El equipo de Xabi Alonso estuvo tan bien en ataque como desafortunado en defensa. Pero, por lo menos, volvió a sumar un triunfo
No se permite fiestas el Real Madrid, que pudo salir del partido de Grecia feliz, reencontrado consigo mismo y lleno de esperanza y salió contento, pero no tanto. Hizo cuatro goles, todos de Mbappé, pero recibió tres y eso dejó una sensación de victoria un pelín amarga. De que se está en camino de recuperación, pero que no va a ser tan fácil conseguirlo. Dijo Xabi Alonso que estaba trazando curvas y está claro: ni lo que parecía una recta, en un día despejado y la mano por la ventanilla lo acabó siendo. Fue un viaje con más tráfico previsto y con más curvas de las previstas.
Pero acabó con victoria y con el alivio de acabar con la mala racha de resultados con la que llegaba el equipo de Xabi Alonso a Grecia. Y eso que hubo catorce minutos en los que el frío entrenador madridista se imaginó lo peor: los que fueron del 8 al 22, del gol de Olympiacos al empate de Mbappé. En las redes, las que marcan la temperatura crítica de nuestro tiempo, ya se habían sacado la diana, las pistolas y los adjetivos sin límites. El Madrid perdía contra el Olympiacos tras un gol en el que se volvió a ver la debilidad defensiva y los aficionados se echaban las manos a la cabeza. Xabi dice que en el Real Madrid se necesita un gran equilibrio emocional: estaría bien que pusiese en palabras todo lo que pensó y sintió cuando marcó el rival y el suelo se abría bajo sus pies. Era el descalabro total y puede que definitivo.
Fueron catorce minutos de casi todo perdido.
Y, de repente, todo cambio. En diez minutos, el Real Madrid cambió la penumbra por la esperanza, en un chasquido de tiempo en el que se vio lo puede ser este equipo si todos reman en la misma dirección y juega cada uno como mejor sabe. Vinicius fue el Vinicius que se ganó a todo el mundo con su insistencia. Lo buscó todo el rato, sin descanso, sin pensar en lo perdido, sólo en lo que se puede ganar y considerando a Mbappé uno de los suyos. Entre la profundidad de Vini y la efectividad del francés (ayudados por la adelantada defensa que plantó Mendilibar), el Madrid remontó el partido en 10 minutos fabulosos, rápidos y terribles para el rival. Encontró la espalda de la defensa con muchísima facilidad y Mbappé no falló ni uno contra uno.
Nuevo plan en el centro de campo
Por fin, las cosas le salían bien a Xabi. El entrenador hizo lo que pudo en defensa, donde las bajas le obligaron a poner a Carreras de central y para el medio del campo, usó la pareja Tchouameni y Camavinga, con Fede Valverde definitivamente tirado a la derecha. Puede que ese sea el mejor sitio para el jugador uruguayo, tan irreconocible este curso. Además, en ese lado, puede formar una buena pareja con Trent, al que por fin se le vieron cosas buenas. Empieza a anunciar lo que ya sabíamos: que tiene un toque de balón como pocos futbolistas. Mientras, más cerca del área que del centro del campo, Güler apareció a partir del minuto 20 y con los dos de arriba, fulminó al equipo de Mendilibar.
Fue un Madrid para la esperanza, al que agarrarse, que aprovecha las debilidades del rival. Un Madrid feliz, no el conjunto taciturno que hemos visto en las últimas fechas. Sin duda, el aplomo de Tchouameni le da otro aire y si Vinicius está dispuesto a recuperar la inocencia con la que deslumbró cuando tenía que ganarse el mundo, las cosas pueden cambiar para Xabi Alonso.
Con esos tres goles en diez minutos, con el Madrid haciendo añicos el plan de Mendilibar y con el estadio, que tenía que ser un infierno, helado, el partido estaba para que el equipo de Xabi Alonso engordase. Eso que decían (o dicen) las abuelas: que te pongas hermosos, que repitas, que te saca otra cosa, que aprovechar los buenos momentos. Estaba tan bien el Madrid que se dejó llevar por el virtuosismo primero y por la calma después. El virtuosismo es hacer un regate de más porque queda bonito o buscar a Mbappé para sumara más goles: en vez de hacer lo fácil, hacer lo espectacular. Se equivocó.
El Real Madrid gana y casi disfruta contra el Olympiacos (3-4)
El equipo de Xabi Alonso estuvo tan bien en ataque como desafortunado en defensa. Pero, por lo menos, volvió a sumar un triunfo

No se permite fiestas el Real Madrid, que pudo salir del partido de Grecia feliz, reencontrado consigo mismo y lleno de esperanza y salió contento, pero no tanto. Hizo cuatro goles, todos de Mbappé, pero recibió tres y eso dejó una sensación de victoria un pelín amarga. De que se está en camino de recuperación, pero que no va a ser tan fácil conseguirlo. Dijo Xabi Alonso que estaba trazando curvas y está claro: ni lo que parecía una recta, en un día despejado y la mano por la ventanilla lo acabó siendo. Fue un viaje con más tráfico previsto y con más curvas de las previstas.
