La madrugada del 7 de agosto de 1888, una mujer apareció muerta en una oscura calle de Whitechapel, Londres, con 39 puñaladas en el cuerpo. El caso fue cerrado una semana más tarde sin que se identificara al asesino. Su muerte parecía destinada al olvido hasta que, menos de un mes después, el asesino en serie más famoso y misterioso de la historia comenzó a matar a otras prostitutas londinenses
Faltaban 15 minutos para las cinco de la mañana del 7 de agosto de 1888 cuando, como todos los días, el estibador John Saunders Reeves salió de su bloque de departamentos de edificio George Yard en el East End londinense para encaminarse hacia los muelles y resbaló en un charco de sangre. No pudo conservar el equilibrio y cayó casi sobre el cuerpo inerte de una mujer. Se levantó como pudo y corrió hasta encontrar al policía Thomas Barrett, que patrullaba esas calles. La muerte no era algo extraño en ese barrio marginal de Londres, pero el cuerpo de la mujer que yacía en el piso enmarcado por su propia sangre daba cuenta de un crimen perpetrado con una brutalidad inusitada. El doctor Timothy Robert Killeen, que llegó media hora después para examinar a la víctima contó 39 puñaladas en el cuerpo y en el cuello, incluyendo nueve incisiones en la garganta, cinco en el pulmón izquierdo, dos en el pulmón derecho, una en el corazón, cinco en el hígado, dos en el bazo, seis en el estómago, dos en los pechos, dos en la parte baja del abdomen y otras tantas en la zona genital. Por la temperatura del cuerpo, calculó que había muerto entre las 2 y las 3 de la madrugada. No se demoró mucho en identificar a la muerta, porque era muy conocida en el barrio. Se trataba de Martha Tabram, de 39 años, alcohólica perdida y prostituta de profesión.
Tampoco fue difícil para la policía reconstruir las últimas horas de Tabram. La noche anterior se había tomado hasta el agua de los floreros en la taberna Angel and Crown, cerca del lugar donde la encontraron muerta, en compañía de otra prostituta, Mary Ann Connelly -también conocida como “Pearly Poll”- y dos soldados. Poco antes de la medianoche salieron del local y las mujeres se fueron cada una por su lado, en compañía de un soldado, para brindarles sus servicios en algún oscuro callejón del barrio. Martha y su cliente caminaron hacia George Yard, una calle estrecha que conectaba Wentworth Street y Whitechapel High Street. Fue la última vez que se la vio con vida.
Durante la investigación se supo que una vecina había escuchado el grito de “¡Asesino!” alrededor de la una y media de la madrugada, pero que no le dio importancia, porque los gritos nocturnos eran cosa común en la zona. También hubo quienes vieron el cuerpo de la mujer frente al bloque de edificios George Yard, pero que siguieron de largo, porque los borrachos que se derrumbaban en la calle y los homeless que dormían a la intemperie formaban parte del paisaje habitual.
Según el doctor Killeen, el arma mortal podía haber sido un cuchillo común, pero no descartó la posibilidad de que el asesino hubiera utilizado una bayoneta. Todas las sospechas apuntaron entonces a los dos soldados que habían salido de la taberna con Martha y “Pearly Poll”. El inspector de la Policía Metropolitana Edmund Reid, de la División H de Whitechapel, pudo identificarlos como Leary y Law, pero debió descartarlos porque sus coartadas –confirmadas por otros militares– eran sólidas. Hasta ahí llegó la pesquisa. Una semana después, el juez de South East Middlesex George Collier cerró el caso como un asesinato cometido por persona o personas desconocidas.
El brutal crimen de la prostituta Martha Tabram parecía destinado a quedar para siempre en el olvido, pero una serie de asesinatos que se inició ese mismo mes en Whitechapel hizo que los investigadores volvieran sobre el caso para preguntarse si la muerte de Tabram debía incluirse o no entre los perpetrados por Jack el Destripador.

Jack The Ripper
Además del caso de Martha Tabram, los registros policiales de la época contabilizan once femicidios –un término que aún no existía- perpetrados en Whitechapel entre abril de 1888 y febrero de 1891, pero los investigadores coinciden que, por sus características, solamente cinco se le pueden adjudicar con certeza a Jack el Destripador, todos ocurridos en el lapso de 70 días que va desde el 31 de agosto el 9 de noviembre de 1888. A las víctimas “oficiales” del misterioso asesino se las conoce como “las cinco canónicas”.
