El célebre cantante español lleva una existencia cinematográfica a sus 81 años. Sufrió un violento accidente que le quitó el sueño de jugar profesionalmente al fútbol: uno de los médicos llegó a decirle que por los golpes podría no volver a caminar. Le regalaron una guitarra durante la rehabilitación y eso cambió su vida. La vida de un hombre que nunca se olvidó de vivir
Julio Iglesias tiene 81 años y, por cierto, nació varias veces. Y cada vida que le tocó supo convertirla en oro. Vamos a contar la historia de este madrileño que jugó bien al fútbol hasta que sus piernas dejaron de caminar; que le cantó al amor sin la mejor voz y sin ninguna formación musical y que conquistó aplausos en todo el planeta y vendió millones de discos; que a pesar de sus dolorosas lesiones logró pararse sobre los escenarios; que arrastra la leyenda de haber tenido tres mil amantes; que cantó con Frank Sinatra, Diana Ross o Charles Aznavour; que logró entrar varias veces al Libro Guinness de los récords y que amasó un fortuna. ¿Vale? Sí, vale la pena repasar su vida.
El arquero del Madrid
Su madre María del Rosario “Charo” de la Cueva y Perignat lo empujó al mundo el 23 de septiembre de 1943 y lo llamó Julio. El niño heredó el nombre de su padre Julio Iglesias Puga, ginecólogo y cirujano oriundo de Galicia. Dos años después nació el hermano, Carlos. Las malas lenguas sostuvieron siempre que el menor era el preferido de la madre.
Los Iglesias eran de una clase acomodada y vivían en el coqueto barrio de Argüelles, pero no eran una pareja feliz. A pesar de ello siguieron adelante juntos como tantas familias donde la felicidad no es lo primero. Los chicos asistieron a buenos colegios y Julio comenzó a jugar al fútbol. No era lo que más les gustaba a sus padres, pero aceptaron su elección. Era arquero y lo hacía muy bien. Terminado el colegio comenzó a estudiar Derecho en la Universidad de Madrid (luego denominada Complutense) mientras jugaba en el club que amaba: el Real Madrid. En esa institución coincidió con otros deportistas que serían de renombre en el fútbol como Pirri, Pedro de Felipe y Amancio Amaro
Julio prometía ser de los buenos y acababa de ser fichado como arquero para el juvenil B del Real Madrid cuando esa primera vida como deportista quedó truncada. Tenía 18 años la noche del 22 de septiembre de 1962, cuando al volver de un festejo anticipado por su cumpleaños 19, el auto en el que iba con amigos se estrelló con violencia contra unos arbustos en Majadahonda, al norte de la ciudad de Madrid. Su futuro cambió para siempre a las dos en punto de la madrugada. Tras el choque, quedó inconsciente.
Parálisis, tumor y radioterapia
Se despertó en el Hospital Eloy Gonzalo. El primer parte médico fue muy malo: tenía varias fracturas en sus piernas y una contusión fuerte en su columna dorsal. Uno de los médicos llegó a decirle que por los golpes sufridos no sabía si podría volver a caminar. Con el paso de los días el dolor se volvió intenso y con los meses empeoró a tal punto que sus piernas parecían ajenas. Adiós Real Madrid. El fichaje como arquero del juvenil B ya no sería posible.
Lo que había comenzado como un dolor de espalda producto de los golpes en ese accidente llevó a los médicos a un diagnóstico equivocado. El sufrimiento se volvió aterrador. Era algo incompatible con la vida normal. Al fin, muchos meses después de opiniones y terapias para rehabilitación y con su estado físico ya deteriorado, los especialistas le dijeron a Julio Iglesias Puga que su hijo tenía un tumor en el canal medular lo que generaba una gran comprensión y que era por eso que no podía caminar. Podía ser algo maligno.
Decidieron operarlo de manera urgente. Sería una cirugía muy delicada porque ya había perdido algunas funciones esenciales. Introducirían una aguja por la nuca para extraer el tumor. La cuestión era milimétrica. Cualquier falla podría tener consecuencias fatales y letales. Cuando salió del quirófano le confirmaron a su padre que habían hallado el tumor. El joven paciente fue rápidamente enviado a hacer radioterapia.