Pero acabó con victoria y con el alivio de acabar con la mala racha de resultados con la que llegaba el equipo de Xabi Alonso a Grecia. Y eso que hubo catorce minutos en los que el frío entrenador madridista se imaginó lo peor: los que fueron del 8 al 22, del gol de Olympiacos al empate de Mbappé. En las redes, las que marcan la temperatura crítica de nuestro tiempo, ya se habían sacado la diana, las pistolas y los adjetivos sin límites. El Madrid perdía contra el Olympiacos tras un gol en el que se volvió a ver la debilidad defensiva y los aficionados se echaban las manos a la cabeza. Xabi dice que en el Real Madrid se necesita un gran equilibrio emocional: estaría bien que pusiese en palabras todo lo que pensó y sintió cuando marcó el rival y el suelo se abría bajo sus pies. Era el descalabro total y puede que definitivo.
Fueron catorce minutos de casi todo perdido.
Y, de repente, todo cambio. En diez minutos, el Real Madrid cambió la penumbra por la esperanza, en un chasquido de tiempo en el que se vio lo puede ser este equipo si todos reman en la misma dirección y juega cada uno como mejor sabe. Vinicius fue el Vinicius que se ganó a todo el mundo con su insistencia. Lo buscó todo el rato, sin descanso, sin pensar en lo perdido, sólo en lo que se puede ganar y considerando a Mbappé uno de los suyos. Entre la profundidad de Vini y la efectividad del francés (ayudados por la adelantada defensa que plantó Mendilibar), el Madrid remontó el partido en 10 minutos fabulosos, rápidos y terribles para el rival. Encontró la espalda de la defensa con muchísima facilidad y Mbappé no falló ni uno contra uno.
Nuevo plan en el centro de campo
Por fin, las cosas le salían bien a Xabi. El entrenador hizo lo que pudo en defensa, donde las bajas le obligaron a poner a Carreras de central y para el medio del campo, usó la pareja Tchouameni y Camavinga, con Fede Valverde definitivamente tirado a la derecha. Puede que ese sea el mejor sitio para el jugador uruguayo, tan irreconocible este curso. Además, en ese lado, puede formar una buena pareja con Trent, al que por fin se le vieron cosas buenas. Empieza a anunciar lo que ya sabíamos: que tiene un toque de balón como pocos futbolistas. Mientras, más cerca del área que del centro del campo, Güler apareció a partir del minuto 20 y con los dos de arriba, fulminó al equipo de Mendilibar.
Fue un Madrid para la esperanza, al que agarrarse, que aprovecha las debilidades del rival. Un Madrid feliz, no el conjunto taciturno que hemos visto en las últimas fechas. Sin duda, el aplomo de Tchouameni le da otro aire y si Vinicius está dispuesto a recuperar la inocencia con la que deslumbró cuando tenía que ganarse el mundo, las cosas pueden cambiar para Xabi Alonso.
Con esos tres goles en diez minutos, con el Madrid haciendo añicos el plan de Mendilibar y con el estadio, que tenía que ser un infierno, helado, el partido estaba para que el equipo de Xabi Alonso engordase. Eso que decían (o dicen) las abuelas: que te pongas hermosos, que repitas, que te saca otra cosa, que aprovechar los buenos momentos. Estaba tan bien el Madrid que se dejó llevar por el virtuosismo primero y por la calma después. El virtuosismo es hacer un regate de más porque queda bonito o buscar a Mbappé para sumara más goles: en vez de hacer lo fácil, hacer lo espectacular. Se equivocó.
Es, por otra parte, a lo que invitaba el marcador y un rival que parecía vencido pero que no lo estaba porque cualquiera aguanta una bronca del entrenador español. Mendilibar es el ídolo de los que presumen de odio al fútbol moderno: más olfato que tecnología, más seriedad que zarandajas. Y no vale rendirse aunque al otro lado esté un Madrid disfrutón como no se había estado viendo.
El caso es que los cambios adormecieron a los de Xabi y envalentonaron a los griegos. Marcaron el segundo, porque el Real Madrid en defensa está herido y un poco confuso. Dio muchísimas facilidades en los balones aéreos, algo que no se puede permitir en Champions ni en ningún lado. El pobre Lunin, que se estrenaba este curso vio cómo le llegaban y nada podía hacer.
Marcó el Olympiacos, pero después volvió a hacer tu tanto Mbappé, tras otra de Vini.
Ya estaba, pues. Otra vez dos por delante, segunda parte, no hay más, señoras y señores, se acabó e partido y a disfrutar, que ya tocaba a los madridistas.
Pero el Olympiacos volvió a aprovechar la debilidad atrás y se quedó muy cerca, demasiado como para estar feliz sin miedo.

