La probabilidad de que se rompa un útero es una en cien. Que haya desgarro de placenta, una en ciento cincuenta. Las dos juntas, casi imposible. Pero a Daisy Norambuena le pasó en el parto de Alonso Marín, su segundo hijo. Acusa que fue porque le aplicaron la maniobra de Kristeller, desaconsejada por la OMS y considerada una “mala práctica”. Asegura que no sólo la dañó a ella, también dejó a su pequeño con el 96% de discapacidad.
La primera vez que Alonso lloró fue un 8 de diciembre de 2016. No sólo se convirtió en el sonido inicial que desprendió de su boca, también fue la primera vez que Daisy Norambuena, su madre, escuchó su voz.
El momento fue emotivo y no era para menos. Había nacido hace 52 días, sin respiración, sin signos vitales y por una cesárea de emergencia. Por eso, ese sollozo quedó enmarcado en el calendario de momentos inolvidables.
Cuando nació, su pronóstico de vida era casi nulo. Lo reanimaron por 45 minutos y estuvo otros cinco sin latidos. Pero sobrevivió después de dos paros cardiorrespiratorios y a los 15 días fue a parar a la Unidad de Pediatría del Hospital Regional de Arica. Era un milagro. Para Daisy y Damián, el padre, todo iba a ser cosa de terapia. Entre su inexperiencia y el constante “todo se verá con el tiempo”, lo creyeron.
En parte también porque su embarazo no tuvo mayores complicaciones. El pequeño Alonso nacería sano, según mostraba cada ecografía. Tanto así, que el parto sería natural. Por eso, el 17 de octubre de 2016 Daisy llegó temprano. A las 10:48 horas chequearon el primer registro de latidos cardio-fetales. Normal. Sus contracciones se agudizaron y rompió bolsa. Estaba lista a las 13:30. Pujó por 10 minutos y Alonso no salió.
El ginecólogo Miguel Cornejo se desesperó, cuenta hoy la madre a la Unidad de Investigación de BioBioChile. Miró a la matrona y le pidió que acelerara la expulsión. Entonces -recuerda Daisy- ella le presionó el vientre y aplicó la maniobra de Kristeller, obsoleta y peligrosa para la Organización Mundial de la Salud (OMS). Le rompió el útero -denuncia- y le provocó un dolor súbito, desgarrador, que la llevó al punto del desmayo. Había sufrimiento fetal.
Ahora, la vida de Alonso (6) depende de máquinas artificiales. Tiene un 96% de discapacidad y su esperanza de vivir alcanza hasta la etapa prescolar. Acusan que la culpa fue de los profesionales que la atendieron. Por eso están en una demanda civil contra el hospital y una querella por el cuasidelito de lesiones.
Padres primerizos
La historia de amor de Daisy Norambuena y Damián Marín empieza en 2000, cuando ambos eran estudiantes liceanos de Florida, en la región del Bío Bío. Nueve años después se casaron y se mudaron a Chiloé. Marín era marino y estaban en un vaivén constante de viajes. Por eso, en 2012 llegaron al otro extremo del país, Arica.
En la desértica ciudad tuvieron la idea ser padres. Todos los meses esperaron y en 2013 el deseo se concretó. Estaban eufóricos. Eso, hasta la cuarta semana, cuando Daisy empezó a sangrar y llegó hasta la clínica. Como no tenía un ginecólogo particular la derivaron hasta el hospital regional. Ahí le confirmaron que lo había perdido.
Así inició la búsqueda de un ginecólogo en la región. Ella quería al mejor. Después de leer, escuchar y analizar, el nombre que sobresalía era el doctor Miguel Cornejo: médico cirujano desde 1986 y especialista en obstetricia y ginecología desde 1995. Atendía en su consulta particular y también usaba las dependencias del Hospital de Arica.
Logró atenderse con él y tras un par de chequeos descubrió que tenía útero tabicado, es decir, que está dividido en dos cavidades, lo que provoca un riesgo de abortos espontáneos y partos prematuros. La noticia fue un golpe duro de procesar. Llegó a buscar a otro especialista pero terminó volviendo a Cornejo. Cuando su cuerpo logró estar tranquilo, quedó embarazada por segunda vez.