Las radiaciones con cobalto eran para ese entonces sumamente agresivas y ocasionaban serios efectos adversos. No solo no podía caminar, ahora también sufría daños colaterales que lo afectaban más de lo previsto. Don Julio, viendo lo que sufría su hijo, decidió correr el riesgo de suspender el tratamiento. Hizo bien. Tiempo después supieron que el tumor era benigno. Ese fue otro nuevo nacimiento para Julio Iglesias.
Años después lo explicó él mismo así en Televisión Española: “El accidente fue una contusión en mi sistema dorsal que produce una hemorragia interna en el sistema vertebral, y luego se convierte, a los cuatro meses del accidente, en una tumoración quística y empieza a desarrollarse el tumor y a comprimir el sistema nervioso central hasta que me quedo totalmente paralítico. Me operan y salgo de la operación de muchas horas absolutamente mal. (…) estoy sondado todo el tiempo. Muy feo (…) A los tres o cuatro meses empiezo a recuperarme un poco y a mover un poco los pies. Un paso era un mundo para mí”.
Ahora vendría la recuperación física. Larga y dolorosa. También la recuperación mental. Porque Julio vivía confinado en una cama y no creía tener demasiadas chances de volver a tener una vida normal como antes. Su padre fue su gran sostén. Don Julio Iglesias Puga dejó de trabajar y hasta cerró su clínica privada para atender a su hijo. Se encargó de todo: lo ayudaba a comer, a bañarse y a ir al baño. Hizo todo lo que estuvo a su alcance para que no quedara confinado a una silla de ruedas. Se comportó como un padre ejemplar. Julio lo reconoció cada vez que pudo: “Hizo una pequeña habitación de hospital en mi casa. Mi padre dejó de ser cirujano durante un año y medio, dejó de ejercer para dedicarse solo y exclusivamente a mí”.
La guitarra salvadora
Al ex deportista prometedor le pusieron también un fisioterapeuta particular para recuperar la movilidad y las funciones que había perdido en ese año y medio atrapado en su cama. Un enfermero encargado de su rehabilitación, Eladio Magdaleno, tuvo una ocurrencia: le regaló una guitarra para que se entretuviera y fortaleciera los dedos de sus manos después de tantos meses de inmovilidad y de sondas en todos los rincones de su cuerpo. Eladio también le llevó un pequeño libro de acordes.
Julio comenzó a rasguear las cuerdas para distraerse. Compuso versos para matar la angustia a los que luego le sumó música. “Poco a poco empecé a recuperar mis manos”, recordó Julio décadas después. “No tenía idea de música. La música para mí ha sido algo natural”, explicó. Encerrado en esa habitación, a fuerza de aburrimiento, nacía el nuevo Julio, el que conocemos todos. Porque esa guitarra se convirtió en un maravilloso salvavidas.
Mientras, su hermano Carlos estudiaba medicina, tal como deseaban su padres, Julio componía desde su cama. Durante el verano la familia llevó a su hijo malherido a la casa que tenían en Peñíscola, al borde del mar. Allí, en el casco antiguo, Julio comenzó a tocar sus composiciones en bares donde hacía dúo con músicos locales. Entre esos versos que se volvieron poemas y de esta experiencia intramuros se fraguó la letra del tema “La vida sigue igual”. Julio explicó: “Ese accidente frustró todas mis ilusiones (…) pero juntó mi alma con mi cabeza y empecé a vivir una aventura que aún no ha terminado”. Luego vinieron las muletas y los bastones para moverse. Eso le daba una gran vergüenza.
Cuando estuvo más o menos recuperado de sus lesiones, en 1967, su padre lo alentó para que viajara a Londres para aprender inglés y venciera miedos y complejos físicos. Allí cantó en pubs, se conectó con el mundo de la música y conoció a una joven, Gwendolyne Bollore, quien sería la musa inspiradora de uno de sus temas premiados y que lleva su nombre. “Gwendolyne fue muy importante en mi vida. Mi primer gran amor en libertad. Gwendoline era muy hermosa, de una familia de nobles exiliados rusos. (…) Con pómulos marcados, ojos grises, rubia. Debo decir que jamás he amado a una mujer más bella”, escribiría el cantante español en su libro de memorias.
