La elección de carne de pollo debería basarse en preferencias personales de sabor y necesidades nutricionales, sin prejuicios sobre su calidad basados en el color
El color del pollo, ya sea blanco o amarillo, ha sido durante mucho tiempo un tema de debate y confusión entre los consumidores. Sin embargo, es fundamental desacreditar la creencia común de que un pollo amarillo es de menor calidad que uno blanco o rosado. La realidad es que la calidad de un pollo se determina por factores como su frescura, cómo ha sido procesado y, finalmente, cómo ha sido cocinado; pero no por su color.
Esta variación de tonalidad, aunque intrigante, no determina la calidad, el sabor o el valor nutricional del pollo. Sí que es cierto que, en general, el pollo amarillo suele tener una carne más firme, mientras que el pollo blanco tiende a tener un textura más suave y delicado. Pero, a pesar de estas pequeñas diferencias, lo cierto es que ambos tipos de pollo ofrecen una calidad nutricional similar. Ambos son fuentes valiosas de proteínas, ácidos grasos monoinsaturados, fósforo y vitamina B6.
El verdadero determinante del color del pollo es su dieta. Los pollos alimentados con cereales ricos en pigmentos amarillos y naranjas, como el maíz, los pétalos de caléndula y la alfalfa, suelen tener un tono más amarillento; mientras que aquellos alimentados con sorgo y trigo suelen tener una carne y piel más pálidas o rosadas.
Los carotenoides, presentes en alimentos como las zanahorias, remolachas y el maíz, también contribuyen a la tonalidad amarillenta de la carne de pollo al disolverse en su grasa subcutánea. Además, la genética del pollo también juega un papel en su coloración, con diferentes razas de pollo que naturalmente varían en color.
Por lo tanto, la elección entre un tipo de carne de pollo u otro debería basarse en preferencias personales de textura y sabor, así como en las necesidades nutricionales, sin prejuicios sobre su calidad basados en el color. Este enfoque basado en la información garantiza una elección más informada y saludable, que no se vea afectada por mitos y percepciones erróneas.
Lo único que importa: aprender a tratarlo
El consumo de pollo es común en muchas dietas alrededor del mundo por su versatilidad y aporte nutricional. Sin embargo, su manipulación y preparación conllevan a un riesgo de intoxicación alimentaria si no se siguen ciertas medidas de higiene y cocción adecuadas. El pollo puede albergar patógenos como Yersinia, Campylobacter o Salmonella, por lo que es crucial manejarlo de forma segura. Un error común es lavar el pollo bajo el grifo, lo cual puede esparcir bacterias a través del agua. En lugar de esto, se debe limpiar la superficie con un paño o papel absorbente, cubrirlo con papel film y refrigerarlo hasta su uso.
El almacenamiento correcto del pollo es igualmente importante. Debe refrigerarse inmediatamente al llegar a casa a temperaturas de 4°C o menos, y mantenerse crudo en refrigeración como máximo por 1-2 días. Si no se consume en 24-48 horas, debe congelarse, evitando que entre en contacto con otros alimentos. Una vez cocido, puede refrigerarse por 3-4 días y congelarse si no se va a consumir en los primeros 4 días.
La descongelación del pollo también tiene sus reglas. Es preferible hacerlo lentamente en el frigorífico, lo que puede tardar entre 1 y 2 días, dependiendo del tamaño del pollo. Aunque hay opciones para descongelar más rápido, como un bol con agua fría o el microondas, estas pueden afectar la calidad de la carne y permitir la expansión de las bacterias si se hace a temperatura ambiente.
Fuente: LA RAZÓN ESPAÑA