Los meses de gestación los pasó acostada y con licencia. Más allá de un excesivo descanso, no hubo ninguna complicación. Matías Marín Norambuena nació el 21 de noviembre de 2014 por cesárea.
—Yo confiaba cien por ciento en el doctor. Tenía muy buena fama y por la cantidad de embarazadas que se atendían con él, tenía más experiencia —confiesa Daisy.
En marzo de 2016 se enteraron que serían padres nuevamente. No estaba programado y la noticia complicó el orden de ambos, sobre todo de Daisy, que tenía pensado estudiar Servicio Social.
—Yo soy súper estructurada y eso al principio me complicó (…) Yo dije “bucha, no voy a poder estudiar más”. Estuve con psicóloga y todo. Y ahí dije “en realidad tengo que organizarme, nada más”.
El nacimiento de Alonso
El tercer embarazo estuvo sin novedades. Daisy se mantuvo con licencia nueve meses. Tenía que levantar las piernas, evitar hacer fuerzas y descansar mucho. La atención y la vigilancia perinatal nuevamente fue confiada al doctor Miguel Cornejo, quien le mostraba en cada ecografía un Alonso saludable.
—Ese era el pronóstico, que iba a nacer sin ninguna complicación —recuerda la madre.
Los primeros meses de gestación el doctor le dijo que este nuevo nacimiento sería por cesárea. Pero mientras más se acercaba la fecha de dar a luz, cambió de parecer. Ahora sería parto natural. Según él, los riesgos eran casi los mismos, y bajo esa determinación, llegó el 17 de octubre de 2016.
Daisy ingresó pasadas las 10:00 al Hospital de Arica. Tenía contracciones constantes y el dolor se amplificaba. La matrona la monitoreó. En eso estaba cuando rompió bolsa y cumplía con los tres requisitos que le pidió su doctor de cabecera para un parto natural: rotura de bolsa, dilatación y contracciones.
Esperaron hasta el mediodía para que se dilatara más. Estaba lista y Cornejo pidió que preparan la sala de pabellón ante cualquier emergencia. Según Daisy, desde ese momento no volvieron a monitorear los latidos fetales de Alonso. En la sala también estaba Damián con una GoPro viendo como su esposa pujaba pero su hijo no salía.
A los 10 minutos el panorama cambió. Le hicieron apagar la cámara y Miguel Cornejo le dijo a la matrona que la ayudara. Ella puso su brazo sobre su vientre y la aplastó. Una técnica conocida como la maniobra de Kristeller.
—Como cuando te queda poca pasta de dientes y quieres aprovechar —ejemplifica Daisy.
Bastó una vez y sintió algo instantáneo por dentro. El “dolor más grande de su vida” como lo describe. Un ácido que recorrió su cuerpo, que le ardía.
—Ahí yo empecé a gritar del dolor y le decía que me dolía y ellos “puja, puja”.
Perdió fuerza, su presión se desplomó y comenzó a desvanecerse. La trasladaron a pabellón. Alonso nació azul, ausente de actividad espontánea, sin respiración y sin signos vitales debido a la asfixia ocasionada por el desprendimiento de placenta. Daisy sufrió un desgarro de la cicatriz de su primera cesárea y la rotura de su útero por aplicarle la maniobra, denuncia. Según cuenta, su placenta se desprendió en su totalidad y cortó el suministro de oxígeno de Alonso.
Las consecuencias de la maniobra de Kristeller
Cuando despertó de la operación nunca le avisaron si su hijo nació vivo o muerto, sostiene. Preguntaba por Alonso y las respuestas eran vagas. Nada certero. Llegó el ginecólogo y le explicó que su útero se había roto, que hubo complicaciones y que las horas siguientes eran críticas para el bebé, que estaba entubado en neonatología. Hasta ahí, Daisy pensaba que el parto tuvo complicaciones, pero nada grave. Tampoco le explicaron mayores detalles, rememora.