Todo eso ocurrió antes de saber que su futuro sería, para siempre, dentro del mundo de la canción. En 1968 el tema “La vida sigue igual” llegó al Festival de la Canción de Benidorm, España. Julio no tenía pensado cantarla. Lo iba a hacer un joven llamado Manolo Pelayo, pero este se enfermó de hepatitis unos días antes. Terminaron ofreciéndole que la cantara él mismo. Estaba aterrado, nunca había cantado con una orquesta, pero aceptó. El desafío tuvo su premio: ganó el festival. Y le siguió un éxito inmediato que él vivió “como una borrachera”. La prensa y la gente lo buscaban. Esto lo llevó a firmar un contrato con Discos Columbia y, enseguida, su canción ocupó el primer puesto del ranking en español.
El dolor había transmutado en éxito. Un feo choque, una guitarra regalada, una hepatitis oportuna y ¡zas! de pronto estaba cantando bajo las brillantes luces de un escenario. En 1970 ganó el Festival de Barcelona con su canción Gwendolyne y con ello el derecho a representar a España en el Festival de Eurovisión, en Amsterdam, donde quedó cuarto. Ahora todo el mundo hablaba de ese joven madrileño de traje azul eléctrico que encandilaba con su sonrisa. Las discográficas lo pusieron en su radar. De ahí en adelante siguieron nuevos festivales, éxitos, giras y contratos. Había comenzado una nueva profesión y sus canciones pegadizas empezaron a rolear por todo el planeta.
Las secuelas físicas seguían acosándolo: usaba plantillas especiales en sus pies, le dolía cada centímetro de su esqueleto y tenía que seguir ejercitando los músculos atrofiados para ganar fuerza. Julio se preguntaba todos los días por qué todavía le costaba cruzar una calle, por qué no podía manejar, por qué tanto sufrimiento. Pero los por qué no lo detuvieron, por el contrario, le hicieron tomar más envión.
Por supuesto, con los primeros éxitos llegaron también las primeras críticas. No había piedad. Que era muy duro sobre el escenario, de madera, que no sabía mover sus manos, que así no podría triunfar en serio. “Había perdido el 30 por ciento de mi movilidad”, explicó él y, contra todo pronóstico agorero, triunfó y brilló más que ningún otro cantante de su tiempo. Cuando sintió los aplausos se dio cuenta: ese era su destino inexorable. De ahí en más se dedicó a demostrar a sus detractores cuánto se habían equivocado.
Amor súbito
En 1970 conoció en el VIP de una fiesta a una mujer filipina, bellísima y elegante que lo desmayó de amor a primera vista: Isabel Preysler. “Era muy guapa y tenía cierta distancia, eso que le gusta a los hombres…”, admitió el cantante. Cayó fulminado. Tan rápido fue que, al poco tiempo, Isabel quedó embarazada. Su padre le aconsejó que no se casara, que probara primero vivir juntos. Pero Julio estaba sordo por los latidos de su corazón estallando dentro de sus costillas. Además, él le cantaba a una sociedad muy conservadora.
El 29 de enero de 1971 se casaron en Illescas, Toledo. Había tanto ruido por los curiosos y los fotógrafos presentes que los novios debieron repetir dos veces el “sí, quiero”, porque no habían sido escuchados. Luego, partieron de luna de miel a Canarias.
Su primera hija, María Isabel “Chabeli”, nació el 1 de agosto, aunque todos dijeron que había sido el 3 de septiembre. Fue para sostener las formas sociales que mintieron con descaro y sostuvieron que había sido “sietemesina” y que el parto se había adelantado porque Isabel había sufrido un cólico renal. Cuentos chinos de entonces para mantener la imagen de un cantante que se dirigía a un público pacato y católico. Fue ese mismo año que Julio Iglesias consiguió vender el primer millón de discos.
