A las nueve de la noche del 26 de septiembre, Marianela Ancheta fue coronada como Miss Universo Cuba en una ceremonia en el Milander Center, en el corazón de Hialeah, la ciudad de Miami donde viven casi 200.000 emigrados cubanos. En algún punto, hasta la propia Ancheta pensó que no iba a llevarse la corona: al principio se la vio segura, luego nerviosa y descolocada. No ganó el premio al mejor cabello, ni al mejor rostro, ni a la mejor piel, ni a la de más personalidad, ni a la más elegante o amistosa, bandas que el jurado destinó a algunas de sus compañeras. En la transmisión en vivo del canal Mega TV, que enfocó su rostro a menudo, se le vio la risa congelada y el miedo nublando la mirada perdida entre un público ansioso y alborotado. Acaparó, sin embargo, la condición de la más fotogénica, y aguantó hasta llevarse el título con su vestido rojo brillante y los tacones de punta, que sumaban altura de 1,78 metros, y con los que salió a conquistar la corona, el cielo y el universo.
Cuando aún no había sido seleccionada como la favorita entre las 24 concursantes, Ancheta se paró en el centro del escenario y agarró una pregunta del buzón: “¿Cómo abordarías tú el tema de la salud mental si fueras Miss Universe?”. Ni los presentadores, ni los directivos, ni los organizadores del certamen dirán Miss Universo sino Miss Universe y resaltarán con sutileza que se mueven en ambos idiomas y que un Miss Universe se trata, sobre todo, de “beauty and confidence”.
Ancheta respondió lo que sus nervios le permitieron, en medio de un público que gritaba su nombre y el de Alina Robert, la segunda favorita entre los seguidores del concurso de belleza. Con una voz rasgada, la modelo dijo que en caso de ganar haría talleres para jóvenes y hablaría de la importancia de un tema “que afecta globalmente”. “Ellos tienen que saber que buscar ayuda está bien y que tienen ser empáticos con todas las personas”, alcanzó a decir.
No hubo una sola pregunta que se refiriera a la política en Cuba, algo que muchos han criticado. El concurso vuelve después de 57 años de que el castrismo eliminara el certamen de belleza, así como borró cualquier rezago capitalista que todavía quedara en la década de los sesenta. “El concurso no tiene nada que ver con políticos o gobiernos. Es un show entretenido para la familia y para apoyar a los más desfavorecidos”, aseguró Prince Julio César, el diseñador venezolano y asesor de moda que adquirió la franquicia y que también es dueño de Miss Earth Venezuela, Miss Supranational Venezuela y Universal Woman Venezuela. Osmel Sousa, el “zar de la belleza”, el cubano que por varias décadas dirigió el Miss Venezuela y hoy es directivo del Miss Universo, le recordó a Prince más de una vez durante la ceremonia que, si bien era un cubano el que estuvo al frente de Miss Venezuela, hoy es un venezolano el que se encarga de Cuba. “Mi compromiso es devolverle a Cuba lo que él le dio a mi país”, le dejó saber Prince a Sousa delante de todos.
Más de uno estaba esperando el espectáculo de finales de septiembre: los directivos, los espectadores, los medios y los que se preguntan de qué sirve el concurso. Pero sobre todo las chicas, quienes han trabajado duro, han asistido con disciplina al gimnasio, han hecho la dieta precisa, se han esmerado en compartir las más folclóricas postales de Cuba, las canciones más tradicionales, y en reafirmar su cubanía, un elemento esencial en un espacio donde es requisito ser cubana, o de raíces cubanas, algo que han tenido que comprobar con sus pasaportes o documentos de nacionalidad. La mayoría llegó a Miami en balsa a través del Estrecho de la Florida, o emprendieron una travesía por El Darién o fueron premiadas con una visa de inmigrante. Según los organizadores del evento, además de hablar bien español y ser bellas, las misses deben tener una vocación filantrópica, que algunas se han apurado a desarrollar en redes sociales, donde han abogado por la comunidad LGBTIQ+, han jugado dominó en restaurantes de emprendedores cubanos de Miami, e incluso han asistido a galas de la Fundación Heartbeat, una entidad enfocada en evitar el aborto.
Si no estuvieran en Estados Unidos, las concursantes no habrían podido presentarse a un certamen del que Cuba ha estado excluida hasta hoy. En 1957, Cuba alcanzó su mejor puesto en los Miss Universo, con María Rosa Gamio Fernández en el tercer lugar del podio de la belleza. Flora Lauten, la reconocida directora de teatro cubano, fue la última Miss Cuba en la isla en 1960, el mismo año que Fidel Castro tildó al evento de ser una “frivolidad”. Como de tantas cosas, el exilio se hizo cargo y hasta 1967 celebró el “Miss Free Cuba”.