La madrugada del viernes 31 de agosto de 1888, en Buck’s Row, una calle oscura del miserable barrio de Whitechapel, en el empobrecido East End de Londres, un chofer de nombre Charles Cross descubrió el cuerpo de una mujer desparramado junto a un portal. La policía no tardó en identificarla: se trataba de Mary Ann Nichols, una prostituta de 43 años, y estaba claro que la habían asesinado, porque tenía un par de cortes en la garganta, el abdomen parcialmente rasgado con una profunda hendidura en zigzag y varias incisiones hechas con el mismo cuchillo. Por esa muerte -en una sangrienta paradoja- el nombre de la pobre y hasta entonces anónima Mary quedaría escrito para siempre como el de la primera víctima del asesino más famoso de la historia: Jack the Ripper, el Destripador.
En los siguientes setenta días, otras cuatro mujeres aparecieron muertas de manera muy parecida. “Estos son los únicos hechos comprobados: todos los crímenes se cometieron tras el cierre de los bares; todas las víctimas eran de la misma clase –la más baja entre las bajas– y vivían no más lejos de un cuarto de milla unas de otras. Todas, además, fueron asesinadas del mismo modo”, explicaba el detective Reid, uno de los hombres de Scotland Yard encargados de investigar los casos y atrapar al autor de los crímenes.
El método del criminal se repetía con algunas variaciones: comenzaba por cortar de un lado a otro la garganta de la víctima para matarla y después le abría el abdomen. En algún caso se llevaba algún órgano como trofeo, en otros no. La existencia de un asesino en serie -aunque a fines del siglo XIX esa categoría criminal no había sido acuñada- aterrorizó a todo Londres y también dio lugar a ríos de tinta en los medios de la época, que lo bautizaron con el nombre que pasó a la historia. Jack el Destripador perpetró su raid criminal en apenas dos meses y una semana, pero su enigmática sombra se prolonga hasta nuestros días.

“Las cinco canónicas”
La mayoría de los investigadores de las andanzas de Jack el Destripador -“ripperólogos”, se los suele llamar- consideran a Mary Ann Nichols como la primera de sus víctimas comprobadas. No demoraría en aparecer la segunda. El sábado 8 de septiembre a las 6 de la mañana, poco más de una semana después de la aparición del cadáver de Mary Ann, fue encontrada muerta Annie Chapman, otra prostituta, cerca de la entrada a un patio interior de la calle Hanbury. El cuadro con que se toparon los policías fue -si eso es posible- más truculento que el del primer crimen. El informe de la autopsia lo describió así: “El abdomen había sido completamente abierto: los intestinos (…) se habían sacado del cuerpo y colocado sobre el hombro del cadáver; (…) el útero, la parte superior de la vagina y dos tercios de la vejiga no estaban. No había rastro de estas partes, y las incisiones eran cuidadosas, evitando el recto (…). La manera en que se había utilizado el cuchillo parece indicar grandes conocimientos de anatomía”. No se encontraron rastros del autor del asesinato, pero un testigo aseguró a ver visto a Annie media hora antes del hallazgo de su cadáver, acompañada por un hombre de pelo oscuro y con apariencia de un “gentil venido a menos”.
La madrugada del domingo 30 de septiembre, Jack mató por partida doble. El cuerpo de la primera víctima, Elizabeth Stride, fue descubierto a la una de la mañana en Dutfield’s Yard, con la carótida cortada. Sin embargo, el cadáver no tenía los ya típicos cortes en el abdomen, lo cual hizo pensar que el asesino tuvo que escapar antes de completar su obra. La policía encontró a algunos testigos, pero sus informaciones eran contradictorias: todos dijeron haber visto a Elizabeth acompañada por un hombre, pero unos aseguraron que era rubio mientras que otros dijeron que tenía el cabello oscuro; hubo quienes lo describieron como bien vestido, pero para otros vestía andrajos.
Esa misma noche, una hora después, apareció el cadáver de Catherine Eddowes. Resultó evidente que, en este caso, el asesino había logrado completar su obra. La mujer tenía la garganta profundamente cortada, presentaba una incisión vertical, también profunda, en el abdomen, la habían eviscerado y colocado los intestinos por encima del hombro y, además, le faltaban el riñón izquierdo y casi todo el útero. Aquí también hubo testigos, pero tampoco sirvieron de mucho: Joseph Lawende, un vecino, dijo que, cuando caminaba con dos amigos por esa calle, había visto a Catherine acompañada por un hombre rubio, pero cuando fueron interrogados los otros dos hombres dijeron que no habían visto nada. Otra posible pista fue el delantal ensangrentado de Catherine, encontrado a cierta distancia de donde había sido hallado el cadáver cerca de la entrada de un edificio en cuya pared se leía una pintada referida a “los judíos”. Charles Warren, comisionado de la policía, pidió que retiraran el grafiti antes del amanecer bajo la sospecha de que habría incitado protestas antisemitas. Ninguna de las dos cosas dio indicios que llevaran al asesino, aunque le costaron caras a un zapatero judío que vivía cerca del lugar.