Alonso estuvo una semana entera durmiendo. A los siete días abrió sus ojos por primera vez. A los 15 lo enviaron a la Unidad de Pediatría. Le hicieron la primera operación gástrica para ponerle una sonda en el estómago. 36 días después, pudo irse a su casa.
—No sabía si iba a quedar con algún daño. Me dicen “no, mamita, esto se va a ir viendo con el tiempo, se va a ir viendo con el tiempo”.
Pero las secuelas fueron irreversibles. Parálisis cerebral, epilepsia, enfermedad por reflujo gastroesofágico, trastorno deglutorio severo con gastrectomía que ocasiona neumonías permanentes. Su nivel de audición es mínimo. También tiene
hiponatremia, lo que ocasiona una excesiva retención de líquidos en su cuerpo.
Alonso sufre de insuficiencia respiratoria. Para dormir debe hacerlo por ventilación mecánica no invasiva. Encefalopatía hipóxica isquémica, tetraplejia, desnutrición, retraso del desarrollo psicomotor severo, luxación completa de pelvis en cadera izquierda y escoliosis en S, se suman a sus padecimientos.
—Es tanto su daño cerebral que no tiene control de la temperatura. Entonces, si hace mucho calor hace fiebre. Pero no es porque esté enfermo, es porque no regula su temperatura.
Ser madre sin escucharlo
La última vez que Daisy habló con el doctor Miguel Cornejo en persona fue cuando se sacó los puntos en su consulta, asevera. Le dijo que la probabilidad de que su útero se rompiera era una en cien; que haya desgarro de placenta, una en ciento cincuenta. Las dos juntas, nunca pasa. Y si pasa, no hay sobrevivientes. Quedó en blanco. No se atrevió a decirle nada.
En ese momento no sabía que la maniobra de Kristeller que le aplicaron, es decir, la presión que ejercieron sobre su fondo uterino, estaba desaconsejada por la OMS y se consideraba una “mala práctica”. Que su uso responde a una falta de recursos materiales y humanos. Y que ningún estudio ha logrado determinar su efectividad porque evidencia consecuencias físicas para el bebé y la madre.
Los días posteriores fueron efectivamente decisivos. Se mudaron otra vez a Florida para que Alonso iniciara tratamientos con especialistas. Era un paseo a diario por consultas médicas y terapia. Su vida cambió. Siguen viviendo los mismos cuidados extremos que en pandemia: mascarilla, cambio de ropa, lavado de manos. Daisy ya no sale, está cuidándolo 24 horas al día. Siete días a la semana.
—Yo tenía la esperanza de que él iba a aprender a funcionar y aprender a comer, que él me iba a poder hablar, que algún día él iba a decir mamá.
Además del llanto, Alonso no habla. Le dieron un pronóstico que no supera los ocho años. Pero Alonso ya cumplió los seis. Lo que no cambiará, es que dependerá indefinidamente de máquinas, terapias y atenciones de urgencia.
—Y para una mamá que se enferme un hijo es súper triste. Duele el alma. Imagínate cuando está en riesgo vital, cuando te lo hospitalizan, cuando no puedes verlo. Cuando no sabes si al otro día va a estar vivo. Cuando te lo insinúan delante tuyo. Es fuerte. No tener recursos de repente para hacer cosas…
La demanda
Ante este escenario, la familia de Daisy Norambuena y Damián Marín contrataron los servicios del estudio jurídico de José Luis Diez Schwerter. La primera acción fue presentar una querella contra el doctor Miguel Cornejo y la matrona Mayling Lee Caporata. La fiscalía formalizó a ambos por cuasidelitos de lesiones graves y graves gravísimas, suspendiéndose el procedimiento con el pago de una indemnización a la familia. $15 millones en el caso del médico Miguel Cornejo y $6 millones respecto de la matrona.
La abogada Joselinne Carrasco, del estudio Diez Schwerter, explica:
—Lo que realizaron el doctor y la matrona se denomina maniobra de Kristeller. Esta practica se encuentra absolutamente obsoleta y proscrita por la literatura médica, justamente por la multiplicidad de complicaciones que puede ocasionar.