Los triunfos y las canciones siguieron cosechando ventas y aplausos durante 1972. El segundo hijo de la pareja, Julio José, nació el 25 de febrero de 1973. A fines de ese año ya llevaba vendidos 10 millones de discos. Era un fenómeno. El 8 de mayo de 1975 nació su tercer hijo con Isabel, Enrique, y en 1976 actuó por primera vez en el Madison Square Garden de Nueva York, Estados Unidos.
Los críticos lo seguían atacando: lo etiquetaban como un intérprete superficial, frívolo, que le cantaba al amor pegadizo. Él no escuchaba a nadie, para qué amargarse si el público lo amaba cada vez más y sus discos se vendían como pan caliente. En 1977 alcanzó el récord de 35 millones de discos vendidos en el mundo.
A pesar de vivir de viaje, Julio se comportaba como un hombre celoso y posesivo con Isabel. Ella se sentía sola y con un matrimonio que sobrevivía hablando por teléfono. Además, estaban los romances de Julio que se filtraban a la prensa amarilla. A finales de ese año sobrevino el divorcio de Isabel y el pedido de nulidad del casamiento ante los tribunales eclesiásticos.
Isabel lo había pescado en una aventura y, luego de verla publicada en los medios, fue a recibirlo al aeropuerto con la decisión tomada. Julio llegaba de la Argentina y estaba en el área de retiro de equipajes cuando Isabel se le acercó y le dijo al oído: “Julio, tú tuviste que pedirme muchas veces que nos casáramos, pero yo te voy a decir una sola vez que nos separamos. Recoge tu maleta, pero no vuelvas a casa”. Punto final.
Ninguno habló jamás del motivo exacto del divorcio. Algunos medios dejaron trascender que podría haber sido un affaire de él con la argentina Graciela Alfano lo que habría disparado el final. El gran seductor no iba a cambiar e Isabel lo sabía perfectamente. Julio no estaba preparado para esa ruptura abrupta. Lo tomó de sorpresa.
En 1978 Julio tomó la letra de una canción melódica Me olvidé de vivir de dos franceses y que era cantada por Johnny Hallyday y la popularizó en español. Esas estrofas le iban a la perfección. Algunas decían:
De tanto correr por la vida sin freno
me olvidé que la vida se vive un momento
de tanto querer ser en todo el primero
me olvide de vivir
los detalles pequeños
De tanto jugar con los sentimientos
viviendo de aplausos envueltos en sueños
De tanto gritar mis canciones al viento
ya no soy como ayer
ya no sé lo que siento
Me olvidé de vivir…
De tanto cantarle al amor y la vida
me quedé sin amor una noche de un día
De tanto jugar con quien yo más quería
Perdí, sin querer
lo mejor que tenía…
Quizá fuera la catástrofe en la que había terminado su matrimonio lo que lo llevó a cantar uno de sus mayores éxitos.
La nulidad de su matrimonio por parte de la Iglesia la consiguieron en 1979 cuando todavía no había en España Ley de Divorcio.
Poco después, en 1980, escribió Hey! dónde parece también referirse a Isabel:
“Hey! No vayas presumiendo por ahí, diciendo que no puedo estar sin tí, ¿tú qué sabes de mí?
Hey! Ya sé que a tí te gusta presumir, decir a los amigos que sin tí ya no puedo vivir
Hey! No creas que te haces un favor, cuando hablas a la gente de mi amor y te burlas de mí…”
En fin: no hablaba para contar lo que pasaba, pero cantaba. Suficiente.
Tamara Falcó, la hija que tuvo Isabel Preysler con su segundo marido Carlos Falcó, contó a los medios en una entrevista que : “Julio le puso los cuernos y por eso mami le tuvo que abandonar”. Vino a confirmar con certeza lo intuido por todos años antes.
El secuestro del padre
Si no hubiese sido por su “traumático divorcio” (así lo ha relatado Julio) él cree que jamás se habría ido a vivir a los Estados Unidos para probar suerte en ese mercado. Se instaló en Miami en un departamento pequeño y se dedicó a grabar. Su hermano Carlos (quien se había recibido de médico, era cirujano mamario en un hospital de Madrid, era ya casado y tenía tres hijos) en 1979 dejó su carrera para trasladarse con su familia a los Estados Unidos y convertirse en mánager de Julio, la estrella de la familia.