La última víctima “canónica” de Jack el Destripador apareció a las 10.45 de la mañana del viernes 9 de noviembre sobre la cama de una habitación alquilada en Miller’s Court. Se trataba de una prostituta ocasional llamada Mary Jane Kelly. Tenía un profundo corte que iba desde la garganta hasta la espina dorsal, el rostro hecho pedazos hasta quedar casi irreconocible y le habían extraído todos los órganos abdominales y el corazón. Después de ese crimen, el misterioso asesino desapareció sin dejar un solo rastro que permitiera identificarlo.

Las cartas y el perfil criminal
Además de matar, Jack se burlaba de la policía. Para cuando Mary Jane Kelly fue asesinada, los investigadores de Scotland Yard ya tenían en su poder por lo menos cuatro cartas supuestamente enviadas por el asesino, que firmaba con el nombre que le había dado la prensa, “Jack el Destripador”. La primera fue recibida por George Lusk, presidente de un comité de vigilancia callejera de Whitechapel formado por voluntarios, después del asesinato de Catherine Eddowes, y estaba acompañada por medio riñón, que la policía no pudo determinar si pertenecía a un ser humano. La carta, escrita según su autor “desde el infierno”, decía: “Le envío medio riñón que tomé de una mujer. Lo he conservado para usted. La otra mitad la freí y me la comí. Estaba muy bueno. Si espera un poco más, quizá le envíe el cuchillo ensangrentado con el que lo saqué”. Y agregaba, a manera de firma: “Atrápeme si puede”.
Después llegaron otras tres, también firmadas por Jack El Destripador, en las cuales el autor se adjudicaba los crímenes de Whitechapel, se burlaba de la policía y prometía cometer más crímenes. Algunos registros de la época parecen indicar que hubo más cartas que las que se conocen, pero que desaparecieron misteriosamente de los archivos de Scotland Yard, quizás robadas para guardar como souvenir por algún policía.
La filtración de algunas de las cartas -sobre todo de la primera- dio pasto para nuevos artículos sensacionalistas y puso más presión a los hombres de Scotland Yard, incapaces de mostrar ningún avance en la investigación que apuntara a la identificación o la captura del asesino. No son pocos los criminólogos que sostienen que algunas de esas cartas supuestamente firmadas por Jack fueron escritas por periodistas ávidos de echar más leña al fuego del caso para generar nuevos artículos, verdaderas fake news del siglo XIX.
Las críticas de la prensa eran injustas, porque Scotland Yard estaba investigando a conciencia para tratar de identificar al asesino. Puso a trabajar a un centenar de agentes que entrevistaron a testigos y vecinos, casa por casa, mientras que el material forense era analizado con los métodos más avanzados de la época. Se sabe se tomaron más de dos mil declaraciones, se investigó a unas trescientas personas como sospechosos y hubo ochenta detenidos, aunque ninguno de ellos resultó ser Jack.
El caso también dio lugar a la elaboración del primer perfil criminal de la historia policial, a cargo del médico forense Thomas Bond. Luego de analizar minuciosamente toda la información existente sobre los asesinatos, el experto rechazó la idea de que el asesino contara con conocimientos científicos o anatómicos, o “el entendimiento técnico de un carnicero o matarife”, y sostuvo que debía tratarse de un hombre solitario, sujeto a “ataques periódicos de manía homicida o erótica” e hipersexual dado el tipo de mutilaciones. También señaló que “el impulso homicida podría haber surgido de alguna condición mental de venganza o melancolía, o una manía religiosa, aunque no creo que ninguna de estas hipótesis sea procedente”. Bond también confirmó también la sospecha de que se trataba de un solo criminal y no de varios. “No cabe duda de que los cinco asesinatos fueron cometidos por la misma mano. En las primeras cuatro (víctimas), las gargantas parecen haber sido cortadas de izquierda a derecha y en la última, debido a la extensa mutilación, es imposible decir en qué dirección se hizo el corte fatal, aunque se encontró sangre arterial en la pared, salpicada cerca de donde la cabeza de la mujer debió haber estado. Las circunstancias en torno a los asesinatos me llevan a deducir que las mujeres estaban recostadas al momento de ser asesinadas, y en todos los casos (el asesino) cortó primero la garganta”, escribió.

