Nació en Oklahoma, pero creció en Missouri y estuvo a punto de recibirse de periodista antes de emigrar a Los Ángeles para probar suerte como actor. El golpe de fama le llegó como el cowboy sexy de Thelma y Louise a los 28 años; se consagraría después como el heredero de las grandes estrellas de Hollywood. Pero los romances en el set, el alcoholismo y las drogas fueron parte del combo del estrellato
Quentin Tarantino, el director que terminó de moldearlo como actor de carácter en Inglorious Basterds (2009) se lo dijo hace unos meses a GQ: “Tiene la presencia en pantalla de las viejas estrellas de cine. Es realmente buenmozo. Es realmente masculino y también está por encima de todas las tendencias; entiende el chiste… Pero lo que sabemos los directores y actores que trabajamos con él es que eso que lo hace increíblemente talentoso es su habilidad para entender cada escena. Tiene una manera instintiva de entender”.
Brad Pitt exuda una rara atemporalidad, sostiene quien también lo dirigió en Erase una vez… en Hollywood (2019) en el papel que le valió su primer Oscar como Mejor Actor de Reparto –ya tenía uno como productor de 12 años de esclavitud (2012)–. “Es una de las últimas grandes estrellas de cine, como Paul Newman, Steve McQueen y Robert Redford”, dijo Tarantino a GQ en julio pasado. Es algo que también vio en él el propio Redford, con quien se lo compara desde sus comienzos. No es casual que lo eligiera para protagonizar Nada es para siempre (1992) en el que fue su primer rol dramático importante, casi como un joven alter ego del galán de Dos hombres y un destino (1969).
Para entonces llevaba varios años tomando clases de actuación en Los Ángeles mientras se mantenía con todo tipo de trabajos –de chofer de limousines a promotor de la cadena Pollo Loco, para lo que se disfrazaba de pollo por las calles–. Y hacía dos que estaba de novio con una de las adolescentes más prometedoras de principios de los noventa, Juliette Lewis, a quien había conocido con sólo 17 años –le lleva diez– en el set de la película para televisión Demasiado joven para morir (1990).
Repetirían la misma fórmula como pareja de jóvenes perturbados en la inquietante Kalifornia (1992), que marcó el fin de una relación que los dos recuerdan con cariño hasta hoy: se acompañaron en esos primeros tiempos de ascenso a la popularidad internacional. “Yo todavía iba al colegio y fue una historia amorosa con un tipo brillante, bueno y gracioso. Perdimos el anonimato juntos y después él se volvió increíblemente famoso”, confió la actriz a The Guardian en 2006.
A Gwyneth Paltrow la conoció en 1994 en el set de Seven. En el papel de un detective tras la pista del asesino serial (Kevin Spacey) que ajusticiaba pecadores capitales, fue el film con el que finalmente sintió que pudo dejar atrás “esta cosa de ‘chico lindo’, para encarnar a alguien con fallas”, como le dijo por entonces al Chicago Sun-Times. Fue una actuación elogiada por la crítica, que dejó de verlo como un simple vaquero hot con talento para enamorar señoras. Su carrera no paraba de expandirse y en el amor no podía irle mejor: le dedicó a Paltrow –”el amor de mi vida”, la llamó entonces– el Globo de Oro como Mejor Actor de Reparto por Doce Monos (1995).
Cuando se separaron, en 1997, ella quedó devastada: “Yo me enamoré perdidamente de Brad. Era tan hermoso y tan dulce, quiero decir… ¡era Brad Pitt! Mi padre estaba destruido cuando cortamos. Y yo era muy chica, tenía 22 cuando nos conocimos y recién senté cabeza a los 40. No estaba lista, era demasiado bueno para mí”. El también sufrió, pero se repuso rápido. Conoció a Claire Forlani en el rodaje de ¿Conoces a Joe Black? (1997) y durante un año fueron el romance del momento. En esa película, en la que encarnaba a la mismísima muerte, una muerte hermosa y dulce –tal como lo definió Paltrow–, también se hizo íntimo de Anthony Hopkins, con quien ya había compartido cartel en Leyendas de pasión (1994).
Décadas más tarde, el chico nacido en una familia cristiana de Oklahoma el 18 de diciembre de 1963, el hijo mayor del dueño de una fábrica de camiones y una consultora escolar, probaría sus dotes de periodista –le faltaron pocas materias para obtener su título en la Universidad de Missouri, el estado en el que creció– entrevistando al actor de El silencio de los inocentes (1991), al que lo une una historia común de adicciones y recuperación.
