La cultura española siempre ha ido de la mano con el uso del agua. Encontramos sendos ejemplos en los restos romanos, cuando fueron creados cientos de kilómetros de canalizaciones que dotaban de agua fresca y potable a los asentamientos y las poblaciones, en las acequias que irrigan la costa levantina o en las fuentes, que son el eje principal de maravillas como La Alhambra. Sin embargo, tras haber pasado uno de los veranos más calurosos hasta la fecha, hemos visto cómo las reservas hídricas del país han caído a niveles preocupantes y han permitido, una vez más, pasear por los restos de las calles de pueblos que llevan años inundados en embalses como el de Lindoso, en Galicia.
El cambio climático y el agua
Cuando sucede un evento de calor extremo, no es raro escuchar en el telediario que cierta aldea o pueblo se ha quedado sin suministro de agua y el preciado líquido ha de ser racionado o urgentemente abastecido mediante camiones cisterna. Y es que, como demuestran los artículos científicos, cada vez más zonas de España se encuentran en riesgo de desertificación. Para afrontar este problema, debemos comprender cómo de elevado es el riesgo de que se produzca falta de agua en las diferentes zonas de España. Un proceso por el cual hay que tener en cuenta tanto las precipitaciones anuales como la orografía y la presencia de ríos, arroyos, embalses y aguas subterráneas. De este modo se pueden distinguir las zonas más vulnerables para prevenir los problemas futuros.
Los modelos de evolución del clima sugieren que las situaciones de calor extremo van a ser cada vez más frecuentes, por lo que es posible que aumenten los requerimientos de agua
en un futuro próximo. Por tanto, la pregunta es clara: ¿Cómo pueden afectar los cambios a los métodos actuales de obtención de agua potable?
Adentrándose en una planta potabilizadora
Por ello, primero es necesario comprender cómo funciona una planta de tratamiento de agua potable. En ellas, una serie de procesos permiten eliminar todos los residuos y depuran el agua que llega a nuestro grifo, haciéndola apta para el consumo. Todo comienza al obtener el líquido de una fuente fiable, como puede ser un manantial, agua de lluvia o aguas subterráneas. Este agua, aunque parezca limpia, puede contener partículas en suspensión o agentes infecciosos que pongan en riesgo la salud de los consumidores, motivo por el cual ha de ser procesada. Para eliminar dichas partículas se utilizan agentes oxidantes como el ozono, cloro, dióxido de cloro o permanganato potásico, que oxidan los componentes orgánicos e inorgánicos presentes en el agua. La elección de un agente u otro depende de la planta de tratamiento.
Tras la oxidación, el agua es más segura, pero puede seguir conteniendo partículas en suspensión que afecten a la turbidez y sabor del agua. Dichas partículas pueden tener tamaños tan pequeños que impidan su sedimentación, por lo que se requiere un tratamiento de floculación. Para flocular el agua se añaden sales metálicas como el aluminio, que contienen cargas eléctricas muy positivas. Estas cargas atraen las partículas en suspensión y las agrupan, formando grumos con un tamaño suficiente para que se hundan por su propio peso, lo que permite eliminarlas con facilidad por un proceso de decantación, que suele sumarse a uno de filtración a través de arena fina.
Una vez filtrada, se suele ajustar a acidez del agua para que se acerque lo más posible a los valores neutros. Para ello, se utilizan correctores del PH como la cal, la sosa o el ácido sulfúrico. Así se evitan los efectos que tienen los ácidos o las bases sobre los metales que forman parte de la red de distribución. Por último, una desinfección final mediante cloración permite acabar con los pocos patógenos que hayan conseguido atravesar el proceso y así asegurar, finalmente, el agua para consumo.
En el caso particular de las desaladoras, además de este tratamiento se realizan previamente procesos que permiten rebajar los niveles de sales. Este proceso generalmente puede ser térmico, en el que se evapora y posteriormente se condensa el agua, de osmosis inversa, en el que se fuerza el agua a pasar por membranas especiales que retienen las sales o, cuando el agua no es excesivamente salada, procesos de electrodiálisis, en los que una corriente eléctrica permite separar los iones disueltos. Actualmente la comunidad científica está desarrollando una gran cantidad de nuevas tecnologías destinadas a estos procesos mediante el uso de materiales como los nanotubos de carbono, cuyas propiedades podrían abaratar los costes y la energía empleada en separar las sales del agua.
El caso particular de España
Situémonos en un escenario ideal. En el caso particular de España, al sumar la capacidad de todos los embalses de la península se obtiene un máximo de reserva de 56 100 hm³, es decir, lo equivalente a una barrera de agua de 1km de alto por 1km de ancho por 56,1km de largo. Esto dotaría a España de reservas más que suficientes para aguantar aproximadamente 2 años de sequía extrema. Además, en caso de necesidad, tanto la península como las islas, Ceuta y Melilla disponen de costa y, en conjunto, hay más de 750 desaladoras -según los datos de Aedyr- con capacidad para desalar más de 35 millones de litros de agua al año.
Sin embargo, rara vez se dan estas situaciones ideales con los embalses al 100%, de hecho, a día 11/10/2022 los embalses se encontraban al 32% de su capacidad y contenían, aproximadamente 18 000 hm³ de agua, muy por debajo de la media de los últimos 10 años, que es del 49% o 27 700 hm³ para esa misma semana. Las desaladoras, aunque ayudan a paliar los efectos de la sequía, son una opción que conlleva un coste energético y medioambiental, porque los residuos generados por ellas han de ser convenientemente tratados.
La creciente falta de agua pone de manifiesto que el consumo consciente de agua tanto por los habitantes como por las empresas es vital para asegurar un suministro constante y adecuado. Sin embargo, se puede tener un mayor efecto adecuando estrategias gubernamentales que detecten y resuelvan usos inadecuados e ineficientes del agua y que creen planes de actuación que mitiguen riesgos ante un clima cada vez más árido e implacable. Y es que hay que tener claro que el agua es fuente de vida y, sin garantía de acceso a ella, nos dirigiremos inexorablemente hacia un futuro devastador.
Fuente: LA RAZON ESPAÑA