La Catedral se construyó en un predio de su propiedad y donde hizo lo que quiso. Desde allí siguió con su negocio de tráfico de cocaína y secuestros extorsivos. Su dormitorio era en suite y contaba con un bar con hidromasaje y barra para tragos. Tenía tres chefs y comía a la carta. Las bromas pesadas que le hacía a sus sicarios
Cuando el 19 de junio de 1991 Pablo Escobar y un grupo de secuaces fueron detenidos y trasladados a la llamada cárcel de La Catedral en Colombia, no llegaron a una prisión sino a una especie de casa de fin de semana. Allí el narcotraficante hacía lo que quería y no existía normativa para cumplir con un régimen de visitas como en todo penal. Su familia se podía quedar a dormir y compartir la estada con él tal cual lo hacían en sus fincas, como si se tratara de un apart hotel.
Estaba ubicada en el municipio de Envigado, a 9,8 kilómetros del parque principal de ese municipio. Y había sido construida en un terreno de propiedad de Escobar por su expreso pedido en medio de una montaña con vista directa sobre Medellín.
Antes de llegar, pasando mitad de camino, aparecía a la vista de fondo una importante playa de estacionamiento con una casona con mesas de billar, una fonola para musicalizar, donde se podía tomar una cerveza helada, también propiedad de Pablo. Hasta allí llegaban criminales para recibir órdenes de “El Patrón” como lo llamaban a través de un sofisticado sistema de comunicación por circuito cerrado que él mismo había ideado.
La cárcel de Escobar
Digamos que se había organizado tras las rejas para recomponerse y mantener activo el tráfico de cocaína y el secuestro de personas para continuar generando dinero y mantener la estructura delictiva intramuros.

Otro de los integrantes del grupo tomó un arma (N de la R: sí, estaban armados para repeler cualquier ataque porque la detención era una simulación para dejar contento al gobierno) y le apuntó a El Gordo a la cabeza mientras un par más lo sujetaban. “Si me mata, se viene conmigo”, subió la voz Escobar, mientras el hombre acusado lo negaba entre lágrimas y transcurrían los minutos.
Después de un tiempo, Pablo se repuso, le dijo que todo era una broma y le mostró un sobrecito de sal de frutas antiácido con el que había provocado las burbujas blancas que asomaron por su boca. Todo terminó con un abrazo y El Gordo confesando que se sintió aterrorizado porque estaba seguro de que lo iban acribillar. Así, con precisiones lo contó Juan Pablo, su hijo, en su libro Pablo Escobar mi padre, de Editorial Planeta.
Las comodidades de la prisión
Como tantos otros detalles relacionados con las instalaciones del lugar que contaba con mesas de ping pong, billares y juegos de mesa. Tenían tres chefs, comían a la carta y dos mujeres de su máxima confianza preparaban los platos y se encargaban de las raciones porque Pablo temía que sus archienemigos del Cartel de Cali intentaran envenenarlo.

El calabozo de Pablo era en suite, cómodo, de varios metros cuadrados y con vista a la ciudad. Y su mujer, Victoria Eugenia Henao y sus hijos podían visitarlo y quedarse con él el tiempo que quisiera sin ningún tipo de restricciones. Su hijo Juan Pablo le había llevado decenas de camperas que había comprado a su pedido en los Estados Unidos para todos porque el lugar era demasiado frío. Y hasta el gorro negro de abrigo con el que supo posar y cuya foto circuló por todas las redacciones del mundo. Además le acercó productos con micrófonos ocultos para grabar conversaciones sin que nadie lo notara.
Mientras tanto Escobar no paraba con sus bromas. Esta vez el que la sufrió era Roberto, su hermano. Le habían colocado un conjunto femenino de bombacha y corpiño en el baño de su celda, y Dora, su esposa, lo terminó descubriendo porque ese fue el objetivo, que lo hallara. La mujer a los gritos no paró de maldecirlo, hasta que tanto Pablo, como “Mugre”, otro de sus bandidos, ambos cerebros de la maniobra, le confesaron a Dora, que no entraba en razones, ser los autores de la chanza, una más, en esta oportunidad más que densa.
El equipo de Pablo Escobar
El entretenimiento era imprescindible para ellos, nunca podía faltar. Y el fútbol fue un pasatiempo favorito para todos, ni que hablar para Pablo. Entonces llegaron cracks a la prisión como el entrenador Francisco Pancho Maturana y los jugadores Faustino Asprilla, Leonel Álvarez, Luis Alfonso Fajardo, Víctor Aristízabal y el arquero René Higuita, entre otros. Obviamente el partido nunca terminaba hasta que el equipo de Pablo estuviera ganando. El resultado siempre estaba puesto y asegurado.