En la charla, publicada hace exactamente tres años por la revista Interview, Pitt le confesó a su amigo que aún lidiaba con la culpa por elecciones pasadas de las que no estaba orgulloso: “Creo que es un gran acto de perdón para conmigo poder valorar esos traspiés, porque trajeron alguna sabiduría. No podés tener una cosa sin la otra. Es algo que estoy entendiendo recién ahora”, dijo quien asegura haberse mantenido sobrio desde que en 2016 fue denunciado por la madre de sus seis hijos –Angelina Jolie– tras un confuso incidente en su jet privado en el que habría llegado a la violencia física contra Maddox, el mayor de los niños que adoptó junto a la actriz durante los doce años de su relación.
Su historia con Jolie también comenzó en un set de filmación, durante el rodaje de El señor y la señora Smith (2005). Fue pasional y escandalosa. El acababa de separarse de la novia de América, Jennifer Aniston, y el público tomó partido por su adorada Rachel Green de Friends: si Jen era la buena, Angelina era la mala. Hacía apenas un mes que la rubia había pedido el divorcio cuando él y Jolie fueron fotografiados con Maddox en una playa de Kenia. Medio año después, la pareja –que los medios bautizaron inmediatamente como Brangelina– anunció que ella estaba embarazada de Shiloh. Pitt ya estaba haciendo los trámites para darle su apellido a Maddox y a Sahara, la niña que adoptaron en Etiopía.
El combo de la familia se completó de manera vertiginosa: en menos de un año, eran cinco, y pronto se sumarían Pax –a quien adoptaron en Vietnam–, y los mellizos Knox y Vivienne. Hello! pagó US$14 millones por las fotos de los recién nacidos –la mayor suma pagada jamás por la imagen de una celebridad– y ellos donaron el total de la venta a la fundación de ayuda humanitaria Jolie-Pitt. Lo habían hecho antes con las fotos de la recién nacida Shiloh, a quien la prensa llamó entonces “el bebé más esperado desde Jesucristo”.
Con Aniston se había casado en Malibú en julio de 2000, apenas dos años después de que los agentes de ambos arreglaron la primera cita (“Todo fue demasiado fácil. Supimos desde el primer momento que estábamos destinados a estar juntos”, diría después ella). Con Jolie, en cambio, se casó tras una década de amor y frente a su numerosa y diversa familia. Había asegurado antes que no pensaba pasar por el registro civil hasta tanto no pudieran hacerlo también las parejas del mismo sexo.
La batalla legal por la custodia de los hijos que tuvo con Jolie todavía no quedó atrás a seis años del anuncio de su separación. Las expectativas de sus admiradores en todo el mundo para que vuelva con Aniston –sobre todo, cuando ella también se divorció y comenzaron a mostrarse juntos en público, como dos buenos amigos–, tampoco. La gente siempre apostó a la pareja de la chica buena y ese “buen tipo de Missouri”, como lo describió tantas veces la propia Jennifer. En febrero de 2019, él fue uno de los invitados a la fiesta de 50 de Aniston. Se decía que habían vuelto a hablar seguido y que ella fue una confidente incondicional durante su conflictivo divorcio.
Pero, a un año de cumplir 60, el hombre considerado por décadas el más sexy del planeta y la novia de América se mantienen bajo la clásica fórmula de “sólo buenos amigos” más allá de los deseos de su fandom. Pitt acaba de presentar a su nueva conquista, Ines de Ramon –una joyera suiza a la que casi dobla en edad–, en un recital de Bono en Los Ángeles y esta semana fueron juntos al after party de su última película, Babylon (con Margot Robbie). Los amigos de ella le dijeron a People que están saliendo hace varios meses y que él está muy enamorado.
El tiempo dirá. Como dice Tarantino, Pitt es un galán atemporal que sigue encabezando éxitos asegurados como Bullet Train y sólo parece mejorar con el paso de los años. “Es una clase distinta de hombre –lo define el director–. Y para ser franco, no creo que se pueda describir qué tiene exactamente, porque sería como tratar de describir el brillo de una estrella. Me di cuenta cuando filmamos Inglourious Basterds. Cuando Brad estaba en escena, no sentía que lo estaba viendo a través del objetivo de la cámara. Sentía que estaba viendo una película. Su sola presencia entre las cuatro paredes del cuadro creaba esa impresión”.
Fuente: Infobae