Un bombero, un periodista, un comerciante, un simple jubilado, un repartidor o un funcionario de prisiones. Algunos eran padres estupendos, maridos atentos e incluso entrañables abuelos. Las normas, esa era la única regla, estaban claras cuando acudían a aquella casa: aparcar en un colegio cercano, entrar sigilosamente, evitar el olor a perfume o tabaco, desvestirse en la cocina para evitar olvidar prendas en el dormitorio y calentarse las manos en el radiador para no despertarla. Todos ellos, 72 hombres de entre 21 y 68 años.
El lunes comenzó en Aviñón el juicio por uno de los casos más siniestros e importantes —por la cantidad de acusados― de agresiones sexuales de la historia de Francia. Los cinco magistrados han sentado en el banquillo a 51 hombres y casi nunca en un proceso de este tipo las pruebas son tan claras sobre lo ocurrido. Una historia que la policía descubrió casi por casualidad cuando el 12 de septiembre de 2020 los guardias jurados de un supermercado de Carpentras (sur de Francia) detuvieron a Dominique P., un jubilado de 68 años. El hombre había colocado un teléfono móvil oculto en una bolsa para grabar por debajo de las faldas de las mujeres que hacían la compra en ese momento. Cuando la policía registró su domicilio, conectó su ordenador y encontró una carpeta titulada “Abusos” que contenía más de 20.000 fotos y vídeos que el jubilado había catalogado meticulosamente con una fecha, un nombre o un apodo, y un título pornográfico. Las carpetas almacenaban las violaciones a las que había sometido a su esposa, con la que llevaba casado 50 años y tenía tres hijos.
La mujer descubrió en comisaría que desde 2011, su marido, a quien describía como “un tipo genial” antes de ser consciente de los hechos, la entregó a decenas de hombres mientras ella dormía bajo los efectos de medicamentos como benzodiazepinas, un sueño que no le dejaba ningún recuerdo y que la sumía en una suerte de coma. Sus hijos, de hecho, insistieron en que visitase a un psiquiatra pensando que podría sufrir un principio de Alzheimer que le provocaba aquellas lagunas en la memoria. “Me da asco, me siento sucia, mancillada, traicionada. Es un tsunami, es como si me hubiera atropellado un tren de alta velocidad”, le dijo al juez al conocer los hechos, según publicó la agencia AFP.
Dominique P., una padre de familia supuestamente modélico y amante de las excursiones en bicicleta, publicitaba la posibilidad de violar a su mujer en el chat de un foro que tituló “Sin su conocimiento”. Según ha publicado el periódico Le Monde, solo dos de esas 72 personas ―algunos la violaron hasta seis veces― se negaron a participar tras el ofrecimiento del marido. Una de ellas, un aficionado a los clubes de intercambio de parejas y al llamado libertinaje, habló durante días con el acusado que trataba de convencerle para que formase parte de los abusos. Finalmente, explicó, renunció porque consideró que se trataba de una violación. A pesar de ello, no alertó a la policía.
La mayoría de acusados señaló ante la policía que la víctima simulaba estar dormida y que eso, en realidad, era la gracia del supuesto juego: un “delirio de una pareja libertina”, lo describieron. Como ese trabajador de la construcción, de 54 años, que habló de “una fantasía”, sin sentir ni la intención ni la impresión de cometer una violación, pero obedeciendo, “desconectado”, las directrices de Dominique P., a quien describen como un “director de orquesta”. “Su juego consistía en que su esposa fingía estar dormida”, según uno de ellos.
Los testimonios que recoge Le Monde subrayan la atrocidad de la historia. “No es una violación porque fue su marido quien lo propuso”, se defendió un electricista de 55 años. Un jubilado, hoy de 68 años, incluso llegó a hablar de “una violación involuntaria”. Algunos, como un exmilitar, admitieron ser conscientes de que la mujer se encontraba en un estado de sumisión química. Este sabía que “él drogaba a su esposa, quien no estaba de acuerdo en tener relaciones sexuales con otros hombres”. Ninguno sufre de alguna patología psíquica reseñable, pero todos, según los expertos forenses, tienen un sentimiento de “omnipotencia” sobre el cuerpo femenino.
Fuente: EL PAÍS