Mientras las carteleras se plagan de ‘reboots’, ‘remakes’ y secuelas de las sagas más exitosas, en las plataformas se extiende el fenómeno de las ‘comfort movies’, películas que vemos una y otra vez por la seguridad que nos da la repetición
No se asuste, aún sigue en 2025. Si se acerca al cine este verano, lo más probable es que la cartelera- Jurassic World, Superman, Karate Kid: Legends, Ponte en mi lugar de nuevo– le de la impresión de haber retrocedido 20 o 30 años en el tiempo. Pero esta tendencia de disfrutar siempre de las mismas películas, o de distintas versiones de las mismas películas, es de lo más actual y no se queda solo ahí. Si en las salas se manifiesta a través de la anterior ristra de remakes, reboots y secuelas, que normalmente acaban convirtiéndose en las más taquilleras, en las plataformas lo hace a través del fenómeno de las comfort movies, es decir, aquellas películas o series que vemos una y otra vez en casa por la seguridad que nos da esa repetición.
La práctica, en sí, no es del todo nueva. Pero, desde que llegaron las plataformas –que se apuntaron a lo mismo con series clásicas, desde Sexo en Nueva York a Twin Peaks, de Padres forzosos a Embrujadas– se empezó a cuantificar hasta qué extremos podíamos llegar con esas películas siempre disponibles a un par de clics. Hace unas semanas, HBO Max compartía que un usuario en España había visto Dune: parte dos 311 veces en un año. Rompía así uno de los récords de Netflix conseguido por una mujer chilena que había visto Orgullo y Prejuicio 278 veces en un año. En el caso de Víctor Salmerón (29 años, Ciudad Real), la adaptación de la novela de Jane Austen también es su películas más vistas. No llega a esos límites, calcula que la ha visto unas 30 veces, pero encarna a la perfección el concepto de las comfort movies. De hecho, ha escrito sobre ello en su último libro, El cine reparador (Magazzini Salani).
“Vuelvo a Orgullo y Prejuicio cada vez que tengo el mínimo problema. Es fácil refugiarse en ella porque retrata un ambiente lejano que no tiene nada que ver con mi realidad”, cuenta. En el libro, recomienda distintas películas a modo de remedios contra los males del sigo XXI, desde la ansiedad al FOMO. En esa sanación, el número de dosis juega un papel importante: “Fui a ver Aftersun cinco veces seguidas al cine. Me ayudaba a reconocer problemas personales. Para mi, las comfort movies no solo te hacen sentir bien, sino que también te reconcilian con partes dolorosas de ti mismo”. Salmerón, que empezó como creador de contenido, representa a un nueva generación que busca en el cine un refugio emocional a un mundo cada vez más acelerado.
En este contexto, la psicóloga Lucía Camín, directora del centro ALCEA, explica la tendencia a repetir películas con dos factores que, según comparte, están cada vez más generalizados: la precariedad y la soledad. “No saber dónde vas a vivir o cuánto vas a cobrar provoca mucha incertidumbre y, ante eso, volver a un espacio seguro como una película te da cierta sensación de control. Además, nos hacen compañía en un momento en el que las relaciones personales se sustituyen muchas veces por las redes sociales”, explica. Aunque nazcan en estas circunstancias, Camín defiende que las comfort movies también pueden ser muy beneficiosas: “Por un lado, ayudan a construir nuestra identidad sobre unos valores profundos que no solemos encontrar en el día a día y, por otro, generan un sentimiento de pertenencia a una comunidad que comparte un lenguaje o una iconografía”.
La clave, asegura, está en evitar que esa repetición se convierta en una obsesión o en una necesidad. Por ejemplo, para aquellos que dependen de una serie para conciliar el sueño. “Existe el riesgo de utilizarlas para evitar confrontar nuestros problemas o, incluso, para idealizar los rasgos de algunos personajes que envidiamos. A corto plazo nos calman, pero a lo largo aumentan la inseguridad o el vacío”. Para no acabar perdidos dentro de ese bucle, recomienda analizar qué es lo que nos atrae de esas películas y utilizarlas para descubrir y gestionar nuestras propias emociones. Todos estos consejos se refieren a esas películas que decidimos conscientemente repetir, pero basta salir de casa y toparse con cualquier cartelera de cine para comprender que el fenómeno abarca mucho más que lo puramente doméstico.
Siempre hay un bucle mayor
Más allá de las comfort movies, existe un bucle más grande que desde hace tiempo repite los éxitos del pasado y los presenta continuamente como novedades. Vicente Monroy, autor de los ensayos Contra la cinefilia (Clave intelectual, 2020) y Breve historia de la oscuridad (Anagrama, 2025), confiesa que, precisamente por eso, dejó de ir a los cines comerciales. Monroy explica cómo la reiteración en el cine ha pasado de ser un síntoma positivo a toda una condena: “Las películas de culto siempre generaron rituales de repetición. En los años treinta o cuarenta no era raro repetir visionados con auténtica avidez, pero entonces el motor era el deseo de descubrimiento. Hoy, en cambio, predomina una nostalgia paralizante. La hiperdisponibilidad, el consumo algorítmico, la cultura de red, todo contribuye a una repetición cómoda y anestesiante”.
Monroy lamenta que el riesgo y la imaginación que antes definían la cinefilia se estén dejando atrás para abrazar una cultura más predecible. “Vivimos un momento plagado de falsas revoluciones y promesas de cambio que generan cansancio. Volver a ver lo conocido es el reflejo de unas sociedades aterrorizadas por la rápida transformación del mundo”. Además, señala en concreto a una sociedad, la de Estados Unidos, y un momento, los años ochenta, como culpables de la situación actual. “Desde entonces, la universalización de su cultura ha dado lugar a varias generaciones de espectadores cada vez más infantilizadas. Hoy, muchos adultos viven y piensan como niños. A los niños les encanta ver una y otra vez lo mismo. Esta regresión ha hecho que la curiosidad se sustituya por la necesidad de reconfirmar una identidad emocional ya establecida”, defiende. Los niños que en su día vieron Parque Jurásico son los mismos que ahora llevan a sus propios niños a ver Jurassic World: el renacer. El público cambia, pero los dinosaurios siguen siendo los mismos. O casi los mismos.
Fuente: EL PAÍS