Cuando no nos referimos al objeto astronómico, los humanos escribimos Luna con mayúscula inicial porque solo tenemos una. Un Don Juan Tenorio de Saturno tendría que especificar a cuál de sus 146 lunas conocidas se refería al hablar de la luz que brillaba más pura en la apartada orilla. Pero ese lugar llamado espacio, que imaginamos vacío, está surcado por un número incontable de objetos. Y cuando uno de ellos cae atrapado en la gravedad terrestre, tenemos una nueva luna, con minúscula, aunque solo de forma temporal. Es el caso de 2024 PT5, una roca del tamaño de un camión que nos acompañará como miniluna durante los próximos dos meses, según los cálculos realizados por dos hermanos investigadores españoles.
De vez en cuando ocurre que un objeto que pasa cercano a la Tierra —se le llama NEO, por sus siglas en inglés— queda, esta vez sí, temporalmente capturado por la gravedad terrestre, de modo que dibuja una órbita elíptica en torno a nosotros. En este caso, los científicos hablan de miniluna. “El término miniluna fue inventado por mi antiguo supervisor (y colega) Robert Jedicke, del Instituto de Astronomía de la Universidad de Hawái”, explica el astrónomo Peter Veres, del Centro de Astrofísica Harvard-Smithsonian y el Minor Planet Center, el organismo de la Unión Astronómica Internacional que centraliza la información sobre los planetas menores.
Hasta ahora se han conocido cinco minilunas temporales de la Tierra. La primera de ellas, 2006 RH120, del tamaño de un coche pequeño, dio cuatro vueltas a la Tierra entre 2006 y 2007. Después se conoció 2020 CD3, que se quedó con nosotros unos tres años. “Estos objetos permanecen en una órbita caótica cerca de la Tierra durante días o semanas, sus órbitas se ven salvajemente afectadas por la Luna y finalmente son eyectadas del sistema Tierra-Luna”, resume Veres. Otros dos objetos, 1991 VG y 2022 NX1, no permanecieron el tiempo necesario para completar una órbita, por lo que algunos científicos discuten su condición de minilunas.
Este último es también el caso del nuevo 2024 PT5, un asteroide de unos 11 metros descubierto en agosto de 2024 por el proyecto ATLAS mediante uno de los telescopios que utiliza, el de Sutherland en Sudáfrica. El codirector de ATLAS, John Tonry, de la Universidad de Hawái, explica que se trata “del único sistema de telescopios que está extendido alrededor del planeta, por lo que siempre está observando todo el cielo”.
Una vez descubierto 2024 PT5, el cálculo de su trayectoria quedó en manos de Carlos y Raúl de la Fuente Marcos, hermanos investigadores en la Universidad Complutense de Madrid que son un referente mundial en dinámica orbital. Según su estudio, que acaba de publicarse en Research Notes of the American Astronomical Society, este objeto espacial ha resultado ser una miniluna capturada por la gravedad terrestre que dibujará un lazo en torno a nosotros del 29 de septiembre al 25 de noviembre, antes de desprenderse de la influencia de la gravedad terrestre y proseguir su camino.
Origen incierto
En cuanto al origen de 2024 PT5, Carlos de la Fuente Marcos explica que pertenece a los Arjunas, “un pequeño cinturón secundario de asteroides que sigue un camino orbital similar al de la Tierra. A su vez, los Arjunas pueden proceder del cinturón principal de asteroides, de material lunar eyectado durante los impactos que crean los cráteres, y finalmente algunos podrían proceder de la región del Sistema Solar interna a la órbita de la Tierra”. En concreto, según este astrofísico, las evidencias apuntan a que, en el caso de nuestra nueva miniluna, su origen lunar parece la hipótesis de trabajo más razonable.
Entonces, la Tierra solo tiene una luna, ¿o más de 170 millones? Este es, según la Agencia Europea del Espacio (ESA), el número aproximado de piezas de basura espacial mayores de 1 milímetro que orbitan la Tierra. Como escribía Ian Whittaker, astrofísico de la Universidad Nottingham Trent, “mientras que el término planeta tiene una definición clara, no hay una definición estricta de luna”. Según la NASA, solo los “cuerpos formados naturalmente” cuentan como lunas, lo que descarta la basura espacial.
Pero en la categoría de objetos naturales, tampoco es la Luna el único que suele rondar nuestras cercanías. A finales del siglo pasado, un asteroide llamado 3753 Cruithne, descubierto en 1986, se presentó en algunos medios como la segunda luna de la Tierra. En realidad, esta roca, de unos 5 kilómetros, no gira en torno a la Tierra sino al Sol, pero sigue un camino parecido al nuestro, describiendo respecto a nosotros una trayectoria en forma de herradura. Se conocen varios de estos cuerpos coorbitales con la Tierra; algunos se llaman cuasisatélites porque desde nuestro punto de vista parecen girar en torno a la Tierra, aunque con una órbita no elíptica, ya que realmente lo que hacen es rodear el Sol en nuestras cercanías.
Pero aunque ninguno de estos objetos se quede con nosotros durante largo tiempo, del mismo modo que se van, vuelven. “Son temporales porque no se dan las condiciones que contribuyen a su estabilidad, una ausencia de perturbadores”, aclara De la Fuente Marcos. Los cálculos de las órbitas permiten saber cuándo los asteroides ya conocidos regresarán; 2024 PT5 lo hará en 2055. Vigilar las trayectorias de los NEO es vital para prever posibles impactos. Proyectos como ATLAS, y Pan-STARRS en Hawái, se dedican a monitorizar estos riesgos: el acrónimo ATLAS significa, en inglés, Sistema de Última Alerta de Impacto Terrestre de Asteroides. Durante sus investigaciones en el proyecto Pan-STARRS, Veres participó en el hallazgo de miles de planetas menores.
Veres, que también llegó a trabajar en ATLAS, añade que este sistema es más pequeño que Pan-STARRS, por lo que su ojo es menos fino, pero “su campo de visión es mucho mayor y puede cubrir mucho más del cielo nocturno cada noche”. Así, ATLAS es hoy la mejor opción para detectar pequeños objetos que pasan casi en un abrir y cerrar de ojos, mientras que Pan-STARRS debería estar mirando en la dirección correcta. “Si un asteroide es visible solo un día o dos antes de colisionar con nosotros, ATLAS tiene la mejor opción de verlo”, subraya Tonry.
Según Tonry, el riesgo de las amenazas espaciales suele malinterpretarse: “La probabilidad de un impacto serio es baja, pero la posibilidad de una persona de morir por un impacto de asteroide es mayor que de morir por ataque de tiburón o accidente aéreo”. Es decir, no es un peligro presente, pero si llega, sus consecuencias pueden ser desastrosas. Aunque Tonry recuerda que lo bueno del impacto de un asteroide, en comparación con otros riesgos naturales, “es que se puede descubrir y es cien por cien predecible”.
En concreto, detalla el responsable de ATLAS, este sistema podría avisar de un suceso como el de 2013 en Cheliábinsk (Rusia) un día antes, de uno mayor como el de 1908 en Tunguska (Siberia) con una semana de antelación, y “un evento destructor de la civilización podríamos detectarlo con años de preaviso”. Nuevos observatorios como el Vera C. Rubin o LSST, que comenzará a funcionar en Chile en 2025, o el futuro telescopio espacial NEOSM de la NASA, mejorarán la capacidad de predecir estas posibles amenazas que vienen del espacio.
Fuente: EL PAÍS