Entre 1979 y 1982 Julio Iglesias fue el cantante que más discos vendió en los Estados Unidos y en Latinoamérica. Se obsesionó con grabar en inglés y se instaló un tiempo en una casa de montaña en California. Era su nuevo desafío. Pasaba diez horas diarias practicando con una joven profesora que no hablaba español. Uno de los más grandes productores estaba anonadado con su insistencia: “¡Pero si este chico no canta en inglés!”, repetía. Julio siguió adelante igual. Y, una vez más, lo logró. La contracara de su fama no se hizo esperar.
El 29 de diciembre de 1981 le infligieron un duro golpe a su familia. La organización terrorista vasca ETA secuestró a su padre Julio Iglesias Puga a punta de pistola. “No oponga resistencia y le irá mejor. Esto es un secuestro”, le dijeron antes de maniatarlo, sedarlo e introducirlo en el baúl de un auto. El pavor se apoderó de los Iglesias. El caso estaba en todos los medios. Era de altísimo perfil. Quemaba.
Don Julio Iglesias Puga estuvo en manos terroristas durante veinte días, en una habitación sin ventanas ni baño en Trasmoz, Zaragoza. Solo tenía un tacho para hacer sus necesidades. Hubo final feliz y el 17 de enero de 1982 el grupo GEO logró liberarlo. Un tanto desorientado, el secuestrado de 67 años, al ver los uniformes los confundió a los policías con astronautas.
Este episodio quebró las certezas de Julio. La estrella se cuestionó el éxito y la exposición. Decidió instalarse de manera definitiva en Miami y hacer que también fueran a vivir allí con él sus hijos mayores. Todos se instalaron en la mansión de Indian Creek.
La vida no siguió igual
Un año después del secuestro, Julio padre (quien era sumamente mujeriego) y Charo terminaron por divorciarse. Julio le dio a Charo un departamento entero de su propiedad y le regaló un Cadillac último modelo. Mientras, su padre, un eterno seductor, empezó una relación con una enfermera cuarenta años menor llamada Begoña.
Charo estaba muy molesta por un mural con imágenes del Kamasutra que había en la mansión de su hijo y con el hecho de que distintas mujeres entraran con frecuencia a su dormitorio. Decidió llevar a un sacerdote a Indian Creek, aprovechando que su hijo estaba de gira, para que bendijera cada rincón con agua bendita. De más está aclarar que no sirvió de mucho tanto rezo. Las mujeres siguieron llegando de a montones.
Las 3.000 mujeres y los tríos sexuales
Hay un refrán que dice que lo que se hereda no se hurta. Julio Iglesia Puga siempre había sido un “Don Juan” empedernido. La leyenda creada por las revistas del corazón sostiene que su hijo Julio lo superó con creces porque a lo largo de su vida se habría acostado con más de tres mil mujeres. Hipótesis difícil de comprobar, pero no por ello falsa. Los rumores sostenían que cada vez que una relación de él iba medianamente en serio, Julio compraba de regalo para esa mujer un reloj de oro marca Cartier.
Sus romances se sucedían con vértigo y muchas veces se superponían en el almanaque. Con la modelo venezolana Virginia Sipl habría durado, entre idas y vueltas, unos cinco años. Ella llegó a vivir en la residencia de Indian Creek, pero un día se cansó de esperarlo y de ver sus romances en los medios. Entre las conquistas de su novio estaban la actriz Sydne Rome, la actriz de Costa Rica Giannina Facio, la hija del presidente egipcio, Jean Sadat… Solo por mencionar algunas. Su relación con Priscilla Presley no habría pasado a mayores, pero la foto de ellos juntos llegó a las tapas de todas las revistas al punto de que, en 1981, en una portada se anunció que habría boda. No la hubo. Julio siguió de juerga. Incluso pedía que le prepararan un brebaje afrodisíaco, a base de guaraná, para rendir más y mejor.
