El número de víctimas mortales del terremoto de magnitud 7,8 que sacudió Siria y Turquía el lunes por la mañana sigue aumentando, superando ya los 9.500. En Antakya, en la región de Hatay, una de las más afectadas por el terremoto, muchas víctimas siguen bajo los escombros a la espera de ayuda.
Llegamos a la ciudad cuando un hombre con la cara cubierta de sangre sube a nuestro coche. Abdelkader acaba de salir del hospital y quiere volver cuanto antes al edificio bajo el que fue sepultado hace unas horas. “Nuestro piso se derrumbó”, dice. “Estuve tres horas bajo la lluvia y ahora no recuerdo nada. No sé dónde está mi familia”.
En el coche, relata el horror: el despertar repentino, las paredes temblorosas, el intento de escapar y, finalmente, la oscuridad bajo los escombros. Los equipos de rescate vinieron a sacarlo unas horas después. Abdelkader aún no puede creerlo. “Algunos de los pisos destruidos en mi calle tenían menos de un año. La forma en que lo hicieron los promotores inmobiliarios no es honesta. Invirtieron en material malo sólo para enriquecerse”, denuncia.
Pronto, nuestro coche se queda atascado en el tráfico. Tenemos que hacer el último tramo a pie. En la carretera, todos los habitantes dicen lo mismo: falta ayuda y las autoridades los han abandonado. “Todo el mundo dice en los periódicos ‘estamos ayudando a la región de Hatay’, pero no es cierto”, protesta un hombre. “Nadie ha hecho nada, desde el terremoto que ocurrió ayer a las 4 de la mañana, hasta anoche. También dicen que están enviando aviones. Pero, ¿dónde están los aviones? En ninguna parte. Llevo dos días sin comer ni beber agua. Porque nadie nos ayuda”, afirma.
Tras caminar unos minutos, Abdelkader encuentra su edificio, del que no queda nada. Pero frente a los escombros lo espera su hija. Lo ve a lo lejos, rompe a llorar y lo toma en brazos. Toda su familia está a salvo.
“Lo perdimos todo”
Lo que se nota inmediatamente al llegar a Antakya es que muchos edificios se han derrumbado. Incluso cabe preguntarse si no hay más edificios destruidos que en pie.
Según los habitantes, una gran parte de los escombros aún no ha sido registrada por los servicios de rescate debido a la falta de mano de obra, de ahí la indignación de muchas familias de las víctimas. No era raro ver el martes a gente encarando a los rescatadores, reprochándoles su lentitud.
Muchos de los turcos que conocimos nos confesaron que se sentían abandonados por las autoridades. Tienen la impresión de ser los últimos en recibir ayuda. Como consecuencia, los habitantes se organizan para ir a buscar los cuerpos que aún permanecen bajo los escombros.
Por último, muchos turcos que encontramos en la ciudad toman la carretera para marcharse a Adana, Ankara o incluso Estambul. “¿Qué sentido tiene quedarse? Aquí todo está acabado”, dice un habitante que está pensando en marcharse. La gasolina se está acabando, al igual que el agua y los alimentos, que se han vuelto casi imposibles de encontrar en la ciudad.
Fuente: RFI