¡Pero qué chimba, chimba de vida! ¡Estoy viviendo la life que quería! ¡Aquí estoy viviendo chimba de vida!”. Con este estribillo Karol G puso a temblar el verano pasado el estadio Santiago Bernabéu durante cuatro días consecutivos, a razón de unas 60.000 personas por noche. Probablemente la mayoría conoc…
ería la palabra “chimba” por ella, o tal vez por Maluma con sus parceros y sus chimbitas. “¡Qué chimba parce!” es una frase muy colombiana que vale para cualquier cosa que esté realmente buena, desde un cóctel hasta una película. Equivale a decir “me lo estoy gozando”, otra forma muy latina de manifestar felicidad suprema que ha acabado colándose en el castellano de la Península.
Efectivamente, los músicos latinos están viviendo la life que querían, muchos entre Miami y Madrid, la inesperada meca europea del perreo, donde miles de seguidores —en la capital viven más de un millón de latinos— bailan sus canciones con estudiados golpes de pelvis y el glúteo bien puesto. Los nativos, de castellano y movimiento más rígido, aprenden rápido, y entre todos llenan las discotecas donde una de cada tres canciones que suenan es de música urbana.
El género urbano, liderado por el reguetón, supera el 35% de la música de las discotecas. En 2024 el puertorriqueño Myke Towers fue el artista más escuchado en España, según Spotify. Bad Bunny ocupó el segundo puesto, seguido por el colombiano Feid, el granadino Saiko y el canario Quevedo. Un altar masculino donde Karol G reina en solitario con Si antes te hubiera conocido, la canción más reproducida del año pasado.
La música urbana canta a un mundo masculino, sexualmente explícito y deslenguado. La mayoría de las letras no resistiría un análisis con una mínima perspectiva de género. La actitud de sus protagonistas es desafiante y sus canciones parecen catálogos de marcas de moda, hoteles de lujo, coches deportivos y alta joyería. En los clubes se perrea y se provoca al estilo urbano, y si J Balvin canta a un perfume Bond, esa fragancia subirá ipso facto al podio de los objetos de deseo. Al espacio del Grupo Isolée en El Corte Inglés de Puerto Banús entró hace dos veranos un discretísimo Bad Bunny, tan de bajo perfil que pasó inadvertido incluso para la dependienta que le vendió un frasco de Layton, de Marly Parfums. Esa noche el cantante subió la compra a sus redes y se desató uno de los fenómenos virales más espectaculares que ha vivido una fragancia masculina. A Isolée le costó lo suyo completar la secuencia de los hechos.
Pero la vibe (pronúnciese vaibe) latina no se expande solo por el aroma. La normalización de una estética que hace unos años podría haber sido considerada radical valida la condición de estrellas globales de estos músicos. Los cortes de pelo latinos trascienden las clases sociales con sus zonas rapadas que descubren el cuero cabelludo y los dibujos que atraviesan toda la cabeza. Las cejas se rematan con uno o dos cortes en los extremos que imitan una cicatriz: la ceja de un tipo rudo que no esconde sus heridas de guerra. La estética del género urbano se completa con tatuajes elaborados y cadenas y anillos en varios dedos. “Ahora hay dos looks, eres cayetano o eres urban”, resume Arleth Rojas, periodista hondureña asentada hace varios años en Madrid.
En The Beauty Concept, un centro de belleza y medicina estética que gestiona el spa del Mandarin Oriental Ritz de Madrid, han observado cómo los hombres jóvenes ajustan su estética para acabar pareciéndose a los ídolos latinos. Su directora, Paz Torralba, enumera lo que más se copia de cada cantante: “De Rauw Alejandro, la sonrisa y los dientes; de Bad Bunny, la definición de la mandíbula; de Daddy Yankee, los pómulos; de Ozuna, el corte de pelo, y de Maluma, después de adelgazar, la definición del torso y el abdomen”.
Andrés García Maso, natural de Cali (Colombia), llegó a Madrid en 2012, dio clases de zumba en varios gimnasios de la ciudad y hoy es el creador de la cuenta de Instagram Mi Bello Madrid, donde tiene 305.000 seguidores. “Cuando llegué podía escuchar una salsa en una boda, casi siempre Vivir mi vida, de Marc Anthony. Ahora puedo bailar canciones de Cali en cualquier tardeo en Madrid”, cuenta. Como ha sido entrenador personal puede dar fe de cómo han ido cambiando en una década las rutinas para conseguir determinados volúmenes. “Se le da más importancia a las piernas y a la forma del glúteo, a los latinos nos preocupa el tren inferior”, señala.
Una calurosa noche de septiembre de 2024 se esperaba a Quevedo en la discoteca Fitz Club Madrid de la calle de la Princesa. Sin avisar, el cantante apareció con Rauw Alejandro y muchas ganas de after party. “No era la fiesta oficial pero acabaron aquí”, cuenta Carlos Rubio, director musical del Grupo Sounds, propietario del club, y añade: “Obviamente el primer interés de estos músicos es hacer un WiZink o tres o cuatro Bernabéu, pero ya que están se dejan caer y cantan gratis para sus amigos. Están pasando cosas en Madrid que solo pasaban en Miami”, reflexiona. Eso también debieron pensar los propietarios de Perro Negro cuando decidieron que su primer local de este lado del Atlántico estaría en el barrio de Salamanca. Perro Negro es una sala de Medellín que Bad Bunny y Karol G invocan en sus canciones como la meca del reguetón.
Fitz, estratégicamente ubicada junto a la plaza de España, y con otra sede en Marbella, fue pionera en llevar a sus platós a grandes del género como Ozuna, Jhayco, Myke Towers o JC Reyes. Lo curioso es que cuando abrió en 2022 iba a ser una sala de música electrónica.
España, y más concretamente Madrid, está viviendo un fenómeno que los expertos llaman “globalización de la latinidad”, y que, según un estudio de la Universidad de Nebrija, se expresa en un cambio de actitud hacia el reguetón y otros géneros urbanos. Según este trabajo, tres factores habrían condicionado esta aceptación: el cambio en la posición socioeconómica de los nuevos artistas, muchos de ellos con estudios universitarios y un mayor poder adquisitivo; la elevación del género con colaboraciones transnacionales entre latinos y anglosajones; y la doble faceta digital de los cantantes que saben ser a la vez influencers y magníficos creadores de contenido en plataformas como TikTok. La celebración en 2023 de los Latin Grammy en Sevilla fue la puesta de largo de una comunidad latina de altos decibelios y desahogada cuenta corriente que se siente muy a gusto de este lado del Atlántico y trae consigo su estilo de vida: sus peluqueros, estilistas, decoradores, consejeros financieros, galeristas de arte y hasta sus restaurantes, el último La Mar, del peruano Gastón Acurio, que abre frente al Bernabéu porque —confirma el chef a El País Semanal— “mucha de mi clientela habitual se ha mudado recientemente a la ciudad”. Un argumento similar expone el doctor Alan González, cirujano plástico que ha inaugurado hace un mes en la calle de Velázquez de la capital una sede de su clínica estética Care Me. Las otras están en Cali, Barranquilla y Bogotá.
Fuente: EL PAÍS