La jurista acusa que justamente fue esta técnica la que trajo aparejada las complicaciones de Alonso:
—El daño que se le ocasionó al menor es de tal magnitud, que el Compin lo declaró con un 96% de discapacidad de carácter física y mental (…) Se interpuso una acción civil contra el Hospital de Arica y el Servicio de Salud Arica, para resarcir el daño que esto ha producido a su familia.
Según cuenta, la demanda no prosperó en primera instancia, por existir -según el criterio del tribunal- convenios de exención de responsabilidad de los prestadores institucionales, firmados entre el médico tratante Miguel Cornejo Espinoza y los demandados. Esto, añade, condujo al juez de la causa a sostener que la paciente fue atendida en el hospital local en forma particular y no como paciente institucional.
Todo derivó en un recurso presentado ante la Corte de Apelaciones de Arica. Se espera que en los próximos días se lleven a cabo los alegatos ante el tribunal de alzada.
Los días posteriores fueron efectivamente decisivos. Se mudaron otra vez a Florida para que Alonso iniciara tratamientos con especialistas. Era un paseo a diario por consultas médicas y terapia. Su vida cambió. Siguen viviendo los mismos cuidados extremos que en pandemia: mascarilla, cambio de ropa, lavado de manos. Daisy ya no sale, está cuidándolo 24 horas al día. Siete días a la semana.
—Yo tenía la esperanza de que él iba a aprender a funcionar y aprender a comer, que él me iba a poder hablar, que algún día él iba a decir mamá.
Además del llanto, Alonso no habla. Le dieron un pronóstico que no supera los ocho años. Pero Alonso ya cumplió los seis. Lo que no cambiará, es que dependerá indefinidamente de máquinas, terapias y atenciones de urgencia.
—Y para una mamá que se enferme un hijo es súper triste. Duele el alma. Imagínate cuando está en riesgo vital, cuando te lo hospitalizan, cuando no puedes verlo. Cuando no sabes si al otro día va a estar vivo. Cuando te lo insinúan delante tuyo. Es fuerte. No tener recursos de repente para hacer cosas…
La demanda
Ante este escenario, la familia de Daisy Norambuena y Damián Marín contrataron los servicios del estudio jurídico de José Luis Diez Schwerter. La primera acción fue presentar una querella contra el doctor Miguel Cornejo y la matrona Mayling Lee Caporata. La fiscalía formalizó a ambos por cuasidelitos de lesiones graves y graves gravísimas, suspendiéndose el procedimiento con el pago de una indemnización a la familia. $15 millones en el caso del médico Miguel Cornejo y $6 millones respecto de la matrona.
La abogada Joselinne Carrasco, del estudio Diez Schwerter, explica:
—Lo que realizaron el doctor y la matrona se denomina maniobra de Kristeller. Esta practica se encuentra absolutamente obsoleta y proscrita por la literatura médica, justamente por la multiplicidad de complicaciones que puede ocasionar.
La jurista acusa que justamente fue esta técnica la que trajo aparejada las complicaciones de Alonso:
—El daño que se le ocasionó al menor es de tal magnitud, que el Compin lo declaró con un 96% de discapacidad de carácter física y mental (…) Se interpuso una acción civil contra el Hospital de Arica y el Servicio de Salud Arica, para resarcir el daño que esto ha producido a su familia.
Según cuenta, la demanda no prosperó en primera instancia, por existir -según el criterio del tribunal- convenios de exención de responsabilidad de los prestadores institucionales, firmados entre el médico tratante Miguel Cornejo Espinoza y los demandados. Esto, añade, condujo al juez de la causa a sostener que la paciente fue atendida en el hospital local en forma particular y no como paciente institucional.
Todo derivó en un recurso presentado ante la Corte de Apelaciones de Arica. Se espera que en los próximos días se lleven a cabo los alegatos ante el tribunal de alzada.
Fuente:. BIOBIO CHILE