Tiempo después salió también con una modelo adolescente originaria de Tahití, Vaitiare Hirshon: ella tenía 17 y él 40. Otros tiempos aquellos, en los que estos romances se “aceptaban”. Vaitiare era una amante sumisa, que se acomodaba a sus caprichos. Duraron seis años y terminaron la relación amigablemente. Pero ella, en 2016, escribió unas memorias que tituló Muñeca de trapo, y que fueron editadas por Ediciones B en España, donde dio su versión del romance. En esas páginas reveló que él la habría iniciado en el consumo de cocaína y que la había obligado a realizar tríos sexuales.
Escribió sin tapujos: “Cada noche hay una mujer distinta en nuestra cama. Siempre de senos grandes dispuestas a todo… Son sombras que me abrazan, me hacen el amor, me comparten con él” y “un día lo encuentro acompañado por una niña de 16 años. Me quedo con él y hacemos el amor”. Vaitiare dice que eso la humillaba y entristecía. También relata que él le ofreció cigarrillos de marihuana y ante su negativa bromeó con que si no tenía ningún vicio. Más adelante recuerda: “Julio me da cocaína. No quiero aceptar, he estado libre de drogas durante muchos meses. Pero él insiste. Finalmente inhalo una raya y nos acostamos”. Entre tantas otras cosas cuenta que él le decía: “No quiero que salgas sin sostén ni que uses tacones de más de siete centímetros, son de prostituta y tú tienes que vestir como una lady”. Julio consideró este libro una traición, pero no contraatacó con demanda alguna.
En la cima
Volvamos a su carrera musical que explotó en 1983. Viaja por el mundo, triunfa tanto en Japón como en China o en el sur del continente africano. Canta frente a las pirámides de Egipto, se codea con poderosos y entra en el libro Guinness de los récords. En 1983 recibe el Disco de Diamante del Libro Guinness por ser el artista que más discos ha vendido en distintos idiomas hasta ese momento. En 2013 se llevará el Trofeo Guinness World of Records como el artista latino que más discos ha vendido en el mundo con 300 millones de copias.
La vida le sigue sonriendo. Es la cara de gaseosas. Sus álbumes se venden a lo pavote. Canta a dúo con Diana Ross. Se presenta en conciertos con Plácido Domingo y Charles Aznavour bajo la dirección de Zubin Mehta. Se hace amigo de Frank Sinatra y de Kirk Douglas. Y también entra en la lista Billboard 200 de los álbumes más vendidos en los Estados Unidos, un logro que hasta entonces solamente habían tenido los Beatles y Elvis Presley. Suma millones en sus cuentas bancarias, se ahoga en aplausos y premios. Lo buscan los políticos y no para de sumar fans. Julio no cultiva un bajo perfil, siente que se merece lo que está viviendo. Y todo por aquella guitarra que le llevó una mañana su enfermero.
Cinco hijos más y dos hermanos tardíos
En 1990 los dos Julios, padre e hijo, hallarán a los grandes amores de sus vidas.
Ese año Julio Iglesias (49) conoce en el aeropuerto de Yakarta a una modelo neerlandesa llamada Miranda Rijnsburger (25). Muere ante esa alta y rubia vikinga, 24 años menor que él. Con Miranda tiene cinco hijos más: Miguel Alejandro en 1997; Rodrigo en 1999; las gemelas Victoria y Cristina en 2001 y Guillermo en 2007. Todo lo que las demás mujeres no habían aguantado, Miranda sí lo soportó. Lo termina domando o, más bien, lo agarra -como dice otro refrán popular- con el caballo cansado. La vida familiar transcurre entre sus casas de Punta Cana, en República Dominicana, Miami y Marbella.
Ese mismo año de 1990, Julio Iglesias Puga (75), el padre dedicado y también mujeriego, conoce a Ronna Keitt, una joven norteamericana de 27 años, en el Paseo de La Habana de Madrid. Manda a su guardaespaldas para que la invite con una copa de su parte. Casi cinco décadas de diferencia no importan: se forma una pareja estable. Durante años viven juntos sin papeles hasta que, en 2001, se casan en total secreto. La ceremonia es en Jacksonville, Florida, Estados Unidos, donde vive la familia de Ronna. Ese mismo año Julio Iglesias da su última materia para recibirse de abogado, no quiere saldos pendientes en su vida.
