas.
Claro, eso fue parte de su vida privada, algo que seguramente uno no pueda cuestionar. “No violé ninguna ley”, asegura. Distinto fue el trato hacia quienes lo rodearon. La competitividad casi enfermiza de MJ lo empujo a una exigencia extrema, muchas veces derivando en malos tratos por su poca paciencia con las debilidades ajenas. El 23 no podía entender cómo no podían ayudarlo más, entrenarse más y responder mejor ante la presión. Desilusionado y abatido, tomaba el camino de la crítica despiadada, del menosprecio, del ataque verbal -con cargadas, gritos y hasta insultos- y hasta el físico.
Sam Smith, periodista del diario Chicago Tribune, publicó un libro en noviembre del 91, tras el primer anillo, donde desmitifica la figura inmaculada de MJ. Lo tituló Las Reglas de Jordan, en un juego de palabras que tenía que ver con la dura estrategia defensiva de los Chicos Malos de Detroit que MJ había superado para lograr su ansiado título pero, a la vez, con cómo Jordan gobernada (Rule) con brazo de hierro. Incluidos golpes, como aquella vez que le dio una trompada al pivote Will Purdue en medio de la tensión que se generaba en cada entrenamiento.
Conocido como El General, Jordan dictaba lo que se debía hacer y el que no estaba a la altura, sufría. No tenía “rivales” chicos o grandes. Varias veces se enfrentó con el general manager Jerry Krause, el malvado de The Last Dance. En la serie queda claro que Krause fue uno de los blancos preferidos de su acoso, con comentarios que se mofaban de su aspecto físico. “¿Esas pastillas que tomás son para crecer?”, le dice en una de las escenas. “Ey, Jerry, este colectivo va mucho menos rápido que ayer, cuando tu culo gordo no estaba aquí”, lo carga delante de todo el equipo. No fue el único. Jordan tuvo a maltraer a varios compañeros, a los que notaba con deficiencias, en la juego, el carácter o el comportamiento.
Stacey King, Scott Williams, Jud Buechler y Scott Burrell fueron algunos de sus apuntados. Lo de Burrell se nota varias veces en la serie. A tal punto que, en un viaje en avión, lo acusa de fiestero y alcohólico frente a las cámaras. Esas “bardeadas” eran habituales, incluso en sus primeros años. George Gervin, una estrella de los 70/80 que llegó a Chicago en el ocaso de su carrera, no fue bien recibido luego de estar sospechado de participar en un complot contra MJ en el All Star 85. Jordan, cada vez que pudo, le hizo saber que era un “viejo” que se cansaba fácil. Esa intolerancia tuvo una dosificación con la llegada de Phil Jackson, luego de que el coach le pidiera paciencia y compromiso para mejorar el juego colectivo y potenciar la confianza de los compañeros. Pero nunca desapareció. Toni Kukoc admitió, hace días, que le decía “yugoslavo”, algo insólito sabiendo lo que le duele a un croata que le digan yugoslavo (o serbio) tras los conflictos étnicos y armados que han tenido por la independencia.
Varios compañeros lo acusaron de ejercer su excesivo poder. Más que en la época de Doug Collins como coach, a quien le pedía más y más (minutos, tiros y posesiones) porque, de lo contrario “no vamos a ganar”. Ese acaparamiento en el juego mutó, incluso cuando mejoró su entendimiento colectivo, hacia cierta tiranía con sus compañeros. A tal punto que hubo un tiempo que, dicen, prohibía que la pelota se la dieran a Bill Cartwright, un limitado pivote que carecía de recursos confiables para anotar.
No era fácil que Jordan confiara en sus compañeros. Debían pasar por pruebas no determinadas. Como con Steve Kerr, quien quedó con un ojo negro por una piña de Jordan en una práctica en 1995. Como el tirador no se quejó ni habló con la prensa, se ganó el respeto del 23, que luego siempre confió en él. Incluso en momentos límite, como cuando lo buscó –previo preguntarle si iba a estar listo para recibir el pase durante el tiempo muerto- para el tiro ganador del decisivo Juego 6 en las Finales del 97.
Con los compañeros también se ha podido apreciar una personalidad algo fría y distante, incluso poco generosa. Para MJ eran poco más que piezas que debían ayudarlo a ganar y así llevarlo al olimpo de los dioses de su deporte. Pero en escasas ocasiones, salvo en la cancha, sacó la cara por ellos. Por caso, muchos esperaban que intercediera entre Pippen y la dirigencia durante aquellos años en los que Scottie estaba descontento por su contrato y la tensión era enorme. Otros creían que, en esos dos años, lo mejor hubiese sido que firmará por menos dinero (lo hizo por 30 y 33 m, más de lo que ganaba todo el resto del plantel) y el alero pudiera renegociar con un aumento. MJ nunca lo creyó así, su opinión era que cada uno debía pelear por lo suyo, que sólo dentro de la cancha eran soldados en la misma guerra. No puede decirse que eso esté mal, aunque no son pocos los que esperaron algo más. De hecho, cuando hablan de Su Majestad, todos se deshacen en elogios al jugador, pero casi nadie pone el foco en su humanidad o hace referencia a gestos humanos o solidarios. Está claro que lo suyo era en la cancha. Y no mucho más.
El revanchismo también ha sido una característica de Jordan. El recordar conflictos y vengarse en el futuro fue una costumbre. En el cuarto capítulo de la serie, MJ lo deja claro cuando habla de los Pistons (“Los odiaba y los sigo odiando”, aseveró) y, en especial, de Isiah Thomas, con quien tuvo varios encontronazos. El primero fue en el All Star 85, cuando aseguran que estrellas veteranas armaron un complot para que el 23 no recibiera la pelota. Siguió luego con la gran rivalidad con Detroit que explotó cuando Chicago al final pudo eliminarlo con un lapidario 4-0 en la final del Este de 1991 y los Chicos Malos se fueran segundos antes de la bocina final, sin saludar ni felicitar, como es una costumbre en Estados Unidos. Está claro que eso terminó de generar, pocos meses después, que él y varias otras figuras (que no querían a Isiah) terminaran vetando a Thomas del Dream Team de Barcelona, única explicación de por qué no estuvo el segundo mejor base en aquel momento.
Son algunas de las historias y anécdotas de su lado B. Así también fue Michael. El mejor de la historia, pero también una persona con defectos, errores y flaquezas. Como cualquiera de nosotros. Pero, claro, en su caso, un super deportista que logró dominar como pocos en la elite del básquet mundial. Y, muchas veces, a esos lugares no se asciende siendo el pibe piola del barrio.
Fuente: Infobae