En Kahramanmaras, en el sur de Turquía, continúa la carrera contrarreloj para encontrar posibles sobrevivientes entre los escombros. En la ciudad devastada, los habitantes procuran mantener la esperanza a pesar del frío. Reportaje.
Sentadas en unos sofás en medio de un paisaje en ruinas, unas mujeres aturdidas por el frío tratan de calentarse delante de un fuego improvisado. Algunas se han envuelto en mantas. Esperan a un hijo, un esposo, un hermano, una madre. Alrededor de ellas, las excavadoras trabajan en medio de un estruendo de chapas y barro. En Kahramanmaras, en el sureste de Turquía, ha empezado la carrera contra el tiempo para encontrar posibles sobrevivientes.
Cerca del epicentro del terremoto –que ocurrió en la madrugada del 6 de febrero y cuya última cifra ascendía a 9.057 muertos y 32.000 heridos en Turquía, según el ministro de la Salud– no queda nada o casi nada. Los edificios parecen haber quedado literalmente barridos por la violencia de este sismo. Dispersos en pequeños grupos, los hombres a veces tratan de encontrar a mano limpia algún sobreviviente entre las pilas de concreto y chatarra.
“Nunca en mi vida había visto algo así”
“Hay una mujer debajo de los escombros. Está gritando”, dice Orhan Kusun, refugiado iraquí instalado en Kahramanmaras que se sumó a las operaciones de rescate. “Hay muchos niños y familias bajo los escombros. Es una catástrofe inmensa. Nunca en mi vida había visto algo así”.
Abrigado tan solo con un suéter de capucha negra a pesar de las temperaturas muy por debajo de los cero grados, Orhan Kusun trabaja con ahínco. “La mitad de la ciudad quedó en ruinas. Vi a niños caer de los edificios y aterrizar en el suelo. Era un horror”, continúa. “Vivo aquí. Estaba en la calle cuando vi los edificios moverse de izquierda a derecha”.
El hombre de cuarenta años no lo dudó. “Empecé a ayudar a la gente y salvé a 15 personas. Para el resto es difícil. Necesitamos ayuda humanitaria, grupos de voluntarios que nos ayuden. La ciudad es muy grande. Hay muchos barrios afectados”, insiste Orhan Kusun, que huyó de la guerra en Irak.
Rescatada de entre los escombros
Pero los equipos de rescate no dan el brazo a torcer. A pesar del frío cada vez más intenso siguen buscando en todos los edificios. “¿Alguien me oye?”, grita un socorrista que lleva puestos unos auriculares neón. Bajo los escombros, cualquier hilo de voz, por débil que sea, será captado por el micrófono que este hombre desplaza centímetro a centímetro buscando desesperadamente un eco.
Mientras cae la noche sobre Kahramanmaras, los socorristas se apresuran. Necesitan una manta. Tras horas de trabajo duro pero minucioso, finalmente lograron rescatar a una mujer de la que solo conocían la voz. El rostro de Orhan Kusun se ilumina. Ha ocurrido el milagro: cubierta de polvo, la mujer sale acostada sobre una camilla. Gritos y lágrimas… esta vez de felicidad. Son de su hermano y su cuñada que esperaban, atenazados por el miedo. A ellos se suman también los gritos de júbilo de todos los habitantes que llegaron a inmortalizar el instante con sus teléfonos móviles. Cada persona rescatada aviva la esperanza, por muy fugaz que sea, para miles de familias más.
Los familiares de la sobreviviente milagrosa tendrán que esperar para el reencuentro. La ambulancia debe evacuarla hacia el hospital más cercano. La sirena se integrará al concierto de bocinas de los otros vehículos de rescate que resuenan por toda la ciudad.
Fuente: FRANCE24