Misterios sin resolver
La investigación de Scotland Yard tuvo decenas de sospechosos, una lista que siguió creciendo con el transcurso de los años y que llegó a incluir a nobles, médicos, artistas, marginales e, incluso, al autor de Alicia en el País de las Maravillas, Lewis Carroll. Se cuenta que la Reina Victoria seguía día a día la evolución de la investigación y que también tenía sus propias teorías sobre el asesino. No obstante, la mayoría de las hipótesis apuntan a seis personas.
El director del Departamento de Investigación Criminal de Scotland Yard en el momento de los crímenes sostenía que Jack era un barbero judío-polaco desequilibrado mentalmente que se llamaba Aaron Kominski. El hombre fue interrogado y desechado como posible asesino, pero más de un siglo después, en 2014, una investigación académica encontró coincidencias de ADN mitocondrial entre muestras de descendientes de Kominski y restos de sangre que contenía el chal de Catherine Eddowes descartado cerca del lugar del crimen. Sin embargo, no es una prueba concluyente porque no se tiene la certeza de que la prenda perteneciera a la víctima y, además, los rastros de sangre -posiblemente contaminados- tampoco eran fiables para realizar la prueba.
Otro acusado fue el abogado Montague John Druitt, un joven de clase alta sobre el cual puso la mira uno de los investigadores de Scotland Yard, Melville Macnaghten, que sospechaba que podía ser el asesino porque era “sexualmente enfermo”, es decir y bajo la lectura de la época, homosexual. Druitt se suicidó en diciembre de 1888 -un mes después del último crimen de Jack -lo cual reforzó las sospechas. Sin embargo, el inspector responsable del caso del Destripador, Frederick Abberline, aseguró después que no había pruebas en su contra.
Walter Sickert, un pintor de 28 años, fue también investigado a fondo debido a que la policía consideró que tenía un “desmesurado interés” sobre el caso y autor de un óleo titulado El dormitorio de Jack el Destripador. En su momento fue descartado por falta de pruebas, pero en 2014 se halló́ una coincidencia de ADN mitocondrial en una carta enviada por la esposa de Sickert y otra firmada por el Destripador. Tampoco es una prueba concluyente, porque hasta el 10% de los ingleses comparte el mismo tipo de ADN.
Existen indicios de que Scotland Yard llegó a sospechar de Alberto Víctor, duque de Clarence y nieto de la Reina Victoria, quien habría actuado en complicidad con el médico de cabecera de su majestad, William Gull. Ninguno de los dos fue interrogado, dadas las altas posiciones que ocupaban, pero esta hipótesis fue retomada en 1976 por el escritor británico Stephen Knight en su libro Jack the Ripper: The Final Solution, donde sostiene que los crímenes fueron en realidad una conspiración de la Casa Real para proteger al duque. Allí plantea que los asesinatos tenían como objetivo eliminar a las prostitutas que lo chantajeaban porque sabían que había tenido un hijo con una de sus colegas, y que el nieto de la reina, en complicidad con el médico, inventó a Jack el Destripador para encubrir su autoría.
De todos los sospechosos, quien peor la pasó fue John Pizer, un zapatero a quien en Whitechapel todos conocían como “Leather apron”, porque andaba siempre por la calle con el delantal de cuero típico de su oficio. Lo detuvieron dos días después del asesinato de Mary Ann Nichols -la segunda víctima- porque otra prostituta lo acusó de haberla amenazado con un cuchillo la misma noche del 8 de septiembre. Lo interrogaron con métodos poco humanitarios, pero el hombre se mantuvo firme y después debieron descartarlo porque tenía una coartada irreprochable.
Después del asesinato de Mary Jane Kelly, el 9 de noviembre de 1888, el asesino en serie desapareció abruptamente de la escena. Hubo quienes creyeron que había muerto y otros que había escapado a otro país. Cuando se cumplen 137 años de la brutal muerte de Martha Tabram, los estudiosos del asesino en serie más famoso de la historia se dividen entre quienes sostienen que la mató Jack y quienes lo niegan. Estos últimos se basan en que fue un crimen “desprolijo” y apresurado que no coincide con su modus operandi; los primeros afirman que eso se debe a que fue uno de sus asesinatos iniciales, cuando aún no había perfeccionado su técnica. Lo cierto es que las identidades del asesino de Tabram y de Jack el Destripador -hayan sido o no la misma persona- siguen siendo misterios sin resolver.
Fuente: Infobae