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Así afecta la pornografía a los adolescentes: “Pueden llegar a cometer delitos por reproducir lo que ven”

El consumo precoz de estos contenidos fomenta conductas violentas y machistas, provoca disfunciones sexuales y aleja la afectividad de sus relaciones

No hay besos ni abrazos ni caricias. Tampoco hay afecto ni comunicación, pero sí violencia, inseguridad, baja autoestima y falsas creencias. Así son muchas de las relaciones entre adolescentes: vacías e insatisfactorias. Es, denuncian de forma unánime las expertas, una de las múltiples y devastadoras consecuencias del consumo masivo y precoz de pornografía entre los más jóvenes.

El problema es tan evidente que el Ministerio de Igualdad ha lanzado una campaña para reivindicar una educación sexual positiva e igualitaria frente a los patrones violentos y machistas que difunde de forma mayoritaria el porno. Según los datos que maneja este departamento, nueve de cada diez adolescentes lo consumen de manera habitual; y la mayoría de ellos entra en contacto por primera vez con este tipo de vídeos a los ocho años.

“La pornografía va a los niños, no los niños a la pornografía”, advierten la ginecóloga Miriam Al Adib y la profesora y sexóloga Diana Al Azem, coautoras de Cuando la cigüeña empezó a ver porno (Alienta Editorial, 2025), una guía en la que denuncian que los primeros encuentros con estos contenidos “se producen mayoritariamente de manera accidental”, a través de videojuegos, redes sociales o pop-ups con titulares confusos, como “clica aquí para ver lo que pasa entre Doraemon y Nobita”. Es la llamada Regla 34, que sugiere que cualquier cosa imaginable, desde personajes de dibujos animados hasta conceptos abstractos o personajes históricos, tiene una versión sexualizada en internet.

“Pensar que nuestro hijo no ha visto porno es absurdo: los datos demuestran que más de un 90% de los menores de 14 años lo ha consumido en algún momento”, remarcan las autoras, antes de indicar que se aúnan dos factores: la propia accesibilidad a través de los móviles y la rentabilidad económica que muchas empresas obtienen del alto tráfico que generan estos contenidos. “El algoritmo premia en todas partes, incluido en las redes sociales, a quienes crean pornografía y también a quienes la ven: es un círculo vicioso”.

Las cifras son abrumadoras —al menos 7 de cada 10 adolescentes ven porno de forma habitual, según los últimos datos de Save the Children—, sobre todo porque estos visionados no son inocuos. María Angustias Salmerón Ruiz es pediatra especializada en Medicina de la Adolescencia y en su consulta asegura que ha visto “lo inimaginable, de todo”. Al principio pedía a los jóvenes que le mostraran qué era lo que ellos consumían, pero tuvo que dejar de hacerlo porque “no podía soportarlo, me hacía daño”. Sexo con bebés, animales o personas decapitadas, prácticas de asfixia extrema o violaciones grupales son algunos de los contenidos “aberrantes” que los chavales “han normalizado” y contemplan de forma “habitual”.

Una exposición “traumática” para la que sus cerebros no están preparados, puesto que “carecen del desarrollo neurológico y de los mecanismos necesarios para poder parar, con el peligro que eso conlleva”, señala la doctora Salmerón. El problema del niño, además, es que “cree que eso que ve es lo normal”, por eso cuando tiene un acercamiento a nivel afectivo con otro menor, “intenta reproducir exactamente lo que ha visto”, incapaz de distinguir “la ficción de la realidad”.

Los adolescentes pueden llegar así a prácticas sexuales extremas y a disfunciones de todo tipo, desde “sexo violento en grupo hasta niñas que, con 13 o 14 años, aseguran que ya no sienten nada si no las ahorcan”, explican la ginecóloga Al Adib y la sexóloga Al Azem. Ambas hacen distinción entre chicos y chicas, ya que las consecuencias del consumo de pornografía “pueden ser diferentes”.

Ellos suelen tener dificultades relacionadas “con el desempeño”, puesto que se sienten “inferiores frente a los modelos de los vídeos” y desarrollan problemas como la eyaculación precoz, por la ansiedad que les causa no durar tanto como los actores; o la disfunción eréctil, porque ya no siente excitación ante lo real o creen que su pene es pequeño. Ellas, en cambio, pueden acceder a prácticas que no les gustan solo para complacer a sus parejas, puesto que lo que persiguen con el visionado de porno, más que excitarse, “es saber lo que tienen que hacer para satisfacer al otro, dejando de lado su propio placer”.

Según el esquema que sigue esa exposición temprana a la pornografía, se establecen dos roles claros: “El hombre es sujeto y la mujer, objeto de placer”, explica Al Adib. Desde muy pequeñas, las niñas interiorizan que “la hipersexualización es lo que se espera de ellas”. Si antes el ideal femenino era la mujer “casta y recatada”, hoy lo es la joven hipersexualizada y que “complace en todo al hombre”. Se fomenta así un “modelo social súper machista”, que “cosifica por completo” a las chicas. “Estas han pasado de ser objeto de reproducción a objeto erótico: antes daban hijos, ahora dan placer”, matiza, por su lado, Al Azem.

La pediatra Salmerón pone el foco, además, en que los patrones “violentos y machistas” del porno pueden llevar a los niños “a cometer delitos contra las niñas” sin saberlo, solo por “reproducir fielmente lo que ven” en la pantalla. “He tenido casos en la consulta de chicas que han sido violadas y no eran capaces de reconocer que lo que se había cometido contra ellas era una agresión”, explica, en este mismo sentido, la ginecóloga Al Adib. “Las adolescentes han interiorizado que, una vez que comienzan a excitar a un chico, ya tienen que tragar con todo lo que él quiera hacer, incluida, por ejemplo, una penetración anal para la que no han dado su consentimiento”.

Las tres expertas denuncian que el contenido para adultos ha llevado a los adolescentes a desligar el sexo de la afectividad, convirtiéndolo en un acto “descontextualizado y salvaje”. Por eso, hacen hincapié en la importancia de la educación sexoafectiva como una forma “elemental” de transmitir a los chavales que el sexo “es mucho más que masturbarse con otro cuerpo”.

Los besos, las caricias o el petting, denuncia Al Azem, “no existen” en sus relaciones, que suelen comenzar directamente con una felación —como en el porno— y derivan “precipitadamente” en la penetración, muchas veces “sin que el cuerpo de la chica esté preparado” para ello. “Creen que la confianza, el afecto y la comunicación no son parte de las relaciones, porque los vídeos con los que se educan carecen de todos estos valores”, indica la doctora Salmerón.

“Frenar esto es responsabilidad de toda la sociedad”, subrayan las tres expertas, que también coinciden en que “no se puede culpar solo a los padres” de una problemática cuya solución requiere de la participación “de toda la comunidad educativa”. Inciden, además, en que hay también una “responsabilidad gubernamental” que pasa por “establecer protocolos”, “regular con mecanismos legislativos” el acceso a páginas de contenido explícito o a redes sociales y “obligar a los gigantes tecnológicos a tener un mayor control sobre sus plataformas”.

Cuestiones que esperan que se resuelvan, “al menos parcialmente”, con la ley para la protección de los menores en entornos digitales, que actualmente se encuentra en trámite parlamentario. “El bienestar sexoafectivo de las generaciones futuras depende de ello”, recuerdan.

Fuente: EL PAÍS

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