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Expedición llega al árbol más alto de la Amazonía: mide como un edificio de 25 pisos

Con casi medio milenio encima, el árbol más alto de la Amazonía brasileña se levanta en un inhóspito lugar de la selva. Hasta él llegó recientemente un veterano equipo de investigadores para recabar más información sobre el imponente angelim-vermelho.

Con el paso del tiempo grabado en su cuerpo, el mayor árbol de la Amazonía brasileña, de la especie Dinizia escelsa Ducke, tiene cerca de 88,5 m de altura —lo que equivale a la estatura de dos Cristos Redentores o un edificio de 25 pisos—, un tronco de 3,15 m de diámetro y al que se le calculan unos 400 años de existencia.

El árbol fue identificado hace algunos años por el Instituto Nacional de Pesquisas Espaciales (INPE) cuando intentaba calcular la biomasa del mayor bosque tropical del planeta mediante sensores acoplados en aviones.

“Uno de los parámetros para calcular la biomasa de la selva es la altura de la vegetación. Cuando hicimos el cálculo, observamos que algunas alturas eran mucho mayores de lo normal”, explicó en una entrevista a EFE Eric Gorgens, uno de los ingenieros forestales que lideró la expedición.

Los investigadores localizaron entonces un santuario de árboles gigantes en la región del río Jari, entre los estados de Pará y Amapá (norte). Entre todos ellos sobresalía uno de 88,5 m de altura, el mayor registrado hasta el momento en el bosque tropical brasileño.

“La expedición era importante para saber la especie, saber dónde está, la condición de selva”, puntualizó Gorgens.

Emprendieron entonces el viaje hasta el árbol más alto de la Amazonía.

Fueron en total 40 kilómetros selva adentro y 11 días de recorrido, entre el 11 y el 21 de septiembre, partiendo del municipio de Laranjal do Jari, lo que supuso una nueva odisea luego de la efectuada en 2019, cuando tocó abortar el proyecto prácticamente en la recta final.

La llegada al gigantesco árbol, que tuvo apoyo financiero de la Royal Society, contó con la participación de 20 personas, entre investigadores, equipo de apoyo e integrantes de la comunidad de recolectores de castañas.

Su conocimiento de la zona fue fundamental para llegar hasta el angelim-vermelho, situado en una frondosa región repleta de ríos con fuertes corrientes, cascadas y desniveles en el corazón del mayor bosque tropical del planeta.

“Tuvimos el apoyo primordial de esos guardianes de la selva de esa comunidad de San Francisco de Iratapuru. Ellos viven del lado de Amapá, pero como la frontera con el estado de Pará es un río, ellos trabajan en esa región”, agregó el profesor Diego Armando Silva, coordinador local del proyecto y quien trabaja en el Instituto Federal de Amapá (IFAP).

Para Silva, encontrar ese ser vivo en un ambiente nunca antes visitado por el hombre representa algo “extraordinario” y que reitera la importancia de mantener esos parajes aislados para conservar los árboles en pie, algo que asegura no sería posible sin las comunidades nativas.

Las áreas de conservación del norte de Pará, que incluye reservas ambientales e indígenas en un área de 22,3 millones de hectáreas, es el mayor conjunto de bosques tropicales legalmente protegidos del planeta, lo que es una buena noticia para estos gigantescos árboles.

“No hay minería en esa región. Es una zona que está muy preservada y de muy difícil acceso”, explicó Silva.

Un santuario de árboles gigantes

El centenario ser vivo se encuentra enclavado en la reserva forestal de Pará, un lugar privilegiado de la selva brasileña con árboles que pueden alcanzar inmensas dimensiones y llegan a concentrar 260 metros cúbicos de madera, un valor que equivale a casi una hectárea de bosque.

Las frecuentes lluvias, la densidad vegetal que impide la entrada directa del sol, la baja incidencia de los vientos y un suelo fuerte y estructurado son los elementos de la naturaleza que ayudan a propiciar su crecimiento.

Tan solo en esa región fueron identificados seis de los árboles más altos de la Amazonía. Su presencia, según los investigadores, es clave para combatir la crisis climática, ya que consiguen absorber de la atmósfera una gran proporción de dióxido de carbono.

“Si es derribado, ese árbol es una fuente importantísima de carbono, pero también tiene un poder enorme de capturarlo. El árbol absorbe el mismo carbono que una hectárea de vegetación”, concluyó Gorgens.

 

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