Javier Milei siente, tras 10 meses de gestión, el peso de su política de ajuste. Ha caído más de diez puntos desde mayo, cuando su imagen positiva alcanzó el 54%. Había bajado la inflación del 8,8% al 4,2% mensual y el éxito de su estrategia compensaba el costo de los recortes que aplicó para eliminar el déficit. Pero desde entonces no ha dejado de caer en los sondeos. Aún tiende cifras dignas, en torno al 40% de imagen positiva, pero Milei no es un político cualquiera. Está en franca minoría en el Congreso, no tiene ni un gobernador afín y su partido, La Libertad Avanza, está en construcción. El ultraderechista es un líder sin estructura política que necesita del apoyo popular como ningún otro presidente argentino desde el regreso a la democracia, en 1983. Y ha entrado en lo que los analistas llaman “la etapa del desencanto”.
Es posible que aún sea pronto para saber lo que supone para el presidente perder poco a poco el apoyo popular. Pero hay señales evidentes de alarma. “No es una situación terminal, pero comienza a hacerse notorio el desencanto y el descenso de su aprobación”, dice la consultora Analía del Franco. “Es lógico que haya una caída, porque pasaron diez meses. El problema de Milei es que en el metro cuadrado de la gente no está cambiando nada, por no decir que está peor. Aparece además otra cuestión: la sensación de que el presidente no da respuestas a lo que la gente le está pidiendo. Y algunas cuestiones de su estilo que empiezan a molestar más. Molestó siempre su estilo de insultos, incluso a los propios, pero si además no me das plata y sos un grosero la situación se complica”, advierte.
El listado de improperios con que el presidente arenga a su tropa es largo. La semana pasada, durante el lanzamiento de su partido a nivel nacional, dio un largo discurso ante unos 5.000 seguidores en el Parque Lezama, el mismo sitio adonde había iniciado la campaña que finalmente lo llevó a la presidencia. Llamó a periodistas, políticos, sindicalistas y empresarios “casta putrefacta”, “ratas miserables”, “culo sucio”, “ensobrados”, “degenerados fiscales”, “zurderío inmundo”, “delincuentes” y “traidores”. Pablo Touzón, director de la consultora Escenarios, advierte del peligro de “rutinización de algunas actitudes de Milei, que pierden efectividad”. “Ha demostrado habilidad táctica, pero no tanto en el discurso público. Es una debilidad depender exclusivamente del humor social, sobre todo porque en Milei no está claro que sector de la sociedad lo bancaría” en caso de que un empeoramiento de la situación política y económica, dice Touzón.
Alguno hitos de la gestión del ultraderechista han alimentado el desencanto del que habla Del Franco. El veto, a principios de septiembre, de una ley que garantizaba una subida de los haberes de los jubilados fue un golpe al corazón del relato “anticasta” con que Milei llegó al Gobierno. La semana que pasó, el presidente vetó otra ley, esta vez de financiamiento de las universidades públicas, tras una manifestación de profesores y alumnos que reunió a 300.000 personas solo en Buenos Aires. En ambos casos usó el mismo argumento: no ceder ante los diputados y senadores que ponen en riesgo su política de control del gasto. La sociedad empieza a percibir que el peso del ajuste no cae solo sobre la política, como había prometido Milei en campaña. “Si la caída de popularidad se profundiza, sí será preocupante para Milei”, advierte Touzón. “Como su agenda no incluye acuerdos corporativos ni políticos, lo que lo mantiene a flote es la sociedad. Eso supone un diálogo constante con la sociedad y cifras de popularidad muy alta, por arriba del 30%. Ese es un termómetro que a Milei le afecta especialmente”.
¿Milei tiene motivos para temer por la suerte de su gestión? Por ahora no demasiados, opinan los analistas. El presidente se mueve en un sistema político que ha estallado por los aires tras el fracaso del Gobierno del peronista Alberto Fernández y no hay nombres que le hagan sombra. “Si bien es cierto que Milei depende de buenos índices de popularidad, más que otros presidentes, también es cierto que hace tiempo que la oposición no estaba tan diluida como lo está en este momento”, dice Mariel Fornoni, socia directora de Management & Fit. “La gente que no quiere a Mieli tampoco quiere que vuelva nada de lo que ya estuvo. En ese sentido, no aparece nada nuevo ni hay espacio para que lo haga, porque no sabemos ni siquiera qué perfil tendría que tener eso nuevo. ¿Un buen gestor? ¿Un moderado? Hoy nadie ve una opción superadora o que tenga el músculo que habría que tener para enfrentar a Milei”, dice Fornoni
En este escenario de descomposición política, la caída en la popularidad de Milei enciende alarmas pero no es el fin del mundo. Touzón destaca que “el tremendo ajuste” que aplicó el presidente relativiza la gravedad del impacto de los resultados de las encuestas. “Hay un final lógico de luna de miel después de diez meses y se termina la etapa fácil de Milei. Pero todos sus aliados y rivales también tienen diferenciales de imagen negativos. Dentro de todo lo esperable, a Milei no se le apagó la luz”, dice Touzón. Y destaca que en el podio de los tres dirigentes con mejor imagen está la vicepresidenta de Milei, Victoria Villarruel, y su ministra de Seguridad, Patricia Bullrich. “Hay un aguante de su agenda ideológica, porque no baja Milei y sube, por ejemplo, Cristina Kirchner”.
Analía del Franco coincide en que el electorado más fiel al presidente, el representado por jóvenes varones de sectores populares, no está “tan agarrado” al presidente, pero, insiste, “si no le gusta Milei no le gusta nadie”. “Ni siquiera [el expresidente Mauricio] Macri es una opción”, agrega Mariel Fornoni. “El Pro [el partido de Macri] está fracturado y la Unión Cívica Radical [UCR] también. Los gobernadores y los diputados van cada uno por su lado y en el peronismo Cristina Kirchner está enfrentada con [el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Axel] Kicillof. En La Cámpora, el movimiento juvenil del kirchnerismo, ya están grandes y nadie los quiere”, resume Fornoni. Milei pesca, por ahora, popularidad entre el descrédito de sus rivales.
Fuente: EL PAÍS