* En la final derrotó a Francia por 88 a 76
Berlín, El Mundo
Luce este oro a la altura de la leyenda que le precede, más brillante incluso porque había que seguir frotándose los ojos en el Mercedes Benz Arena para creerlo. La España infinita es campeona de Europa. El grupo salvaje que se ha sacado Sergio Scariolo de la chistera, con hasta siete jugadores que jamás habían pisado las cumbres de un gran torneo, es el rey continental, es uno de los cuentos de hadas más increíbles de la historia del baloncesto. Francia en la final resultó la prolongación de esta insólita borrachera de imposibles que fue España en Berlín (88 – 76).
La insospechada sucesión de muros saltados en este Eurobasket por España no se detuvo en el último, la batalla menos agónica de todas, quien lo hubiera dicho, pues era tal la confianza de estos jugadores que se van de Berlín con la sensación de que mañana hubieran jugado todavía mejor, de que Juancho Hernángomez podría seguir metiendo triples fuera quien fuera el rival enfrente. La solidaridad, el amor propio, la concentración, la fe y también la inteligencia fueron otra vez el mejor trampolín hacia el cielo. De nuevo los fantasmas de la derrota sobrevolando sobre los de Vincent Collet, pues los herederos de Pau Gasol tienen el mismo ADN.
El mayor de los asombros no iba a tardar en suceder. España amaneció como si estos chicos llevaran jugando finales toda la vida, como si no intimidara el escenario ni el rival, como si Berlín fuera una fiesta eterna. Pradilla, Jaime Fernández o Aróstegui en el quinteto ante la mirada del mundo, frente a NBA’s como Gobert o Fournier. Ya no hay complejos en este punto en una selección desatada, que hace arte de la defensa y lo utiliza como resorte en el aro rival.
Ya en las primeras posesiones se comprobó a una Francia incómoda y a un Gobert no tan dominante. La raíz de su baloncesto era cortada en seco por España, ayudas constantes al pick and roll, manos que salían de la nada, segundas, terceras ayudas, un agobio constante. Lorenzo Brown congelaba el tiempo y Willy no tenía miedo a las torres galas. Emergió Jaime Fernández, en su momento del torneo, tres robos para empezar, cinco puntos que lanzaron a España a un cielo otra vez insospechado.
El segundo acto fue el colmo del frenesí. Juancho Hernangómez se desató como esa promesa de estrella que lleva siendo toda su carrera. Agarró la responsabilidad como si fuera el protagonista de su propia película y encadenó seis triples de carrerilla. Seis triples, seis. Para frotarse los ojos. Con dos más en el trayecto, uno antes de Rudy y otro en mitad de Brizuela (España llegó a manejar un 9 de 14 desde el perímetro), y con defensas que sacaban de quicio a los de Collet, España se emborrachó de baloncesto.
Cuando Willy anotó una vez más sobre Gobert, mandaba por 21 (47-26). Sólo un último arreón de amor propio francés, un 11-0 para cerrar el segundo acto liderado por Fournier, impidió que llegaran ‘muertos’ al descanso.
Francia había caído sin remisión en la misma trampa que Lituania o Alemania, encantados por los embrujos de Scariolo y el entusiasmo de sus pupilos. Pero estaba viva. Supo que había recibido el mejor puñetazo de su rival y seguía en pie. A la vuelta, mucho más fiera en defensa, elevó el parcial (2-20), con Yabusele haciendo daño en la zona. España se había ido deshaciendo como cuando se alza un puzzle y empiezan a caer todas las piezas, pero Scariolo siempre tiene una respuesta.
EL ÚLTIMO EMPUJÓN
Tras su tiempo muerto, otra cara de la selección, un 9-0 con Jaime Fernández en mayúsculas. Quizá había sido de los pocos que no habían levantado la voz aún en el Europeo, siempre labor silenciosa. Pero se vino arriba con dos triples y un robo en el medio campo de esos que hacen perder años de vida a cualquiera. Y España tomó aire para seguir avanzando, pese a las puñaladas de Okobo y Yabusele. Un triple de Rudy y un impresionante tapón de Garuba como una pantera en el Mercedes Benz Arena cerraron con los mejores síntomas (66-57) el tercer acto.
A punto estuvo de enredarse todo con un lamentable error arbitral después, mostrando el bajísimo nivel de los colegiados en este torneo. El triple fallado por Rudy rozó el aro, Garuba atrapó el rebote pero sonó el bocinazo de la posesión. Scariolo estalló y le cayó una técnica. Pudo temblar la selección que, sin embargo, reaccionó con más personalidad todavía -el séptimo triple de Juancho, qué noche-, como si ya remar contra corriente fuera una costumbre.
Y, de nuevo, un final de partido como si llevaran allí toda la vida, con una sangre fría monstruosa, administrando la ventaja y los nervios al son de Lorenzo Brown y el rock and roll de Alberto Díaz, avanzando hacia la gloria más ilógica, hacia el cuarto oro en la historia de la selección, la cima con la que ni ellos hubieran soñado.