Entretanto iban llegando muebles de estilo y artefactos a la cárcel: armaron un bar con hidromasaje, barra para tragos, heladera con freezer, una enorme cocina, juego de comedor complementado por sillones italianos, biblioteca, televisores, algunos óleos y esculturas elegidos por Victoria, su esposa, una experta en la materia. Y no podía faltar la imagen en tamaño gigante con su primo Gustavo Gaviria para la que posaron portando armas como mafiosos.
En los exteriores crearon un piletón gigante cuyo destino fue un criadero de truchas con un cartel con amenaza incluida que rezaba: “El que saque más de una, multa: un balazo en la cabeza”, describió Juan Pablo Escobar en su obra, Las historia que no deberíamos conocer publicada en 2016.
Siempre seguían sucediendo cosas extrañas en La Catedral. La familia de Pablo festejó esa Navidad de 1991 acompañándolo y bebiendo champagne Cristal. Él descubrió gracias a sus informantes que un grupo de enemigos mezclados con militares y policías habían planeado secuestrar a su hijo que por entonces empezaba a participar en competencias de motocicleta. Escobar primero hizo quedar a Juan Pablo en la cárcel para protegerlo, y mientras tanto descubrió quiénes eran y se encargó de llamarlos uno por uno y amenazarlos si algo le ocurría al joven.
Mientras tanto en la cárcel pasaba de todo. Hasta se llevó a cabo una boda, la de Jorge Tato Avendaño y su novia Ivonne con festejo incluido. Mientras tanto, Pablo se concentraba en planear la lucha que estaba planteada contra el Cartel de Cali. Temía que sus rivales arrojaran proyectiles desde el aire para matarlo, especulación que circuló en la prensa colombiana y se convirtió en noticia. Pero eso no impedía que a la hora de pasarla bien como él decía llegaran a su pedido diversidad de misses de la belleza.
A su ingreso al penal Pablo andaba armado, pero luego, como lo visitaba su pequeña hija Manuela, un guardia siempre lo acompañaba y le pasaba la suya si él lo requería. Por miedo al ataque aéreo mencionado, él y sus secuaces se trasladaron a unas casitas que funcionaban como refugios y se encontraban en los alrededores del edificio de la cárcel, cerca de la cancha de fútbol, donde permanecieron ocultos.
Las amenazas a Pablo Escobar
El clima se enrarecía minuto a minuto. Para colmo trascendió que Gerardo Kiko Moncada, uno de sus socios más respetados por Pablo, y Fernando Galeano, encargado de los negocios del Cartel de Medellín tras la entrega de Escobar y de sus principales lugartenientes, habían sido asesinados en la propia cárcel de La Catedral por orden de Escobar. Había descubierto que lo traicionaron con los integrantes del Cartel de Cali. Eso provocó mayor caos y de alguna manera precipitó el final del encierro.
Así, funcionarios de la fiscalía intentaron entrar y recorrer la prisión pero los presos no les permitieron el acceso. Luego se hicieron presentes militares y también fueron contenidos por los culatas de Escobar. El objetivo del ejército era trasladar a Pablo a una base militar y por eso habían desplegado decenas de soldados fuertemente armados en los alrededores. El escenario estaba tan tenso que el caponarco discutió la decisión que estaba tomada con el mismísimo viceministro de Justicia, Eduardo Mendoza, quien se había hecho presente junto al director de prisiones, coronel Hernando Navas Rubio. No le tembló el pulso, dio la orden y ambos terminaron atados de pies y mano y amenazados a punta de pistola y ametralladoras.
El 22 de julio de 1992 Pablo había dado la orden de fugarse. Y de inmediato la cárcel quedó a oscuras para facilitar la huida. Salieron por un boquete que hicieron en una pared que en un sector estaba construida intencionadamente con una mezcla de barro para poder derrumbarla cuando hiciera falta. En total fueron 10 quienes junto a Pablo lograron el escape. Como siempre, casi un día después, las autoridades fueron casi las últimas en enterarse.
Fuente: INFOBAE