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EctoLife: La granja de bebés humanos que se ha hecho viral

El biotecnólogo y comunicador Hashem Al-Ghaili asegura que ya tenemos la tecnología para “cultivar” humanos, pero los científicos discrepan

Imagina una empresa capaz de cultivar bebés humanos. Una suerte de granja mecánica con cientos de recipientes y dentro de cada uno flota el bebé de alguien. Su nombre es EctoLife y durante la última semana ha logrado viralizar un vídeo donde muestra sus instalaciones. En él habla de sus 30.000 úteros artificiales y promete una solución para las parejas que no pueden concebir un bebé. Pero EctoLife no se queda aquí. A medida que avanza el vídeo, la empresa expone cuán comprometida está con el medio ambiente y asegura usar energía que proviene enteramente de fuentes renovables, como el sol y el viento. De hecho, recicla sus residuos convirtiéndolos, de nuevo, en nutrientes para alimentar a los fetos. Hasta aquí EctoLife podría parecer todo un hito en la historia de la humanidad, solo hay un problema: nada de esto es real.

El vídeo es una animación 3D, pero eso no ese dato no debería sorprendernos demasiado, ya que su calidad técnica es más propia de la década pasada que de la presente. No sería la primera vez que un proyecto en desarrollo decide mostrarse al público aprovechando la animación 3D. La diferencia es que EctoLife ni siquiera es un proyecto en desarrollo. Es tan solo un concepto, con el mismo rigor y desarrollo que puede tener una película de ciencia ficción cualquiera. El responsable del vídeo es el comunicador científico yemení Hashem Al-Ghaili, cuya formación en biotecnología no le ha privado de soñar una empresa que, ahora mismo, es científica y técnicamente imposible. Podríamos pensar que no es más que un juego de ficción científica, pero las declaraciones de Ghaili lo aclaran sin ninguna duda, para él ya contamos con la tecnología necesaria y, de hecho, los ingenieros ya lo han logrado, pero las limitaciones éticas frenan su desarrollo. ¿Es cierta esta afirmación tan atrevida?

La comunidad de expertos en medicina reproductiva lo tiene meridianamente claro: no contamos con la tecnología ni el conocimiento científico necesario para desarrollar úteros artificiales que permitan incubar embriones humanos desde la concepción hasta el nacimiento. No hay mucha vuelta de hoja, es Ghaili contra la comunidad entera de expertos. Aunque, si no nos fiamos del consenso científico, podemos ver si, por algún casual, existen estudios concretos que hayan logrado algo parecido a lo que promete Ghaili. La respuesta vuelve a ser negativa. En 2017, por ejemplo, saltó a los medios un estudio publicado en Nature. En él, unos investigadores habían logrado diseñar un útero artificial llamado “biobag” en el que eran capaces de mantener con vida a un embrión. Eso sí, el embrión era de oveja y solo pasaba en la biobag sus últimas 4 semanas de gestación. Hay un salto enorme si prendemos hacer eso mismo con un embrión humano y durante las 40 semanas de embarazo.

Desde entonces se han publicado otros estudios interesantes sobre úteros artificiales, aunque ninguno tan espectacular. Por lo tanto, hablamos de una tecnología que no existe ni siquiera en animales, su adaptación a humanos y, sobre todo, su aprobación comercial, pueden demorarse décadas (en el mejor de los casos). Algunas personas han defendido la rigurosidad del vídeo argumentando que somos capaces de mantener con vida a un bebé prematuro de 21 semanas y completar su gestación en una incubadora. Pero aunque pueda parecerlo, esto no tiene mucho que ver con el reto que supone diseñar un útero artificial. No se trata de duplicar el tiempo que podemos mantener un feto en una incubadora. Hay complicaciones propias de los primeros momentos del desarrollo embrionario que no se presentan durante esas últimas semanas y necesitamos una tecnología completamente diferente a la actual para hacer frente a esas particularidades.

Estamos, por lo tanto, ante una ficción en toda regla. De hecho, en ella ni siquiera se sugiere cómo podría funcionar esta tecnología revolucionaria, solo la adornan con detalles periféricos que no aclaran gran cosa. Indican que cuentan con 75 laboratorios, cada uno con 400 vainas de crecimiento, que así es como llaman a los úteros artificiales. Hablan de cómo habrá dos tanques por laboratorio, uno con nutrientes que entrarán en las vainas y otro con los residuos que saldrán de estas, pero que por arte de magia de una reacción enzimática desconocida, los residuos volverán a ser nutrientes. Sabemos que el desarrollo embrionario es un proceso tremendamente complejo donde entran en juego una infinidad de sustancias y estímulos. No hemos podido identificarlos a todos y conocer su verdadero impacto, por lo que simularlo o reunirlos bajo el nombre de “nutrientes” carece, actualmente, de cualquier sentido.

Muy renovables, pero eugenésicos

Existe un efecto psicológico por el cual los primeros rasgos que percibimos en alguien interfieren con lo que vamos descubriendo a continuación. Si alguien nos genera una gran primera impresión, asumiremos que es alguien más atractivo, inteligente y simpático de lo que tal vez sea, y eso nos volverá más indulgentes con cómo se comporte a partir de entonces. Su nombre es “efecto halo” y es lo que consigue el vídeo nada más empezar, al decir que EctoLife se nutre enteramente de energía renovable. Esto nos transmite una serie de valores éticos en el segundo 11 de un vídeo que durará 8 minutos y medio más. Tal vez por eso mucha gente haya pasado por alto otras afirmaciones algo más conflictivas.

Podríamos entrar a comentar cuán lejos estamos de poder utilizar las herramientas de edición genética CRISPR-Cas en humanos del modo que el vídeo sugiere. O, tal vez, podríamos explicar por qué, hoy en día, no tenemos ni la más remota idea de cómo determinar genéticamente la altura de un individuo. La lista de incorrecciones, problemas y dudas sería interminable y, a fin de cuentas, EctoLife no es más que un corto de animación. Porque el problema no es el trabajo de Ghaili, sino que pueda ser un buen reflejo del apresurado rumbo que está tomando nuestra sociedad.

Fuente: La Razón

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