“Retomar el concurso fue una posibilidad de apertura que dio la Organización Miss Universe, y luego de presentarles la propuesta, aceptaron que nosotros tuviéramos la posibilidad de hacer el Miss Universe Cuba, solo en Miami”, asegura Prince. “Es lo más simbólico que podamos imaginar, ya que en Miami es donde está la mayor cantidad de cubanos en el exilio, y desde esta comunidad buscan tener los espacios que desde su país no pueden”.
En Cuba muchos siguieron el certamen desde YouTube o estuvieron al tanto a través de redes sociales. Ningún medio oficialista se ha dado por enterado de que en Miami estaba teniendo lugar el concurso que le cambiará la vida a la candidata seleccionada, quien competirá junto a mujeres de unos 120 países el 16 de noviembre en Ciudad de México por la corona de diamantes y zafiros que cederá Sheynnis Palacios, la actual reina, en la 73ª edición de Miss Universo. Algunas concursantes han sido otras después del certamen: el ojo público se ha volcado sobre ellas, sus vidas comenzaron a llenarse de viajes y propuestas laborales, terminaron siendo presentadoras de show, conductoras de programas, grandes empresarias, actrices de telenovelas, e incluso blanco de críticas, como le sucedió a Alicia Machado, la ex Miss Universo venezolana a quien Donald Trump no dudó en llamar “Miss Piggy” (Miss Cerdita) y “Miss Housekeeping” (Miss Ama de casa) en los noventa. Ancheta puede ser otra a partir de hoy, para bien o para mal.
“Ya cambió totalmente”, dice Prince. “Ahora el mundo la conoce y comienza a ser un referente para todas las mujeres de Cuba. Ya ella tiene una carrera consolidada como modelo, ahora en su faceta de Miss Universe Cuba puede mostrar su capacidad de ayuda a los más necesitados, y decirles que no solo es una cara bonita, es una gran mujer luchadora, y que quiere generar un impacto positivo en la sociedad en especial a los cubanos”. El missólogo Jesús Hernández cree que en función “de cómo utilice la plataforma le podría cambiar la vida”. “Ella podría tener apoyo de muchas marcas, organizaciones, ser voz de aquellos que no tienen voz. Luchar a través de su título por la libertad de Cuba, que es algo muy político que a veces se trata de esquivar de los concursos de belleza, pero al final ella tiene la voz y un poder que no todo el mundo tiene en este momento”.
El jurado, compuesto por 17 miembros, entre ellos el cantante Eduardo Antonio, El Divo de Placetas, popular entre la comunidad cubana, la ex Nuestra Belleza Latina Greidys Gil, el locutor Enrique Santos, o la presentadora y filántropa Sissi Fleitas, quiso saber cómo serían las candidatas en caso de ser líderes, qué propuestas tendrían para resolver la desigualdad social, qué cambios en el sistema educativo cubano realizarían para formar ciudadanos más críticos y comprometidos, y sus opiniones acerca de la diversidad o la inclusión.
A las concursantes se les hicieron preguntas, conscientemente seriasen un intento de restar frivolidad a un certamen que por años ha sido criticado, apedreado, cuestionado pero que sigue a flote, moviendo millones de dólares cada año, movilizando a las grandes marcas, a los diseñadores, a los publicistas, a los missólogos y a un jurado que elige quién es más linda, a la más alta, la más delgada, la de las medidas perfectas, la que se ríe de una forma, la que mira de otra, y, cómo iba a faltar, la que es más inteligente, la que tiene poder de oratoria. El jurado quiere decir que no solo son bellas, buenas madres y excelentes esposas, sino gente que piensa.
Marianela tiene 31 años, una edad a la que antes no se podía concursar pero que la organización Miss Universo -propiedad de JKN Global Group y Legacy Holding- ahora acepta en ánimos de la inclusión. También acepta a mujeres que son madres y a discapacitadas, quienes quedaban automáticamente fuera de una competición que en ocasiones, según Hernández, se ha prestado a la “corrupción” y utiliza el “tema de la inclusión para hacer propaganda”. No pocas veces “juega con los sueños de las chicas cuando se sabe de primera mano quién compró la corona”, añade.
Ancheta, que se ha pasado todo este viernes concediendo entrevistas para las cadenas de televisión, ha explicado que ella viene “de la nada”, de Ranchuelos, un pueblo al centro de la Isla, y que cruzó la frontera junto a su madre hace unos años. Le ha pedido a las mujeres que la ven que “no se rindan nunca”, que ella viene “de una situación complicada” y ahora está disfrutando de su corona.
Fuente: EL PAÍS