Nunca antes la salud mental había estado tanto en el punto de mira. En la calle, hay más conciencia social que nunca sobre el impacto del malestar emocional y en las consultas y laboratorios de investigación, el conocimiento científico sobre cómo prevenirlo o tratarlo está cada vez más avanzado. Pero los trastornos mentales siguen al alza. “El problema es que los gobiernos no asignan suficientes presupuestos a la prevención y el tratamiento de las personas con enfermedades mentales”, lamenta la psiquiatra e investigadora Danuta Wasserman, presidenta de la Asociación Mundial de Psiquiatría y profesora de Psiquiatría y Suicidología del Instituto Karolinska de Suecia.
No hay recetas mágicas para prevenir la mala salud mental, pero sí líneas maestras indiscutibles que minimizan el riesgo. Por ejemplo, el bienestar, no pasar hambre ni sufrir pobreza, igualdad de género, agua potable y acceso a espacios verdes, enumera Wasserman, mientras señala el chorro de luz solar que entra por los inmensos ventanales de Palacio de Justicia de Palma de Mallorca, a los pies de la playa de Can Pere Toni, donde se celebra esta entrevista. La científica, que prefiere no revelar su edad, sigue detallando los escudos protectores: ejercicio físico, buena alimentación y buen sueño, paz, justicia. “Las guerras son terribles para la salud mental. No solo de las personas que se ven afectadas por la guerra, sino también de los soldados y las personas que bombardean”, recuerda la investigadora, que visita Palma de Mallorca para participar en un congreso conjunto que celebraron la Sociedad Española de Patología Dual y la Asociación Mundial de Patología Dual.
Son tiempos complejos y las cifras de mala salud mental en el globo hablan por sí solas. Wasserman, de origen polaco, pero ubicada en Suecia desde finales de los años sesenta, recurre a su teléfono móvil y busca un PowerPoint que radiografía la situación: el 13% de la población mundial vive con un problema de salud mental. Sobre todo, ansiedad y depresión, pero también trastornos del desarrollo, déficit de atención e hiperactividad, bipolaridad y, en menor medida, trastornos de conducta, autismo o esquizofrenia. En menores, el 8% de los niños y el 14% de los adolescentes sufren también alguna patología mental.
Pregunta. ¿Qué significa ese 13%? ¿Qué piensa de ese porcentaje?
Respuesta. Creo que puede ser peor porque los problemas de salud mental dependen en gran medida de factores económicos y sociales. No solo son nuestros genes. Por ejemplo, el suicidio depende tanto de factores genéticos como ambientales y de la interacción entre ellos: simplificando, se puede decir que los factores genéticos son responsables aproximadamente en un 50% y los ambientales también en un 50%. Sin embargo, en otros, puede que incluso el ambiente sea más y, especialmente, puede ser que la mala situación económica tenga una enorme influencia. Es esperable que, tras la pandemia, las condiciones económicas estén mejorando, pero no en todos los países. Al menos, en Suecia, todavía tenemos tipos de interés muy altos, lo que supone una carga para los hogares y no sabemos cuándo disminuirán o aumentarán. Dependemos, en gran medida, de la economía global, de lo que pasa en Estados Unidos, China, Rusia, India… No solo depende de un país.
P. En Cataluña, por ejemplo, un estudio reveló que las tentativas de suicidio aumentaron un 50% tras el confinamiento.
R. No es lo mismo en todas partes porque las tentativas de suicidio aumentaron entre familias con relaciones muy pobres porque crecieron las interacciones, las malas interacciones. Pero, en otras familias con buenas interacciones, la salud mental mejoró porque pasaron más tiempo los unos con los otros. Sabemos que, en Francia, en algunos centros, las tentativas aumentaron al volver a clase entre niños que sufrían bullying y donde no había programas antibullying. Cuando ellos estaban en casa, se sentían mejor. Por lo tanto, depende de los factores circundantes.
P. ¿Y ahora, qué está pasando?
R. Entre chicas jóvenes, los intentos de suicidio y otras conductas autodestructivas están creciendo y, probablemente, la razón es que están muy presentes en las redes sociales y aprenden unos de otros en lugar de aprender de sus padres, sus profesores o sus pares sanos sobre cómo resolver las tensiones o los problemas de ansiedad. Están influenciados por comportamientos autodestructivos.
P. ¿Cree que la relación con las pantallas es tóxica?
R. Sí. Y la paradoja es que es, a la vez, tóxico y beneficioso. Porque pueden aprender muchas cosas positivas, pero también esos comportamientos destructivos. Y, lamentablemente, esto siempre sucede en niños que tienen peores condiciones en casa. Y no solo económicas, porque pueden proceder tanto de familias ricas como pobres. Lo que quiero decir es que no tienen suficiente contacto con sus padres, sus abuelos u otros familiares. Son más vulnerables porque, para ellos, esto [las redes sociales y las pantallas] será la única solución. Y, al final, no ven ninguna cosa más que estas soluciones destructivas.
Fuente: EL PAÍS