Tanques y uniformes militares directamente abandonados en la carretera por los soldados que se rindieron al avance rebelde, disparos de fusil al aire que son ya más muestra de poder que celebración, edificios administrativos quemados por la multitud o, como el aeropuerto, militar, bombardeados por Israel (del que aún sale humo), coches asaltados con los vidrios rotos, un duty free completamente saqueado… Así es Siria este lunes, en el espacio entre un régimen, el de Bachar el Asad, derribado apenas 36 horas antes, y el que formen los distintos grupos que lo derrocaron.
Los combatientes rebeldes intentan poner orden en un país donde el ejército que impuso su ley durante medio siglo no da señales de vida. De momento, los puestos militares de control en la carretera de la frontera con Líbano a Damasco, antes ubicuos, están simplemente vacíos. Tres hombres con uniforme militar sin identificación y barba típica de los salafistas vigilan los casi inexistentes coches que pasan. En la capital se cuentan con los dedos de la mano las tiendas abiertas y la gente pasa con panes. En medio del tráfico se aprecia una mezcla de incertidumbre y posos de alegría. Algún coche circula con la llamada Bandera de la Independencia, con tres estrellas, que ya ha empezado a ondear oficialmente. La bandera rebelde ha sido colocada ya incluso en la embajada de Rusia, el gran aliado junto a Irán de El Asad, que ha sido acogido en Moscú junto con su familia por “motivos humanitarios”.
En pleno Damasco, la capital, hay un camión abandonado con un cartel en ruso. Hay también un cartel tiroteado, en el que aparece Bachar con el presidente ruso, Vladímir Putin, y una frase en ruso. Otro, hecho añicos, donde se le ve junto a Hafez el Asad (1971-2000), su padre y antecesor.
Cerca de la frontera, el duty free ha sido completamente saqueado. Solo quedan cerveza y botellas de whisky y vodka tiradas por el suelo. Tres hombres (dos de ellos con una cruz al cuello) aprovechan para entrar y salir, cada uno con una caja de alcohol de alta graduación. Unos jóvenes llegan disparando al aire y se hace un silencio. Aquí, hoy, nadie sabe quién es autoridad y quién no porque no la hay. Pocos segundos después todos entienden que era una mera demostración de poderío de un hombre con un arma larga.
—No me fotografíes, soy combatiente, advierte.
En algún cruce se ven también pilas de sacos terreros. Era el “anillo inexpugnable” en torno a Damasco que prometía el ministro de Interior horas antes de la caída de la capital, sin casi disparos ni resistencia.
El apresurado intento de los rebeldes por poner poco algo parecido a un orden se nota poco a poco en las calles. Dos hombres con uniforme militar sin distintivo se han convertido en guardias de tráfico improvisados en un congestionado cruce de caminos.
A la entrada de una comisaria incendiada en la víspera se han apostado dos hombres. Son la nueva policía, la palabra que llevan escrita en el pantalón. El brazalete es del Gobierno de Salvación Nacional que formó en Idlib Hayat Tahrir El Sham (HTS), el movimiento fundamentalista que lideró la ofensiva. No está muy claro qué custodian, porque solo quedan documentos ennegrecidos por el fuego y muebles tirados.
Han llegado desde Idlib, la provincia rebelde de la que partió la ofensiva relámpago que acabó con el régimen de El Asad en apenas semana y media. Y, conscientes de la preocupación que genera en el barrio cristiano en el que están y de que el mundo los mirará con lupa, estos primeros días se apresuran a decir que fueron civiles quienes incendiaron motu proprio los documentos de la comisaría, por enfado acumulado contra el régimen. No las tropas rebeldes que entraron en la ciudad.
Mientras tanto, varios países intentan establecer su área de influencia en la nueva Siria. Por una parte, Estados Unidos trabaja junto a sus aliados en Oriente Próximo para “destruir las armas químicas del Gobierno del presidente sirio, Bachar el Asad”, y evitar que caigan en manos equivocadas, según las explicaciones expuestas por un alto funcionario estadounidense a la prensa, según informa Reuters. Esa misma fuente ha explicado que, en los últimos días, el Gobierno de Joe Biden se ha esforzado en vigilar el arsenal químico sirio con el objetivo de impedir un posible uso por grupos terroristas o facciones armadas. Y ha indicado que los servicios de inteligencia estadounidenses tienen localizado ese inventario de armas y creen que seguirá seguro. “Estamos tomando medidas muy prudentes. Hacemos todo lo posible para garantizar que estos materiales no estén disponibles para nadie y permanezcan protegidos”, ha declarado.
Desde Moscú, las autoridades rusas han advertido que darán una “respuesta dura” si sus bases militares emplazadas en Siria son atacadas, según expresó un alto cargo ruso a la agencia Interfax. Israel mantiene desplegados militares sobre el terreno sirio, aunque su ministro de Asuntos Exteriores, Gideon Saar, ha explicado este lunes en conferencia de prensa que es una medida “limitada y temporal” destinada a garantizar la seguridad de Israel durante la confusión que siguió a la caída de Bachar el Asad.
Por su parte, el Gobierno de Turquía, que ha sido tal vez el principal soporte militar y financiero de una parte de los rebeldes, ha expresado su intención de que los inmigrantes sirios que acoge regresen sanos y salvos a su país. El ministro de Asuntos Exteriores turco, Hakan Fidan, metió en el mismo grupo a dos organizaciones rivales entre sí, como el Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés) y los militantes del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), al señalar que ninguna de ellas debe beneficiarse de la actual situación.
Al menos 11 miembros de una misma familia, entre ellos seis niños, han muerto este lunes en un ataque con un dron lanzado por Turquía contra una vivienda en las afueras de la ciudad de Ain Isa, en el norte de Siria, controlada por los kurdosirios, ha informado una ONG.
Fuente: EL PAÍS