Colombia se levanta, se pone de pie con toda la fiereza de sus guerreros, se sacude su amarga ausencia de Catar y se entusiasma para ir al próximo Mundial, es pronto para pensarlo, pero se sabe que la ruta clasificatoria es un parpadeo fugaz y no tolera descuidos, y estos puntos contra Venezuela, con la victoria 1-0 tan sufrida y luchada, no se podían dejar escapar, ya están en una maleta que quiere llenarse para llegar a ese destino tan anhelado en el 2026.
No fue nada sencillo. Se sufrió más de la cuenta. Se tuvo un primer tiempo de angustia y un segundo de alivio. Un primer tiempo de trabajos forzosos y un segundo con el premio del gol de Borré que desató la euforia en Barranquilla y espantó los fantasmas que merodeaban en la cancha.
Se presentía que iba a ser difícil irrumpir en los predios venezolanos, que entrar en la boca de ese lobo iba a ser de paciencia, pero lo que no se imaginaba Colombia es que iba a ser tan demorado. Venezuela cerró las puertas con tranca y, de vez en cuando, pegó sus buenos sustos.
El primer tiempo de Colombia fue desesperante. No parecía que jugaba la nueva eliminatoria sino que continuaba la pasada, con ese drama, con esa impotencia de no saber por dónde encontrar el gol. Colombia comprobó en 45 minutos que la eliminatoria es pesadilla. Aquí ya no importan los amistosos ganados ni la victoria contra Alemania, que fue el punto de referencia de Néstor Lorenzo, que repitió esa nómina. Esto era otra cosa: la cruel eliminatoria. Y encontrar el gol fue la tarea titánica.
A Borré no le llegaba el balón, a Lucho le caían dos y tres rivales y hasta le anularon un gol por fuera de juego, a Mateus le sacaron un buen disparo, a Cuadrado otro, Mina no sabía si defender o lanzarse a ayudar arriba, y mientras tanto James y Quintero y Carrascal se mordían los labios en el banco. Colombia era un cuchillo sin filo.
La estrategia de Lorenzo para el segundo tiempo fue acertada: sacar a Cuadrado e incluir a Carrascal, el que llegó de últimas y parecía que no jugaba. Y no llevaba ni 20 segundos en la cancha cuando gestó el gol, condujo la pelota desde la mitad, con la libertad que nadie más había tenido, como si tuviera el campo para él solo, y la paso a la banda para que Arias tirara un centro y Borré se levantara y clavara su cabezazo letal, martillazo cruel para destruir toda resistencia, para que el Metropolitano se sintiera vivo y enérgico en el grito de GOLAZO, que cayó como una cerveza helada.
Con ese gol Colombia ganó y guardó en la maleta los primeros tres puntos. Es pronto, pero para ir al Mundial toca soñar desde ya.
Fuente: EL TIEMPO