El hijo de Isabel Pantoja permanece ingresado en el Hospital Virgen del Rocío, de Sevilla, tras sufrir un ictus cerebral
El ictus sufrido en la madrugada del pasado viernes por Kiko Rivera supone el colofón a una serie de desgracias que han ido marcando su vida con el paso de los años. La penúltima caída de un hombre al que muchos consideran un juguete roto. Desde su juventud, el hijo de Isabel Pantoja ya se caracterizaba por sus desafueros. A los diecisiete años comenzó a consumir cocaína y ha llegado a confesar que «había días que me metía cinco gramos. Me drogaba a escondidas, mi madre se enteró mucho tiempo después, cuando mi esposa Irene, harta de mis adicciones, la llamó para contárselo». Su vida estaba marcada por una vorágine que le llevaba a gastarse en estupefacientes, prostíbulos y costosas juergas bañadas por el alcohol, millones de euros. Él mismo reconoce que «ocho, entre las dos veces que me he arruinado en mi vida». Se rodeó de una pandilla de ¿amigos? que se aprovechaban totalmente de él. Era el que pagaba todo. En una ocasión viajó con veinte personas a Londres y su economía mermó en sesenta mil euros. No ponía límites a sus excesos. Pero en su interior las drogas causaban efectos tan negativos que le condujeron a protagonizar secuencias vergonzosas captadas por los paparazzi, como aquella ocasión en que le pillaron saliendo de un burdel completamente borracho.
La aparición de Irene representa un antes y un después entre el infierno y el purgatorio. Una fuente cercana a la pareja nos desvela que «solamente Irene puede contar lo mucho que ha sufrido por culpa de Kiko, había días en los que le veía completamente “sonado”, tenían fuertes discusiones por culpa de las adicciones, y hasta que ella no le amenazó con abandonarle si no cambiaba, Kiko no reaccionó como debía. Es una mujer que ha “tragado” demasiado, y si no le quisiera tanto le habría mandado a hacer gárgaras hace años». Era el mismo infierno que vivieron las otras parejas del Dj, unas más, otras menos, pero prácticamente todas conocieron al Kiko más problemático.
En una de las etapas de mayor bonanza, y lo descubre el mismo Rivera, «llegué a tener once coches, casoplones, dinero a espuertas, fiestas en las que dilapidaba el dinero, pero lo perdía todo por mi mala cabeza». Su madre al enterarse del problema, le ayudó en un principio, estuvo a su lado los días que hizo terapia, apenas una semana. Según reconoció su hijo en una entrevista con Jesús Calleja, «mi madre no volvió a preguntarme nunca más por cómo me encontraba, si había recaído o no. No quiso ver que su hijo era así. Y, probablemente, su hijo era así en gran parte por su culpa, por no haber estado conmigo todo el tiempo que debería haber estado. Su labor era saber por donde iba su hijo. No lo hizo. Quizá si hubiera estado ahí yo no habría caído».
Irene ha manifestado, ahondando en el tema, y refiriéndose claramente a su suegra, que «para ayudar a alguien que tiene un problema como este no basta con acompañarle una semana a El Rocío. Debía tener ahí alguien que le controlara. He visto cómo a mi marido le daban temblores, ataques de ansiedad, discutíamos muchísimo… Hubo momentos en los que yo necesitaba la ayuda de mi suegra, me hacía falta, pero más la necesitaba su hijo.
En pandemia recayó
Antes del 2020 consiguió alejarse de su peligrosa adición, pero tras el escandaloso enfrentamiento con su progenitora por culpa de sus diferencias con el tema de la herencia de su padre, asume que «volví a consumir cocaína». Durante la pandemia se pasaba los días encerrado en su casa, tan solo salía para llevar o traer del colegio a sus hijas, o para ir al médico.
En el «Deluxe», en octubre del 2020, manifestó que «sigo teniendo dependencia de las drogas. Hay noches que no puedo dormir y me pongo a llorar. Soy una persona muy complicada y a veces ni me quiero… He sido desleal a mi mujer por culpa de las drogas, me siento muy mal por ello, el único culpable soy yo».
Sofía Cristo, que también tuvo sus mismas adicciones y ahora se ocupa de ayudar a otros a que abandonen esos hábitos, intentó echar una mano a Kiko y le recomendó que ingresara una temporada en un centro de rehabilitación sevillano, incluso pusieron fecha a su entrada, pero el hijo de la tonadillera no apareció. Y eso que le había prometido a la hija de Bárbara Rey que lo haría.
Uno de los momentos más duros en el matrimonio de Irene y Kiko fue cuando ella se encontraba embarazada de su hija pequeña. La modelo estuvo a punto sede separarse de su marido porque este seguía enganchado a las drogas y ni se preocupaba lo más mínimo de su esposa. Rivera es consciente de ello y relata que «en mi estado, que era muy malo, yo rechazaba al ser que venía en camino, no le acaricié la barriga a Irene ni una sola vez, y cuando nació Carlota no la cogía en brazos, la rechazaba».
Hoy se recupera de un ictus que, parece ser, le ha afectado mínimamente. En el momento de escribir estas líneas se esperaba la aparición por el hospital en el que está ingresado, el Virgen del Rocío de Sevilla, de Isabel Pantoja. Aunque también dicen que a Kiko le entró un ataque de ansiedad al enterarse de que su madre podría ir a verle. Ironías de la vida, el ictus habría «unido» a una familia desestructurada, porque ayer por la tarde, Isa, la hermana, se acercó al centro para interesarse por el hermano con el que hace tiempo que no se habla.
Fuente: EGOS