En 2002, luego de la muerte de su madre Charo, todos se enteran del matrimonio consumado de su padre y Ronna. Las formas otra vez habían sido resguardadas y el orgullo de Charo preservado. En 2004 Julio Iglesias Puga, da un paso más audaz todavía: a los 89 años, tiene un hijo con Ronna al que llaman Jaime Nathaniel Iglesias. El 19 de diciembre de 2005, con 90, muere como consecuencia de un edema pulmonar. Para ese momento Ronna está cursando un nuevo embarazo. Ruth nace el 26 de julio de 2006, el mismo día en que su padre -muerto poco antes- hubiese cumplido 91.
El 24 de agosto de 2010 Julio y Miranda también deciden casarse. Lo hacen en Marbella, España. Dan el sí en la intimidad, ante sus cinco hijos, dos testigos y el sacerdote Luis de Lezama. Ambos se visten de blanco. Ella usa dos trajes de algodón signé Oscar de la Renta.
De rivalidades, aviones y lágrimas
Julio Iglesias nunca había imaginado ser un profesional de la música. Pero se dejó llevar, sin esquivar el esfuerzo, por la circunstancias que le fueron sembrando el camino. Dijo: “No podía andar y corrí. No podía cantar y canté. Ni siquiera podía ser el más guapo y, a veces, lo parecí”. Pero tanto esfuerzo por triunfar le quitó tiempo. Eso que tanto suelen necesitar los hijos.
Enrique, el tercero que tuvo con Isabel, es con quien más conflictos ha tenido. Durante la infancia de Enrique, Julio casi no estuvo en su casa, andaba siempre de gira. Luego sobrevino el divorcio. Enrique decidió seguir sus pasos, pero ni siquiera lo consultó. Firmó a los 18 años un primer contrato y lo mantuvo en secreto durante seis meses. Cuando se lo contó a su padre los platos volaron por el aire: “Yo soy el que estoy en la música, no vas a poder conseguir nada sin mí”, dijo un Julio furioso.
Tan grande fue la pelea que Enrique se mandó a mudar de Miami y se instaló en Canadá. Su padre quería que desistiera de su carrera musical. La cosa escaló y Enrique llegó a sacarse el apellido Iglesias para ponerse temporalmente Martínez. Increíble, pero Enrique empezó a triunfar sin la bendición de papá. Y lo desafiaba: “Yo quiero ser mejor que mi padre, siempre he querido ser mejor que mi padre, vender más discos que él, ser mejor cantante”.
La competencia quedó declarada y ninguno dio un paso atrás. Entre los años 2000 y 2010 solo se habrían visto en dos ocasiones. Una fue cuando murió don Julio Iglesias Puga, el abuelo. Dijo Enrique en un reportaje: “Sufrí mucho por esos años. Pero lo que sentí por mi música me daba fuerza. Sobre todo perseguía el objetivo de hacerlo a mi manera”. Dicen que, en realidad, no solo era la rivalidad sino que también había reproches guardados desde la infancia. Lo que Enrique le recriminaba a su padre era no haberse sentido suficientemente querido por él.
Uno de los encontronazos entre ellos habría ocurrido cuando Enrique se compró un avión privado. Julio protestó: “Yo no lo tuve hasta que no vendí un millón de discos”. Enrique le retrucó que él ya había vendido mucho más que un millón de discos. Las cosas habrían llegado a un punto insoportable donde Julio empezó a oponerse a cerrar contratos en España si su hijo actuaba en la misma ciudad que él.
En una entrevista con el medio ICON Enrique sostuvo: “Yo no he tenido una relación mala con mi padre solo que es una relación muy difícil de explicar, porque cualquiera que la analice desde fuera podría imaginarse que no nos llevamos bien porque no nos han visto juntos, porque me marché joven de casa y nunca regresé”. Agregó que siempre ha mantenido largas conversaciones con él por teléfono y que han sido tan emotivas que incluyeron lágrimas al por mayor. Asegura haberse vuelto más reflexivo con los años: “Es mi padre y lo quiero con toda mi alma”.
