Fusión cultural. Estos edificios temáticos, que incluyen en sus fachadas enormes figuras del cine y la televisión, son inversiones que superan el millón de dólares e incluyen hoteles, restaurantes, salones de baile y centros comerciales. Sus propietarios lo consideran un legado de sus familias. La República conoció esta singular arquitectura ubicada en El Alto.
Los aimaras de El Alto, en La Paz, Bolivia, no conocen nada del economista escocés Adam Smith, pero son los más grandes capitalistas del país altiplano. Tal vez por ello los comerciantes más prósperos invierten su dinero en los llamados “cholets”, edificios de diseño tridimensional con temática de Los Transformers, Los caballeros del Zodiaco, Iron Man, entre otros personajes del cine y entretenimiento.
Las nuevas torres tienen también a Dragon Ball, mientras otras optan por graficar camiones, en alusión al transporte de mercadería en la cual radica su economía.
Se comenzaron a crear desde el 2000 como una expresión de la recuperación económica que experimentaba el país altiplánico.
El diseño está a cargo de arquitectos especializados, que deben amoldar la distribución de espacios y seguridad a la temática elegida por el propietario.
¿Qué es “cholet”? Es una palabra acuñada hace aproximadamente 20 años para identificar a los alteños más adinerados que se sienten orgullosos de su pasado, historia y cultura. Surge de combinar “chalet”, que son las viviendas unipersonales francesas de estilo montañés, y “cholo”, persona de ascendencia indígena.
“Somos aimaras, pero tenemos modernidad”
Caminamos por estas calles y llegamos al cholet El Sol, vigilado por Bumblebee de Los Transformers. Nos recibe el administrador Marco Apaza. “Así como los pitucos tienen sus edificios, los cholos tenemos lo nuestro. Nos damos un buen trato y encima nuestros locales son más bonitos. Si no, para qué trabajamos. Qué nos vamos a llevar de esta vida. Nosotros, sin negar nuestro pasado, progresamos. Somos aimaras, pero también tenemos modernidad. Además, es inversión, ¿no ve? Se alquila y se recupera”, exclama.
Este alteño sabe que, de entre todos los cholets, el suyo se lleva todas las miradas.
El robot de la saga tiene 4 metros y fue mandado a construir exclusivamente. Descansa en una plataforma entre el tercer y cuarto piso. Todo el edificio se mimetiza con el amarillo, hasta el décimo piso.
Avanzamos una cuadra y llegamos al “Crucero de los Andes”. Lo novedoso de este cholet es un enorme barco en el piso 11. Su ubicación da la apariencia de estar en el aire.
También aquí encontramos restaurantes y salones VIP caracterizados por la iluminación tridimensional. No obstante, se incluyen imágenes de la cultura tiahuanaco, la diablada boliviana y otras danzas autóctonas. “El proyecto demoró seis años en ejecutarse”, cuenta un trabajador de esta singular estructura.
¿Y por qué un barco? La razón, cuenta aquí, se debió a un momento coyuntural en Bolivia relacionado a la reivindicación marítima.
Invita a peruanos
Nos encontramos con Deimar Mamani Apaza, administrador del salón de eventos Megatrón VIP. Nos cuenta que estas infraestructuras particulares son una tendencia que no va a retroceder porque representa a la sociedad boliviana pujante.
“Puede parecer extravagante, pero son obras de arte atractivas para cualquiera, es nuestra cultura. Además, es un legado de nuestra familia”, precisó.
“Hermanos peruanos, vengan a visitar El Alto y los cholets, tenemos mucha variedad, es una bonita experiencia”, añadió.
Fuente de ingresos
“Nosotros estamos contentos porque visualmente son muy bonitos y mueven la economía. Al venir gente hay más consumo. Todo se vende. Estamos contentos. Además, es de por sí artístico y muchos se vienen a tomar fotos”, cuenta Lina Chambilla, comerciante de comida a las afueras de El Sol.
Así como ella, también muchos comerciantes informales se benefician de manera indirecta con la llegada de turistas.
El Alto alberga más de un millón de habitantes. Casi la totalidad reside en viviendas que no están estucadas, por lo que el color ladrillo es la característica más notoria de esta ciudad considerada el emporio comercial más importante del país altiplánico.
En medio de este contexto urbanístico, los cholets suponen el lado artístico y a la vez son el sello de la arquitectura andina adaptada a la modernidad.
Son proyectos inmobiliarios que suponen una inversión que oscila entre uno y dos millones de dólares. Los alquileres, a largo plazo, garantizan la recuperación de lo invertido.
“Cuanto más llamativo el edificio, se asegura más clientes”, sostienen los lugareños.
El elevado costo se debe a los acabados, pero también a la amplitud de los terrenos.
Algunas de estas propiedades tienen hasta 700 metros cuadrados sobre los que se levantan los edificios. Hay varios que están en construcción, lo cual se deja notar cuando se pasea por el teleférico de la zona.
El último piso, destinado al dueño
Casi todos tienen ascensor. Sin embargo, el último piso, llamada simplemente “chalet”, está reservado para el dueño. Es su vivienda. Y cuenta con su propio mirador.
Los cholets están arraigados a la cultura local y supone reafirmarse en el estatus social.
Alquilar un salón de eventos en estos edificios cuesta en promedio 3 mil dólares (cerca de 11.500 soles). Los alteños sostienen que, si no hay demanda, ellos la crean. Si ello supone introducir imágenes comerciales de otros países, lo hacen con gusto. No pierden su identidad, fusionan elementos. Tal vez desconozcan la teoría económica de Smith, pero tienen en claro que solo así hay mercado y progreso.
Fuente: LA REPÚBLICA