Elisabeth Holmes parecía tenerlo todo. Nació en Washington D.C. en una familia adinerada con antepasados procedentes de Hungría que destacaron en el mundo de la ciencia y el emprendimiento. Se rodeaban de personas reconocidas e influyentes. De hecho, gracias a las relaciones de su familia, Holmes consigue que Tim Draper, un inversor de capital de riesgo padre de una amiga de la infancia, destine un millón de dólares en su proyecto, la primera inversión de su gran creación empresarial.
A los 19 años, la ahora convicta abandona sus estudios en la prestigiosa Universidad de Stanford y se lanza a crear Theranos, la empresa con la que según ella revolucionaría el mundo de la medicina y que llegó a estar valorada en 9 millones de dólares en su primer año de vida. Tan alta fue su apuesta, que en Silicon Valley la conocían como la ¨Steve Jobs de la biotecnología¨ por asegurar que, con tan solo una gota de sangre extraída con un simple pinchazo en el dedo, ella y su equipo serían capaces de revelar que afecciones o enfermedades padecía una persona.
Con su proyecto se abrió paso en un mundo dominado por hombres y revolucionó la cuna del emprendimiento tecnológico californiano. Fue protagonista de grandes reportajes en las revistas “Forbes“, “Fortune” y en el periódico “The New York Times“. Gracias a su fama recaudó cerca de 1.000 millones de dólares de una lista de nombres tan conocidos como Rupert Murdoch, magnate de los medios, el expresidente Bill Clinton y el multimillonario Carlos Slim. Con una fortuna de 4.500 millones de dólares, ocupó el sexto puesto de la lista de los empresarios más ricos en Estados Unidos con menos de 40 años.
Todo habría sido perfecto si no fuera porque el proyecto era una estafa. Todo se vino abajo cuando los investigadores descubrieron que los resultados no cumplían con lo que prometían, una información que hizo pública por primera vez el diario estadounidense “The Wall Street Journal“. La empresa Theranos fue entonces acusada de estafa por pacientes, inversores, farmacéuticas y médicas y su dueña pasó de vivir en una mansión de California a ingresar en el Campo de Prisiones Federales de Bryan, al sur de Texas, este 30 de mayo.
Allí se espera que cumpla una condena de 11 años durante los cuales tendrá que levantarse cada día a las 6 de la mañana para realizar un trabajo por el que cobrará alrededor de 0,12 dólares por hora. Holmes convivirá con cerca de 600 mujeres delincuentes que en su mayoría están allí por delitos de cuello blanco (es decir, infracciones financieras). Con ellas compartirá baños y dormitorios en los que solo caben dos literas. Los trajes ejecutivos y tacones que solía lucir ahora serán sustituidos por un uniforme de pantalón y camisa color caqui.
Se acabaron las joyas, salvo la alianza de casada siempre que no supere el valor de $100 dólares. Holmes sólo podrá ver a sus dos hijos nacidos en el tiempo que ha transcurrido desde su acusación en 2018 hasta el día de hoy, durante las horas de visita los fines de semana y los días festivos federales, como el resto de las reclusas. De nada sirvió rogarle al juez, Edward Davila, que la dejara en libertad bajo fianza mientras apela su condena. Un juez que por cierto recordó los comienzos de Silicon Valley como un lugar orientado a ¨crear algo para el beneficio de la sociedad a través del trabajo honesto y duro. Y eso, esperaría yo, sería la forma en que continuará su historia, el legado y la práctica¨.
Fuente: LA RAZON ESPAÑA