Chabeli fue la hija consentida de Julio. En 1999 ella estuvo al borde de la muerte como su padre por un accidente de auto sucedido en Los Ángeles. A ella Julio le dedicó su famoso tema De niña a mujer. Con Julio José (51), también de la saga Preysler, no tuvo mayores roces aunque el joven también se ha dedicado a la canción y al modelaje con menos éxito que su hermano.
¿El noveno hijo?
A los ocho hijos que cuenta en su legajo oficial Julio Iglesias habría que sumarle uno más que nació en 1975, mientras él estaba casado con Isabel Preysler. Se llama Javier Sánchez Santos y fue fruto de una relación tan fugaz como prohibida con una bailarina llamada Edite Santos. La batalla judicial por ser reconocido por su padre la comenzó Javier en su adolescencia.
En 1992 presentó una demanda por paternidad al Tribunal Supremo. Según Javier, en cuatro oportunidades, Julio se negó a realizarse el estudio de ADN solicitado. En 2017 Javier fue por más: contrató a un detective privado. Así consiguieron una botella de agua de la que había bebido Julio José, el segundo hijo de Julio, y la sometieron a una prueba de ADN. El resultado, con el 99 por ciento de certeza, dejó acreditado el parentesco. Sin embargo, el juez rechazó esta prueba porque la muestra no se había obtenido de una manera lícita. Javier no estuvo de acuerdo y dijo: “fue una botella que dejó mi hermano olvidada cuando fue a hacer deporte”.
En 2019, después de 27 años de batalla legal, la justicia española declaró que el cantante era el padre de Javier Sánchez Santos. El juez José Miguel Bort consideró que existían indicios suficientes para dirimir lo de la paternidad y dio por cierto que Javier nació de la relación sexual que el cantante tuvo con la bailarina. María Edite, la única testigo del juicio aportó datos concretos de la ubicación y distribución de la casa donde estuvo en 1975 con Iglesias.
El artista apeló la sentencia, no concurrió al juzgado, sus abogados hablaron de una falta total de pruebas. Siguió su rumbo obcecado del no reconocimiento. Sus abogados admitieron que su representado había concurrido a aquella fiesta, pero arguyeron que eso no probaba las relaciones sexuales. Leyes aparte, lo cierto es que el parecido a su padre es tan impresionante que para muchos ni hacía falta un examen de ADN.
En 2020 Javier llegó con su reclamo al Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo. En el 2022 el organismo rechazó el recurso presentado. Javier asegura que no busca su parte de la herencia (la verdad es que en este punto nadie perdería mucho porque si hay algo que sobra en esta familia son los millones) sino un acercamiento genuino a su padre y a sus hermanos: “Sueño mucho que me encuentro con él, me despierto y después no consigo volver a dormir”. Dice que ya no siente rencor porque odiando se pierde mucha energía. Cuando el año pasado el cantante cumplió 80 años, Javier decidió publicar una carta en tercera persona. Decía así: “Ha conseguido demostrar que la genética lo considera hijo, aunque la Justicia todavía no. No quiere dinero, lo único que busca es un encuentro con su padre, poder hablar. En el año 2017 consiguió la tranquilidad de saber que tenía un padre que se llama Julio Iglesias (…) Sería inmensamente feliz si su padre lo oyera. Le cuesta trabajo comprender que haya padres que no le den una oportunidad a los hijos rechazados (…)”. A los 49 años Javier sigue esperando lo que quizá nunca llegue, el reconocimiento de un padre.
Con 81 años Julio Iglesias lleva hasta el día de hoy una existencia cinematográfica. Podría decirse que nunca se olvidó de vivir sino que, por el contrario, ha vivido demasiado y que, en cada capítulo que le tocó, consiguió un papel protagónico. Quizá la magnanimidad lo alcance al final y se anime al abrazo tardío a este hijo que niega haber engendrado. Ese podría ser el broche de oro para la película casi perfecta de sus múltiples vidas.
Fuente: INFOBAE